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Abasolo Jose Javier - Asesinos Inocentes

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Abasolo Jose Javier Asesinos Inocentes

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Asesinos inocentes JOSÉ JAVIER ABASOLO Bilbao 1957 Licenciado en - photo 1

Asesinos inocentes

JOSÉ JAVIER ABASOLO

Bilbao 1957 Licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto ha trabajado - photo 2

(Bilbao, 1957) Licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto, ha trabajado como abogado y desempeñado varios puestos en diversas administraciones públicas.

En el campo de la literatura tiene una larga trayectoria dentro del género negro, habiendo ganado los premios de Novela Prensa Canaria 1996, con Lejos de aquel instante (finalista en 1997 del Premio Hammett de la Semana Negra de Gijón) y García Pavón 2005, con Antes de que todo se derrumbe.

En esta colección ha publicado Una del Oeste y las cuatro novelas dedicadas a la serie protagonizada por el exertzaina reciclado en detective Mikel Goikoetxea, alias Goiko, (Pájaros sin alas, La luz muerta, La última batalla y Demasiado ruido) , una serie que se ha hecho un importante hueco dentro del actual género negro en opinión de críticos y lectores.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra ( www.conlicencia.com ; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Diseño de la colección y portada:

Cristina Fernández

Maquetación:

Erein

© José Javier Abasolo

©EREIN. Donostia 2018

EREIN Argitaletxea. Tolosa Etorbidea 107

20018 Donostia

T 943 218 300 F 943 218 311

e-mail: erein@erein.eus

ISBN de versión digital:

978-84-9109-253-7

Digitalizado por Adimedia, S.L.

www.adimedia.net

JOSÉ JAVIER ABASOLO

ASESINOS INOCENTES

Asesinos Inocentes - image 3

En cualquier lugar del mundo a donde uno viaje, tiene la seguridad de encontrar el mismo número limitado de especies de abogados, con idéntica seguridad con que un naturalista encuentra su hierba y su cizaña en todas las tierras. La primera clase comprende los abogados que consideran los recovecos legales como profundos e intocables ídolos dignos de adoración. Para la segunda especie de letrado, la carnívora, lo primero es la presa, y considera las leyes como los principales obstáculos para alcanzar el éxito.

Matthew P EARL , La sombra de Poe

Yo, no me queda más remedio que admitirlo, pertenezco al segundo grupo, pero no creo que haya que darle excesiva importancia. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio, ¿no? Además, pertenecer a ese grupo viene muy bien para que crezca la cuenta de resultados del bufete. Que, al fin y al cabo, no dirijo una asociación caritativa o sin ánimo de lucro, sino un despacho de abogados. Mi propio despacho de abogados.

Markel Z UGASTI , socio mayoritario
y prácticamente único de
“Zugasti y Asociados”

La situación era perfecta y todo se estaba desarrollando como yo había imaginado con anterioridad. La muchedumbre que se agolpaba mientras gritaba a pleno pulmón que no iban a permitir el desalojo de una familia que llevaba viviendo en el barrio un montón de años, los efectivos de la Ertzaintza quietos, contemplando atentos la situación, pero dispuestos a actuar con contundencia cuando la autoridad judicial se lo ordenara, un hombre mayor, con apariencia de haber entrado de golpe en la tercera edad, llorando más amargamente que Boabdil cuando perdió Granada, una joven pelirroja que intentaba consolarle sin mucho éxito, un escenario suburbial en el que, al fondo, se vislumbraban, semiderruidas, antiguas fábricas que se alzaban en el horizonte como si fueran los fantasmas de una pujante industria ya extinta. Y la prensa. Sobre todo, la prensa.

Fue ese preciso momento el que elegí para aparecer. Había dejado el Audi aparcado tres calles más atrás, ya que no me pareció una buena idea llegar hasta allí en él, y me había desplazado andando lo que quedaba del camino. Entonces, con mi mejor sonrisa, me acerqué hasta la pelirroja que intentaba consolar en vano al anciano y le dije estas simples, pero efectivas palabras.

–Ya puedes estar tranquila, Karmele. El banco ha comprendido perfectamente la situación y tu padre no va a ser desalojado. Tendremos que negociar todavía algunos flecos, pero no va a perder su vivienda. Hemos ganado.

Pocas palabras, pero terriblemente efectivas, como ya he dicho. Y tranquilizadoras. En cuestión de segundos la noticia corrió como la pólvora y todos los amigos, familiares y militantes de la asociación anti desahucios prorrumpieron en vítores y aplausos y se acercaron al viejo y a la pelirroja para felicitarles y palmearles la espalda. De mí no se acordó ninguno de ellos, pero no me importó. No eran los destinatarios de mi actuación, sino la prensa. Y muy pronto estuve rodeado de un ingente número de cámaras, micrófonos y fotógrafos que deseaban obtener algunas declaraciones, unas declaraciones que yo estaba dispuesto a proporcionarles sin pérdida de tiempo alguna.

En el fondo se trataba de algo lógico. Los periodistas estaban ya hartos de entrevistar a llorosas amas de casa que de repente se encontraban en la calle con cuatro hijos a su cargo y sin ingresos con los que mantenerlos, a políticos que afirmaban que eso era una vergüenza y una tragedia nacional, pero que luego, a la hora de votar las necesarias reformas en el Parlamento se resistían a hacerlo diciendo eso de que “no es el momento adecuado”, o a barbudos líderes de movimientos antisistema que echaban pestes y culebras y amenazaban con los más terribles infiernos, pese a ser en su mayoría ateos (aunque siempre había entre ellos algún cura que se tomaba en serio la letra de los Evangelios), a los desalmados capitalistas y banqueros que se estaban lucrando con los desahucios. Comparado con toda esta fauna, que había acabado por hastiar a lectores y telespectadores, yo era un chollo. Un auténtico mirlo blanco para los medios de comunicación, y no lo digo con chulería ni prepotencia, sino que me limito a constatar un hecho.

Y es que no había más que verme. Impecablemente trajeado, con una chaqueta cruzada azul oscuro a juego con el pantalón del mismo color y tonalidad, camisa blanca impoluta, una corbata en la que combinaban los tonos azulados con otros más pálidos ligeramente verdosos y unos zapatos negros tan brillantes que hubieran podido utilizarse para cegar a un enemigo en una batalla crucial y definitiva sin miedo a perderla. Para que quede bien claro, que podría haber sido la portada de una de esas revistas dedicadas al glamour y la elegancia. Eso, por lo que respecta al ropaje. Si las miradas se centraban en aspectos más personales, podía observarse que estaba perfectamente rasurado, sin piercings , pendientes o tatuajes que deformaran mi bronceada tez, el pelo ni muy corto ni muy largo y, por lo que respecta a la edad, cercano a la cuarentena sin llegar a ella, lo suficientemente joven como para mostrar una imagen de dinamismo y lo suficientemente mayor como para transmitir confianza y madurez. Resumiendo: un tío con cierto aspecto de pijo, lo admito, pero que de repente, llegado de la nada, acababa de paralizar un desahucio y se convertía en un héroe. Era normal que todos los reporteros desplazados por los diversos medios de comunicación se arremolinaran junto a mí para obtener unas palabras. Y yo estaba totalmente dispuesto a dárselas, sobre todo porque sabía que mi nombre aparecería en negrita tanto en los periódicos y revistas impresas en papel como en los digitales, así como que sería profusamente mencionado en las emisoras de radio. Pero, sobre todo, y mucho más importante, era consciente de que en los informativos televisivos aparecería sobreimpresionada, junto a mi imagen, la siguiente leyenda: “Markel Zugasti, abogado”.

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