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Dava Sobel - Longitud

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Dava Sobel Longitud
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    Longitud
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    ePubLibre
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    2015
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Para mi madre Betty Gruber Sobel una navegante cuatro estrellas que puede - photo 1

Para mi madre, Betty Gruber Sobel, una navegante cuatro estrellas, que puede navegar por los cielos, pero siempre circula por las vías de Canarsie.

Dava Sobel narra la historia del científico y relojero escocés John Harrison, un genio solitario cuyos logros fueron rechazados por la elite científica de su tiempo, pero que consiguió resolver un problema aparentemente imposible: descubrir un método que permitiera a los marineros determinar la longitud exacta de su posición en el mar.

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Dava Sobel

Longitud

La verdadera historia de un genio solitario que resolvió el mayor problema científico de su tiempo

ePub r1.2

Titivillus 26.1.2015

Título original: Longitude

Dava Sobel, 1995

Traducción: Flora Casas

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

DAVA SOBEL Dava Sobel es una escritora de libros de divulgación científica - photo 3

DAVA SOBEL Dava Sobel es una escritora de libros de divulgación científica - photo 4

DAVA SOBEL. Dava Sobel es una escritora de libros de divulgación científica. Fue reportera de ciencia del New York Times. En la actualidad vive en Nueva York. Sus trabajos incluyen: Longitud, la verdadera historia de un genio solitario que resolvió el mayor problema científico de su tiempo. El genio en cuestión fue John Harrison, que dedicó decenas de años a la fabricación de un cronómetro marino de suficiente precisión para poder determinar la longitud en el mar con la exactitud pedida en el premio de la longitud del Almirantazgo Británico, aunque cobró distintas cantidades sólo el Nº4 mereció el premio; La hija de Galileo, una biografía de la historia de la ciencia, la fe y el amor; Los planetas, la familia de planetas en torno al Sol se convierte en un lugar conocido en esta gira guiada por otros mundos.

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En el patio del meridiano

«¿De qué sirven los polos norte y los ecuadores, los trópicos y las líneas meridianas?».

Tal gritaba el vigía; y así contestaba la tripulación:

«¡No son sino signos convencionales!»

LEWIS CARROLL, La caza del snark.

Me hallo en el meridiano principal del mundo, a cero grados de longitud, en el centro del tiempo y del espacio, literalmente en el lugar donde el este coincide con el oeste. El empedrado llega hasta el patio del antiguo Real Observatorio de Greenwich.

Por la noche, unas luces ocultas brillan a través de la línea meridiana, recubierta de cristal, como una grieta artificial en alta mar que dividiese el globo terráqueo en dos mitades iguales con toda la autoridad del ecuador. Para que resulte aún más vistoso después de anochecido, un rayo láser verde proyecta la visibilidad del meridiano unos dieciséis kilómetros, cruzando el valle hasta Essex.

Imparable como un superhéroe de cómic, la línea atraviesa los edificios cercanos. Se presenta como una banda de cobre sobre los suelos de madera de la Casa del Meridiano, y después se convierte en una hilera de señales luminosas rojas que recuerdan el sistema de iluminación de la salida de emergencia de un avión. Fuera, donde el meridiano principal se desliza por el empedrado, hay franjas de cemento con letras en cobre y señales que anuncian los nombres y las latitudes de las grandes ciudades del mundo.

Una máquina estratégicamente emplazada me ofrece un papel en el que consta el momento —con una precisión de una centésima de segundo— en el que he traspasado el meridiano principal. Pero sólo se trata de una atracción secundaria, al bonito precio de una libra. La hora media de Greenwich, a la que todo el mundo ajusta su reloj, está indicada con mayor precisión, hasta la millonésima de segundo, en la Casa del Meridiano, en un reloj atómico cuya pantalla digital cambia con demasiada rapidez como para ser captada por el ojo humano.

Nevil Maskelyne fue quien llevó el meridiano principal a su actual situación, a unos once kilómetros del centro de Londres. Durante los años que vivió en el observatorio, desde 1765 hasta su muerte, en 1811, Maskelyne publicó cuarenta y nueve números del Almanaque náutico. Calculó todas las distancias entre la Luna y el Sol y viceversa que aparecen en el Almanaque desde el meridiano de Greenwich. Y así, comenzando con el volumen de 1767, los marinos del mundo entero que utilizaban las tablas de Maskelyne empezaron a calcular la longitud a partir de Greenwich. Con anterioridad, se conformaban expresando su posición en términos de grados al este o al oeste de cualquier meridiano que les pareciese conveniente. La mayoría se servía del punto de partida —«tres grados veintisiete minutos al oeste del Lizard», por ejemplo— o del de destino. Pero las tablas de Maskelyne no sólo hicieron viable el método de la distancia lunar, sino que convirtieron el meridiano de Greenwich en el punto de referencia universal. Incluso las traducciones francesas del Almanaque náutico conservaron los cálculos realizados por Maskelyne en Greenwich, a pesar del hecho de que las demás tablas del Connaissance des Temps considerasen el meridiano de París como el principal.

Con este homenaje a Greenwich, podría haber sido de esperar que los cronómetros hubieran tenido menos prestigio que el método de la distancia lunar para averiguar la longitud, pero en realidad ocurrió lo contrario. Los navegantes seguían necesitando hacer observaciones lunares de vez en cuando, con el fin de verificar los cronómetros. Si abrían las páginas adecuadas del Almanaque náutico, computaban la longitud del navío al este o al oeste de Greenwich, independientemente del punto de partida o de llegada. También los cartógrafos que realizaban travesías a tierras aún no registradas en los mapas dejaban constancia de la longitud de esos lugares siguiendo el meridiano de Greenwich.

En la Conferencia Internacional sobre el Meridiano, celebrada en Washington en 1884, los representantes de veintiséis países votaron a favor de que la práctica más extendida se hiciera oficial. Declararon el meridiano de Greenwich el meridiano principal en el mundo, decisión que no sentó demasiado bien a los franceses, que siguieron reconociendo el meridiano del observatorio de París, a más de dos grados al este de Greenwich, como línea de partida durante veintisiete años más, hasta 1911. Incluso entonces no hablaban directamente de la hora media de Greenwich, sino de «la hora media de París, con un retraso de nueve minutos y veintiún segundos».

Dado que el tiempo es longitud y la longitud tiempo, el antiguo Real Observatorio es también el que atiende al momento en que cae la medianoche. El día comienza en Greenwich. Las zonas horarias de todo el mundo funcionan según un número legislado de horas de adelanto o de retraso respecto a la hora media de Greenwich (HMG; «Greenwich mean Time», GMT). La hora de Greenwich llega incluso hasta el espacio exterior: los astrónomos utilizan la HMG para cronometrar predicciones y observaciones, sólo que en los calendarios celestes se la llama hora universal.

Medio siglo antes de que el mundo entero empezase a considerar Greenwich como punto de referencia, los funcionarios del observatorio proporcionaban señales visuales desde el techo de Flamsteed House a los barcos del Támesis. Cuando los capitanes de navío estaban anclados en el río, podían poner sus cronómetros en hora con la bola que caía todos los días a la una del mediodía.

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