Reconocimientos
Utilicé para La Ilíada y La Odisea las traducciones francesas disponibles, la de Paul Mazon para la primera y las de Victor Bérard y Philippe Jaccottet para la segunda; en algunos pasajes introduje ligeras modificaciones.
También utilicé la bellísima traducción de ciertos pasajes de La Ilíada realizada por Simone Weil para su artículo de 1941, «L'Iliade ou le poème de la force».
Agradezco a Jean-Christophe Saladin, quien corrigió mi texto, a su hijo Joseph (de once años), quien me sirvió de cobayo, así como a los editores, en particular Anthony Rowley, que transformaron mi manuscrito en libro.
No hubiera podido escribir este libro sin consultar muchos trabajos que no puedo nombrar aquí. Mencionaré a ciertos autores, algunos de los cuales fueron mis maestros, otros mis alumnos, y casi todos se convirtieron en mis amigos: Elisa Avezzu, Annie Bonnafé, Benedetto Bravo, Paséale Brillet-Dubois, Philippe Brunet, Richard Buxton, Michel Casevitz, Maria Grazia Ciani, Riccardo Di Donato, Hervé Duchêne, Pierre Ellinger, Moses I. Finley, François Frontisi-Ducroux, Ariane Gartziou-Tatti, François Hartog, Nicole Loraux, François Lissarrague, a quien debo la mayoría de las ilustraciones, con las que ha colaborado también Marion Lafouge, Irad Malkin, Hélène Monsacré, Claude Mossé, Gregory Nagy, Pietro Pucci, Suzanne Saïd, Pierre Sauzeau, Evelyne Scheid-Tissinier, Alain Schnapp, Annie Schnapp-Gourbeillon, Jesper Svenbro y Odette Touchefeu-Meynier.
Pierre Vidal-Naquet (París, 23 de julio de 1930 — Niza, 29 de julio de 2006) fue un reconocido historiador francés especializado en la Antigua Grecia.
Nació en el seno de una familia de origen judío que, ante todo, era republicana y laica, como él siempre destacó. Sus padres fueron apresados por la Gestapo y asesinados en el campo de concentración de Auschwitz. Su padre, Lucien Vidal-Naquet (1899-1944), fue un jurista reconocido y miembro de la resistencia. La Segunda Guerra Mundial lo abocó, siendo aún un adolescente, a participar en la resistencia contra la ocupación nazi. En sus Memorias, a partir de esa imagen familiar ha señalado su repercusión en la sociedad francesa de posguerra.
Tras la guerra se especializó en la Grecia Antigua y se diplomó en la Facultad de Letras de París. Su primer destino fue un colegio en Orleans. Luego, se incorporó a la Facultad de Letras de Lille y más tarde a la Universidad de Lyon, desarrollando actividades de dirección en centros de investigación histórica. Finalmente fue director de estudios griegos en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, en una carrera muy fructífera.
Colaboró con los grandes helenistas de su tiempo, que han sido referencia en la renovación y apertura al público de los estudios griegos, así Pierre Leveque, Michel Austin, y sobre todo Jean Pierre Vernant. Hoy son clásicos sus trabajos: sobre Clístenes, Clisthéne l’Athenien (1964), la economía antigua Economies et sociétés en Grèce ancienne (1972), el famoso Mito y tragedia en la Grecia Antigua (1972), Travail et esclavage en Grèce ancienne (1988) o sus ensayos variados de El cazador negro (1981), estos dos últimos analizan la esclavitud de la Antigüedad.
I. Pequeña historia de dos poemas
Conocemos la cabeza de Homero: un hombre ciego, de cabello y barba abundantes. No es un retrato. Esta escultura, que se conserva en el museo de Munich en Baviera, data de la época romana. Probablemente está inspirada en un modelo del siglo V a. C., la gran época del arte griego (). Existen biografías de Homero, pero son puramente legendarias. Si los antiguos lo consideraban ciego, tal vez se debía a que pensaban, acaso no sin razón, que la memoria de un hombre era tanto más impresionante por cuanto carecía de la vista.
Siete ciudades de la Grecia asiática, más precisamente de Jonia y Eolia, situadas en la costa de lo que hoy es Turquía y en las islas griegas vecinas, se disputaban el honor de ser su patria: entre ellas se cuentan Esmirna, en el continente, y la isla de Quíos, donde aún hoy exhiben la «Piedra de Homero», también llamada la «Piedra del Maestro de Escuela», un peñasco donde está tallada una silla en la cual se sentaba el poeta cuando recitaba sus versos a los niños.
Se ha fantaseado mucho —incluso se ha delirado— sobre el poeta ciego. ¿Hubo un Homero, dos Homeros, incluso, como piensan muchos, una multitud de Homeros? En la isla de Quíos vivían los Homéridas, que decían ser descendientes del poeta, un grupo de rapsodas que cantaban los poemas de su presunto antepasado.
¿Qué es un rapsoda? Aparece uno en una vasija ática del siglo V a. C. (), ciudad amurallada vecina de Micenas. En el siglo siguiente, el filósofo Platón, en uno de sus diálogos, puso en boca de su maestro, el ateniense Sócrates (quien fue condenado a muerte en 399), las siguientes palabras dirigidas al rapsoda Ión de Éfeso (en Jonia):