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Robert K. Ressler - Asesinos en serie

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Robert K. Ressler Asesinos en serie

Asesinos en serie: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

Quiero dar las gracias a las muchas personas que me han ayudado a escribir este libro. Ante todo, a Mary Higgins Clark, quien fue la primera que me pidió que hablara a los Mystery Writers of America en su congreso anual de Nueva York en 1987. Fue allí donde conocí a la secretaria ejecutiva de los Mystery Writers of America, Priscilla Ridgway, quien me animó a hacerme miembro de su organización y, más tarde, me presentó a Ruth Cavin, redactora jefa de St. Martin’s Press, quién me instó a escribir este libro. Mary, Priscilla y Ruth siguieron impulsándome y finalmente inicié el proyecto después de abandonar el FBI en agosto de 1990.

Dentro del FBI, algunas personas tuvieron la visión de apoyar mis esfuerzos por crear un departamento completamente nuevo dentro de la organización. Los que más me ayudaron y apoyaron fueron Larry Monroe, el Dr. Ken Joseph y James McKenzie, antiguos directores adjuntos, y James O’Connor, exsubdirector adjunto de la Academia del FBI. Todos vinieron a mi ayuda en numerosas ocasiones cuando tenía que «luchar con monstruos» dentro de la estructura burocrática.

Howard Teten y Pat Mullany fueron los componentes del equipo original de encargado de elaborar perfiles psicológicos y ambos me enseñaron sobre este concepto futurista de la investigación criminal en la Academia del FBI y en el terreno. Doy las gracias especialmente a mis amigos y colegas de la Unidad de Instrucción e Investigación de las Ciencias de la Conducta del FBI y del Programa PDCV, con los que trabajé tan de cerca a lo largo de los años y, en particular, al jefe de la Unidad, John Henry Campbell, así como a Dick Ault, Al Brantley, Kathy Bryan, Bernadette Cloniger, Joe Conley, Connie Dodd, Terry Green, Joe Harpold, Roy Hazelwood, Jim Horn, Dave Icove, Ken Lanning, Cindy Lent, Ellen Maynard, Joyce McCloud, Winn Norman, Roland Reboussin, Jim Reese, Ed Sulzbach y Art Westveer. También doy las gracias a los agentes John Conway, John W. Minderman, John Dunn, Dick Wrenn, Jim Harrington, Neil Purtell, Charlie Boyle, Byron MacDonald, Laroy Cornett, Ralph Gardner, Karl Schaefer, Mary Ellen Beekman, Don Kyte, Dick Artin, Rich Mathers, Bob Scigalski, Dan Kentala, Candice DeLong, Don Zembiec, Joe Hardy, Hank Hanburger, Larry Sylvester, Pete Welsch, Tom DenOuden, Tom Barrett, Tom Diskin, Jane Turner, Max Thiel, Mel DeGraw, Bill Cheek, Chuck Lewis, Jim McDermott, Mickey Mott, Stan Jacobson y Bill Haggerty. La mayoría todavía está en el FBI, algunos se han jubilado, pero todos, y muchos no se han nombrado, fueron de gran ayuda en mis investigaciones sobre la mente y los crímenes de los monstruos.

Sería un descuido de mi parte si no diera las gracias a Bob Heck del Departamento de Justicia de Estados Unidos, John Rabun del Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados y Roger Adelman, un abogado de Washington, D. C., que tiene un bufete particular, con el que trabajé en el juicio de John Hinckley por el intento de asesinato del presidente Reagan. Un agradecimiento especial a Ray Pierce, del Departamento de Policía de Nueva York, Eddie Grant, de la Policía Estatal de Nueva York, y Joseph Kozenczak, jefe de los detectives del Departamento de Policía de Chicago.

También ha habido profesionales del campo de la salud mental y académicos que me han ayudado muchísimo en mi carrera: los doctores Ann W. Burgess, Allen Burgess, James Cavanaugh, Park E. Dietz, Richard Goldberg, Bruce Harry, Derrick Pounder, Jonas Rappeport, Richard Ratner, Robert Simon, Robert Trojanowicz y Richard Walter. Estoy especialmente agradecido a los difuntos doctores Paul Embert y Marvin Homzie.

