Anexo I
Los regresos a América
E s innegable que el esperado éxito del primer viaje de Colón facilitó la realización de todas las siguientes aventuras de exploración y asentamiento en el nuevo continente. Con apoyo total y real de los Reyes Católicos, el dinero apareció en abundancia para financiar nuevas travesías, así como también expertos marinos dispuestos a colaborar, geógrafos, e incluso instrumentos más sofisticados y experimentales.
De esta manera, se organizó una segunda expedición mucho más grande tanto en volumen como en ambiciones.
Se logró reunir una fuerza formidable de casi 1500 hombres (800 soldados más religiosos, profesionales, campesinos y hasta soldaderas), que fue preciso embarcar en 17 barcos, 14 carabelas y tres naos. Esta expedición resultó ser la más numerosa y rica, contando, en total, con 34 navíos para unos 1500 navegantes, incluida María Fernández, la única identificada por Consuelo Varela entre las mujeres que zarparon en septiembre de 1493.
Juan Fonseca, obispo de Burgos. Organizó la segunda expedición de Colón al Nuevo Mundo por pedido de los Reyes católicos.
Como en el primer viaje, la gente era casi toda española, con mayoría andaluza, un grupo vizcaíno, algunos catalanes, un mallorquín, varios portugueses y también italianos. Pero esta vez llevaban todo tipo de artilugios técnicos, agrícolas y bélicos, amén de animales, semillas y plantas.
Todo esto se reunió en poco más de cuatro meses gracias al obispo don Juan Rodríguez de Fonseca, a quien los Reyes Católicos encargaron la organización de tamaña empresa. No en vano, fray Bartolomé de Las Casas dijo de él que era «… muy capaz, para mundanos negocios, señaladamente para congregar gente de guerra para armadas por la mar, que era más oficio de vizcaínos que de obispos». La expedición incluía un importante material de asentamiento entre los que se contabilizaban numerosas especies de plantas y animales, con clara intención de aclimatarlos en los nuevos territorios que se proponían colonizar.
Esta verdadera armada conquistadora se preparó febrilmente en Cádiz y Sevilla. De Cádiz salió una parte el 13 de setiembre de 1493, fecha que se toma como inicio del segundo viaje, pero el grueso se hizo a la mar unos días después, el 25 de septiembre. Colón escribió, como ya lo había hecho anteriormente, un diario de viaje donde detallaba todos los avatares de la travesía para que lo leyeran a su regreso los Reyes Católicos. Sin embargo, no se conserva el original de ninguno de estos escritos porque, años depués, un sobrino del Almirante llamado Luis malvendió sus manuscritos y otros documentos.
El segundo viaje colombino, entonces, tenía tres objetivos claramente diferenciados: primero, socorrer a los españoles del fuerte de la Navidad; segundo, continuar los descubrimientos comenzados tímidamente en el primer acercamiento, tratando de alcanzar las fabulosas tierras del Gran Khan, de las que hablara Marco Polo, y, tercero, colonizar la mayor parte de las islas y territorio continental ya demarcado.
Tras hacer la obligada escala en las islas Canarias, suerte de trampolín que facilitaba la aventura colombina de cruce del Atlántico, el Almirante ordenó fijar rumbo hacia el oeste, inclinándolo hacia la cuarta del suroeste. Esta decisión sorprendió a muchos de los que formaban parte de la expedición y sigue sorprendiendo a los historiadores modernos, ya que se trataba de una dirección mucho más pronunciada hacia el sur que la de la primera vez. Se ha especulado largamente sobre este cambio de rumbo. J. J. Benitez en su libro Planeta encantado, el enigma de Colón busca dar una respuesta a este interrogante y dice:
«La clave estaba en el oro y en la silueta de un monte. Éstas eran las informaciones facilitadas por el piloto anónimo antes de morir. Colón busca la isla de oro (Cipango) como objetivo prioritario. No puede regresar a España sin las inmensas riquezas que ha prometido a los Reyes Católicos y a cuantos han costeado el viaje.»
