Platón - Diálogos I
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El proceso y la consiguiente condena a muerte de Sócrates fue un hecho que iba a tener una trascendencia imposible de pensar en las fechas en que sucedió. Ni siquiera es posible suponer cuál habría sido la influencia posterior del pensamiento socrático a través de sus discípulos, si éstos, especialmente Platón, no hubieran recibido el doloroso impulso de la injusta condena del maestro. Sin embargo, colocado en su fecha y en su ambiente, era un proceso sin nada especial, salvo en la pena solicitada y en el encausado, conocido por su extraña personalidad y popularizado a través de la comedia.
En el proceso de Sócrates se juzgó y condenó a un hombre concreto. Pero se le condenó porque se creyó ver en él, equivocadamente, una figura representativa de la sofística, movimiento intelectual dominante sobre todo en el último tercio del siglo V. Cada uno de los términos de la acusación y todos ellos juntos habrían tenido poco valor, si los atenienses no hubieran visto en todo ello no a un conciudadano equivocado sino las ideas disgregadoras que arruinarían, y en parte ya habían arruinado, según ellos, la fuerte contextura política y social con que Atenas había vivido tantos años. Aun en el período medio de la Guerra del Peloponeso una acusación de este tipo habría tenido menos posibilidades de éxito. La multitud difícilmente podía distinguir los firmes, pero sutiles, rasgos que le separaban de los sofistas. Para estas gentes, su actividad era muy semejante a la de ellos. Además, Sócrates era ateniense, vivía siempre en la ciudad, era conocido de todos y, por sus características personales, debía de ser un personaje muy popular. Sólo muy pocos entendían lo que Sócrates decía, pero todos sabían que durante todo el día conversaba sobre temas no habituales en la vida diaria. Afirmar ante estas gentes que Sócrates trataba cualquier clase de asuntos no podía suscitar la incredulidad de nadie. Hay que pensar que una buena parte de los votos que le condenaron fueron de personas que no tenían enemistad personal contra él, pero que se dejaron llevar por las impresiones generales que hemos indicado.
La acusación fue presentada por Meleto ante el arconte rey. A ella se asociaron Anito y Licón. El verdadero impulsor de la acusación fue Anito, político influyente, cuyo resentimiento contra Sócrates se apoyaba en causas que no nos es fácil determinar. Meleto era un poeta mediocre y Licón, orador. La acusación era de impiedad, acusación gravísima en una época en la que, además, no eran posibles las acusaciones políticas por estar vigente la amnistía. En el comienzo del Eutifrón, Sócrates muestra su profunda preocupación por el posible curso del proceso y juicio. La acusación precisaba que Sócrates no creía en los dioses de la ciudad y quería introducir otros, y también que corrompía a los jóvenes.
A pesar de todas las circunstancias desfavorables, era difícil que se consiguiera la culpabilidad, y casi imposible la imposición de la pena de muerte. Sin embargo, para salvar ambas cosas, tenía Sócrates que humillarse y echar a perder la imagen de rectitud moral cuyo ejemplo era su propia vida. Ahí es donde la acusación había hecho blanco certeramente. Los reproches sobre la incapacidad de Sócrates para defenderse puestos por Platón en boca de los sofistas, unas veces de forma un tanto indirecta, como la última intervención de Hipias en el Hipias Mayor, otras, de forma violenta, como la de Cábeles en el Gorgias, así como algunas alusiones en la misma Apología, hacen pensar que quizá Platón, como discípulo que deseaba sobre todo que Sócrates no fuera condenado, quiso insistir en el inmenso drama del maestro, de ningún modo incapaz de defenderse, sino resignado a llevar el juicio por unas vías que le condujeran a la confirmación de su vida pasada antes que a buscar su absolución.