Mis amigos y colegas de la policía militar y la División de Investigación Criminal también se merecen un agradecimiento, ya que mis 35 años de servicio militar superan con creces mis años en el FBI: los generales de división (jubilados) Paul Timmerberg y Eugene Cromartie, exjefes de la Comandancia de la Investigación Criminal del ejército de tierra y el general mayor Pete Berry, su actual jefe, así como el general de brigada Tom Jones, el coronel Harlan Lenius, el coronel Thomas McHugh, el teniente coronel (jubilado) John F. Jackson, el oficial técnico maestre Ray Kangas y muchos más, demasiados para nombrar aquí.

Finalmente, quiero dar las gracias a mi mujer Helen y a mis hijos Allison, Betsy y Aaron, quienes me han apoyado durante los muchos años que estuve ausente de casa mientras realizaba mis investigaciones en el ejército y el FBI.

PREFACIO A LA EDICIÓN CASTELLANA

Es un gran honor para mí presentar la nueva edición en castellano de mi primer libro sobre asesinos en serie dirigido al gran público, Whoever Fights Monsters. Desde que salió en 1992, esta obra ha tenido mucho éxito: por ejemplo, de la edición japonesa se han vendido más de un millón de ejemplares. En 1995 fue publicado en castellano con el título de El que lucha con monstruos y fue acogido con tal entusiasmo por el público de habla hispana que se agotaron las existencias de modo que, cada vez que mis viajes profesionales me han llevado a Latinoamérica, mis colegas de allí me han preguntado cuándo saldría la segunda edición.

En 1999 el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia me invitó a participar en el IV Encuentro Internacional «Psicópatas y asesinos en serie», del que guardo los mejores recuerdos por su alto nivel científico y su extraordinaria organización. Por esta razón no dudé en aceptar la nueva oportunidad que el Centro Reina Sofía me brindó en 2003 de volver a Valencia e impartir el V Curso Magistral sobre «Asesinos en serie y agresores sexuales hiperviolentos». Con ocasión de esas jornadas, la institución me propuso reeditar mi libro, lo que me pareció una idea excelente. No deseaban, sin embargo, publicar sólo una segunda edición; querían una versión actualizada. Así, este libro no es el mismo de 1992; muchas cosas han pasado desde entonces: varios de los asesinos en serie han muerto, ya sea ejecutados, asesinados por sus propios compañeros de cárcel, o por muerte natural. Además de actualizar los datos biográficos, también se ha añadido un glosario que proporciona información resumida sobre los asesinos que aparecen en sus páginas. Además, el libro cuenta con un nuevo capítulo (Nuevos horizontes) que recoge los últimos desarrollos en el campo, algunas aplicaciones novedosas de las técnicas del perfil criminal y las nuevas tendencias generales en el crimen.

Por último, quisiera dar las gracias a Xavier De Jonge, traductor de este libro y redactor del nuevo capítulo, que está basado en las largas y amenas entrevistas que mantuvimos durante mi estancia en Valencia; y al personal del Centro Reina Sofía, mis amigos, por la profesionalidad y el cariño con el que siempre me han tratado y por su ayuda en hacer posible esta nueva edición del libro.

Sin más, dejo paso al libro. Que lo disfruten ustedes.

1

EL ASESINO VAMPIRO

Russ Vorpagel era una leyenda en el FBI. Medía 1,93 metros, pesaba 119 kilos, había sido detective de homicidios en Milwaukee, tenía una licenciatura en derecho y era experto en crímenes sexuales y desactivación de bombas. Como coordinador de la Unidad de Ciencias de la Conducta del FBI en Sacramento, viajaba a lo largo y ancho de la Costa Oeste impartiendo clases sobre crímenes sexuales en los departamentos de la policía local. Gozaba de gran credibilidad para hacerlo, ya que los policías y sheriffs apreciaban sus extensos conocimientos.

Un lunes por la noche, el 23 de enero de 1978, aquella confianza que las policías locales tenían en Vorpagel hizo que recibiera una llamada desde una pequeña comisaría al norte de Sacramento. Se había producido un horrible asesinato en el que lo que se le había hecho a la víctima superaba con creces lo normal. Tras terminar el trabajo, sobre las seis de la tarde de aquel 23 de enero, David Wallin, de 24 años, conductor de furgoneta de lavandería, había vuelto a la modesta casa que tenía alquilada en los suburbios y halló a su mujer Terry, de 22 años y embarazada de tres meses, muerta en el dormitorio, con el abdomen acuchillado. Corrió gritando a casa de un vecino, que llamó a la policía. Wallin estaba tan alterado que, cuando las autoridades llegaron, no pudo decirles nada. El primer policía en entrar, un ayudante de

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