Historia de la conquista del Perú y de Pizarro
Ediciones LAVP
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Historia de la conquista del Perú y de Pizarro
© Henri Lebrun - Enrique Lebrun
Primera edición (1862)
Historia de los países latinoamericanos N° 1
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Cel 9082624010
New York Cit y, USA
ISBN: 9780463677162
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Introducción
El imperio del Perú, en tiempo de su invasión por los españoles, abrazaba un territorio cuya extensión sorprende, puesto que no bajaba de mil quinientas millas de norte a sur a lo largo del Océano Pacífico; su anchura de este a oeste era mucho menos considerable, sirviéndole de límites las grandes cordilleras de los Andes, que se prolongan del uno al otro de sus extremos en toda su longitud.
Como las demás comarcas del Nuevo Mundo, el Perú estaba en su principio habitado por numerosas tribus errantes de groseros salvajes, para quienes eran desconocidos los más sencillos procedimientos de la industria. Sus primeros habitantes, si hemos de dar crédito a las tradiciones que han llegado hasta nosotros, debieron haber sido uno de los pueblos más bárbaros de América. Iban errantes en un estado de desnudez completa por los bosques y selvas impenetrables que cubrían el suelo, puesto que no sabían servirse de la producción del país sino para satisfacer sus necesidades del momento, y carecían de toda noción de los principios que sirven para distinguir el bien del mal.
Los goces de la vida animal eran los únicos objetos de sus pensamientos, y su mayor ambición consistía en procurarse los víveres que necesitaban. Transcurrieron muchos siglos sin que cambiase en nada este deplorable estado; ni los sufrimientos continuos, ni las privaciones extraordinarias a que estaban sujetos pudieron hacer nacer en su espíritu la idea de mejorar su situación.
¿Cómo empezó pues a establecerse allí la civilización? Ignórase completamente, debiendo atenernos para saberlo a los datos por la tradición transmitidos. Según ella una de sus hordas errantes fue visitada en las orillas del lago Titicaca por dos seres de distinto sexo, de majestuoso continente y con decencia vestidos.
Aquellos personajes singulares se anunciaron como hijos del sol, encargados por el poder celestial de instruir y civilizar a los hombres. Declararon que el grande astro del día veía con dolor el estado miserable a que estaban los naturales por su ignorancia condenados, y añadieron que si querían seguir exactamente sus lecciones, aumentarían considerablemente los goces de su existencia.
Los salvajes en su sencillez, escucharon con profundo respeto las palabras de aquellos supuestos enviados del sol, y prometieron fácilmente obedecer unos consejos que tan grandes ventajas debían proporcionarles.
Comenzaron a reunirse en gran número y pasaron con sus guías a Cuzco, donde fundaron el primer establecimiento del país. La naciente colonia, gracias a los esfuerzos de los nuevos legisladores, eficazmente secundados por los habitantes que de buen grado se habían sometido a su gobierno, empezó a tomar un aspecto próspero, y adquirió sucesivamente bastante extensión e importancia para formar una gran ciudad. Según Garcilaso de la Vega pasaban estos hechos unos cuatro siglos antes de la llegada de los españoles.
Manco Capac y Mama Ocollo (que así se llamaban aquellos supuestos hijos del sol), alentados por el buen éxito obtenido, prosiguieron en la tarea con tan buenos auspicios empezada. Llegaron nuevos habitantes de todas partes, y como cada uno de ellos experimentaba las ventajas de ese nuevo orden de cosas, no fue difícil persuadir a aquellos sencillos y confiados salvajes que se sometiesen con una obediencia ciega a los que los instruían.
Manco Capac enseñó a los indios las artes útiles, y en especial la agricultura, y Mama Ocollo adiestró a las mujeres en el arte de hilar y hacer tejidos. Gracias al trabajo de los primeros la subsistencia fue menos precaria, al paso que la industria de las últimas hacía más agradable la vida.
Después de haber atendido a los objetos de primera necesidad para una sociedad naciente, o lo que es lo mismo, después de haber asegurado al pueblo grosero que tenía bajo su dirección los medios de alimentarse, y de haberle proporcionado vestidos y moradas, Manco Capac se ocupó en asegurar su felicidad estableciendo una policía y leyes, de suerte que su colonia ofreció pronto la imagen de un estado gobernado con regularidad. Multitud de tribus nómadas se reunieron a las que de tal grado de prosperidad disfrutaban; no tardó en hacerse sentir la necesidad de edificar nuevas ciudades, y viéronse levantar en poco tiempo hasta trece al oriente y treinta al occidente de Cuzco.
Tal fue el origen del imperio de los incas o señores del Perú. Manco Capac reinó de treinta a cuarenta años, constantemente respetado y ciegamente obedecido por sus súbditos, que le miraban como un ser celestial. Cuando vio acercarse su muerte, reunió en torno suyo a los principales habitantes, y les hizo un largo razonamiento rogándoles que siguiesen con escrupuloso esmero las instrucciones que les diera y las leyes que había establecido para su bienestar y prosperidad.
Mandó llamar a su hijo, que debía sucederle, y le dio sabios y prudentes consejos sobre el modo como debía conducirse para asegurar su propia felicidad y la de sus pueblos. El anciano inca murió llorado de todo su pueblo, y tuvo por sucesor a su hijo Sinchi Roca, príncipe de carácter belicoso, que extendió considerablemente el primitivo territorio del imperio.
El reino fundado por Manco Capac continuó prosperando bajo una serie de doce monarcas respetados no solamente como tales, sino como divinidades: su sangre era mirada como sagrada, y no fue manchada jamás por ninguna mezcla, pues estaba prohibido todo matrimonio entre los pueblos y la raza de los incas. Los hijos de Manco Capac se casaban con sus propias hermanas, y no podían subir al trono sin probar antes que no tenían más antepasados que los hijos del sol. Tal era el título de todos los descendientes del primer inca, y el pueblo estaba acostumbrado a mirarlos con la veneración debida a seres de una jerarquía más elevada.
Creíase que estaban bajo la protección inmediata de la divinidad, de quien traían su origen y que todas las voluntades del inca eran las de su padre el sol. Huana Capac, el duodécimo inca después de la fundación del imperio, fue un príncipe de grande habilidad, y no menos distinguido por sus virtudes en la paz, que por los talentos militares que desplegó durante la guerra.
Apoderose del vasto imperio de Quito; más esta conquista, si bien gloriosa, puede considerarse como la causa de la ruina del Perú, puesto que la guerra civil que entre ambos países estalló después de su muerte, facilitó no poco el triunfo de los españoles.
El carácter, la religión y las costumbres de los peruanos ofrecían un contraste notable con las de los mexicanos. Mientras que los primeros se distinguían por la dulzura y la bondad, mostrábanse los segundos belicosos y sanguinarios. Desde el establecimiento de la monarquía de los incas habíase verificado una revolución completa en aquellos lugares por groseros salvajes habitados. Según el P. Valdera, los naturales de aquellas comarcas eran, en su estado primitivo, tan crueles y bárbaros como los de las demás partes del Nuevo Mundo.
Su idolatría era tan absurda y grosera como la de los mexicanos. Una roca o una montaña gigantesca, el mar o un río, animales feroces, un árbol o una flor eran sucesivamente objetos de su adoración. Las tribus de la costa adoraban el mar y la ballena, sin duda a causa de su enorme grandor; al paso que las del interior tributaban culto a las fieras. Había también en las fronteras del Perú algunas hordas que no tenían forma alguna de culto, que parecían no conocer la influencia ni del temor, ni de la esperanza, y que, en ese punto, vivían como brutos.