Los cronistas de épocas inmediatas y posteriores sugieren que Colón pretendía recalar así en Cipango. Los indígenas a los que había preguntado por estas tierras señalaban el este y repetían «Cibao». De ahí seguramente provino la obsesión del Almirante por rectificar en parte la dirección emprendida en el primer viaje. Así fue que sus beneficios resultaron mucho mayores ya que lo que encontró fue una ruta más rápida y segura para llegar a América.
La llegada
El 3 de noviembre, sólo 21 días después de haber salido de Canarias, la armada alcanzó las islas Deseada y Dominica. Posteriormente se descubrieron Mari Galante, donde Colón volvió a tomar posesión en un acto ceremonial, y Guadalupe, donde los españoles encontraron unas ollas en las que se cocinaba carne humana, la marca de los indios caribes que practicaban la antropofagia.
Escalonadamente fueron surgiendo otras islas como Monserrat, Santa María la Antigua, San Martín, Santa Cruz y finalmente las bautizadas como Once Mil Vírgenes, por su número incalculable de pequeñas porciones de tierra, islotes y archipiélagos. El 18 una buena parte de la expedición desembarcó en Borinquén o Boriquén, a la que se llamó San Juan, y que luego sería parte de Puerto Rico. El apuro por llegar al fuerte de la Navidad hizo que Colón no se detuviera en estas tierras, visiblemente ricas en una gran variedad de productos sobre los que había interés comercial.
El 27 de noviembre de 1493 arribó al lugar donde había naufragado la Santa María, en la actual costa norte de Haití. Aunque se los buscó desesperadamente, la expedición no encontró rastro alguno de los treinta y nueve hombres que había dejado en el fuerte. Algunos indios dieron a entender que habían sido asesinados por un cacique enemigo llamado Caonabó, versión que Colón tuvo que aceptar, aunque la historiografía oficial duda de esta explicación. ¿En qué lenguas se comunicaban los colonizadores con los indios?
La avanzada de la expedición procedió entonces a fundar una colonia en aquella zona de la isla, donde se sabía a ciencia cierta que había oro y otros metales codiciados. Porque fue en este segundo viaje que el Almirante arribó a «su Cipango», tierras donde luego encontraría las minas de oro del valle del Cibao.
El asentamiento se estableció el 6 de enero de 1494 a unas diez leguas de Monte Christi y fue La Isabela, primera población española en América. El sitio era insalubre, bastante antihigiénico por no tener acceso a agua que corriera, pero proporcionaba condiciones defensivas. Es comprensible que los expedicionarios, en esa situación, se inclinaran por estas últimas. Desde allí Colón dio partida a dos expediciones. La primera fue al mando de Ojeda y Corbalán, con la clara directiva de encontrar el oro.
Cuando regresaron con algunas muestras del metal, se despacharon 12 barcos de regreso a España bajo el mando de Luis de Torres con esas y otras muestras del oro encontradas y un memorial para los Reyes en el que se proponía el cambio de las vituallas y ganados necesarios para el sustento del continguente. Luego, él mismo dirigió en persona otra expedición a Cibao. Halló efectivamente algo de oro y mandó construir el fuerte de Santo Tomás, que quedó al mando de Pedro Margarit. Nuevamente, las informaciones del piloto anónimo son de gran utilidad. J. J. Benítez documenta un nuevo misterio. Dice Benítez en su reciente investigación:
«Al preparar los cimientos (del fuerte de Santo Tomás) los hombres quedan nuevamente atónitos: allí, en un nido de paja y barro, aparecen tres o cuatro piedras de lombarda. ¿Balas de cañón en La Española antes del descubrimiento? ¿Quién ha dejado esas balas “imposibles” en el Cibao? Nadie se lo explica, salvo Colón. Pero el Almirante guarda silencio. Él sabe que fue la tripulación del prenauta quien dejó allí el preciado “tesoro”. Otra señal y otra aplastante demostración del paso de los predescubridores por el Caribe antes de 1492.»