Las reflexiones que Sócrates hace en el Gritón, sobre la necesidad de ser consecuente con toda su actuación anterior, son mutatis mutandis las mismas que se han impuesto en su defensa ante el tribunal. No es posible, que aparezca en el juicio un Sócrates discorde del que él ha sido. Los argumentos que han sido válidos antes tienen que serlo también en esta ocasión. Así, Sócrates completaría en su defensa esa simbiosis del ámbito del conocimiento con el de la moral que caracterizan su pensamiento. No era necesario pensar si el final iba a ser la muerte, aunque, al seguir este camino, eso sería lo más probable.
Pero es Platón, y no Sócrates, quien ha escrito la Apología. Estuvo presente en el juicio y tuvo que guardar un recuerdo muy seguro de todo lo que Sócrates dijo. También lo guardaban otros discípulos que estuvieron allí y muchos otros que conocieron, por narración directa y próxima a los hechos, todo lo que en el juicio sucedió. ¿Escribió la Apología como una creación literaria al margen de los hechos? Sobre este punto ha habido opiniones para todos los gustos, hasta haberse llegado a afirmar, incluso, que Sócrates guardó silencio durante el juicio.
No obstante, éste debió de desarrollarse normalmente. La frase de Apología 19a: «… debo obedecer a la ley y hacer mi defensa», responde perfectamente a lo que podíamos esperar de Sócrates. Aunque no se hubiera escrito el Critón, nuestra idea de Sócrates continuaría siendo la de una persona íntimamente respetuosa de las leyes. Cuando le llegó la hora, ciertamente insospechada hasta entonces, de comparecer ante un tribunal, respetó, sin duda, todas las normas.
Es difícil pensar que Platón se apartara de la sucesión de los hechos y de los mismos razonamientos expresados por Sócrates ante los jueces. No improvisó Sócrates ni ordenó las ideas sobre la marcha. Tuvo que elegir la muerte física para salvar su verdadera imagen.
Pero estamos hablando de la actuación de Sócrates en una obra que es de Platón. ¿No es adecuado pensar que una obra tan perfecta sólo se pudo conseguir tras la muerte de Sócrates y tras una reposada reflexión sobre el enfrentamiento del maestro con aquellos sectores de la vida ateniense que simbólicamente representaban los jueces? Sería imposible contestar a esta pregunta. Es difícil pensar que Platón, a poca distancia de los hechos y ante unos hombres con gran fijeza de memoria, que nosotros hemos perdido por evolución de la cultura, se hubiera atrevido a configurar unos hechos ajenos a la realidad. El estilo de Platón rezuma por todas partes. Sin duda, las palabras, las frases, el apasionado patetismo de ciertas afirmaciones, algunos de los rasgos de humor, etc., etc., son elementos inseparables del estilo de Platón. Lo que no parece tan fácil de admitir es que un hombre muy inteligente, con una capacidad dialéctica excepcional y en absoluto desconocedor, al igual que cualquier otro ciudadano, de un hecho cotidiano como la práctica judicial ateniense haya podido ser declarado culpable a poco que hubiera creído que él debía defender su vida antes que cualquier otro valor. Si fuera necesaria una confirmación de esta hipótesis, la misma Apología nos la ofrece. Tras la votación, propuso Meleto la pena de muerte. Muy pocos de los jueces, si había alguno, así como los acusadores, podían pensar que esa propuesta sería la que finalmente adoptara el tribunal. Una contrapropuesta congruente con la marcha del juicio y la votación producida habría tenido, sin duda, la aceptación no sólo de los treinta y un votos necesarios de entre los 281 condenatarios, sino la de muchos más. Sin embargo, sucedió todo lo contrario. De los 220 votos absolutorios de la primera votación, 79 votaron a favor de la pena de muerte. Las palabras de Sócrates, al hacer la contrapropuesta, habían producido ese cambio, sin que exista posibilidad de atribuirlo a otra causa.
Resulta difícil suponer que la argumentación de Sócrates en este momento fuera otra de la que aparece en la
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