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Pedro Vallín - ¡Me cago en Godard!

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Pedro Vallín ¡Me cago en Godard!
  • Libro:
    ¡Me cago en Godard!
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2019
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PEDRO VALLÍN Colunga Asturias 1971 es periodista Ha ejercido con - photo 1

PEDRO VALLÍN (Colunga, Asturias, 1971) es periodista. Ha ejercido con versatilidad forzosa en las secciones de Sucesos, Local, Economía, Cultura y Política de medios como La Nueva España, El Comercio y Metro, así como en media docena de páginas web. Es uno de los padres (y avalistas) de los Premios Feroz, los Globos de Oro del cine español, y en la actualidad cultiva en La Vanguardia una licenciosa forma de crónica política en la que el procés es Godzilla y las cloacas del Estado, una tragedia de Sófocles. También se le puede encontrar en Twitter, red social en la que tiene más de cuarenta mil seguidores. ¡Me cago en Godard! es su primer libro.

«Yo escribía para que ella me quisiera más».

FERNANDO SAVATER

Para Loreto, por «Las aventuras de Gato y Lirón».

Título original: ¡Me cago en Godard!

Pedro Vallín, 2019

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Prologuista: David Remartínez

Editor digital: KayleighBCN

ePub base r2.1

Te sientes culpable cuando te gusta una película de masas Te autoflagelas - photo 2

¿Te sientes culpable cuando te gusta una película de masas? ¿Te autoflagelas viendo cine de autor? No te preocupes, Pedro Vallín quiere curarte.

Críticos culturales de plumas avinagradas han sentenciado durante décadas que el cine de Hollywood oculta un maligno instrumento de adoctrinamiento colectivo. Una perversión subliminal que aliena a las masas y les inocula la ideología dominante. Semejante visión del cine comercial supone que la gente es imbécil. Que se la traga siempre. Entre cuencos de palomitas. Y encima, riéndose.

Pedro Vallín ha escrito un ensayo herético que defiende que no, que ni los superhéroes yanquis defienden la propiedad privada ni el cine de autor europeo transmite valores progresistas. Y que puestos a generalizar ocurre lo contrario: que el cine made in Hollywood es emancipador y que las producciones europeas acusan un sesgo burgués, ensimismado y autoindulgente.

¡Me cago en Godard! es un libro irreverente y con clara vocación de incordio. Su autor no se caga solo en Jean-Luc, sino que también lo hace en la elitismo condescendiente del establishment cinematográfico europeo, en los dogmas que identifican las películas estadounidenses con la derecha y en el mal llamado «placer culpable». Porque es absurdo sentirse un aliado del imperialismo por disfrutar de una película palomitera (o sentirse mejor persona por dormirse frente a una mala película indie).

En definitiva, Pedro Vallín ha querido firmar una defensa del goce en el cine, del humor y del pensamiento autónomo, es decir, su sentencia de muerte como crítico cultural de prestigio. Y los de Arpa encantados de ayudarle. RIP Vallín.

Pedro Vallín Me cago en Godard ePub r10 KayleighBCN 31032020 - photo 3

Pedro Vallín

¡Me cago en Godard!

ePub r1.0

KayleighBCN 31.03.2020

AGRADECIMIENTOS

Este libro existe porque Carmina y Pirochi me enseñaron lo más importante: que la vida merece entusiasmo, que el mundo es muy ancho y que tendría miles de largas tardes para sorprenderme de sus prodigios, muchos de ellos en el interior de una pantalla. Aún lo hago. Susana y Esteban me acompañaron en aquellos primeros viajes exploratorios, disputando conmigo un puesto delante del televisor, casi siempre en pijama, sobre la alfombra. El libro debería haberlo firmado conmigo David Remartínez, porque ha escrutado cada una de las páginas, me las ha devuelto tachadas y comentadas, ha discutido conmigo cada argumento y celebrado cada ocasional hallazgo, además de proponer adendas perspicaces. Este libro es en realidad una conversación con él. Guardo sus notas, correcciones y carcajadas como un tesoro privado. A él se deben la claridad, la vocacional ligereza y el humor que asoman. Además de él, leyó todo esto María Pérez, cuyo sosiego y criterio serán tan difíciles de olvidar como su quisquilloso bolígrafo rojo. También Loreto Aldámiz-Echevarría le echó una mirada, evitando que me pusiera más estupendo o soez de lo conveniente, que es lo que siempre hace por mí. Noel Ceballos, el mejor crítico español de cine de su generación, revisó gran parte del libro para evitar errores dramáticos en asuntos culturales de los que él es un erudito. A Marcial Castañón, que ya no está, le debo que me contagiara la voluntad de observarlo todo intentando atravesarlo. Daniel Crespo ha sido un lector entusiasta —siempre es importante que alguien te diga que todo va bien— y con él mantuve la tormenta de ideas para un concepto de portada que aglutinara símbolos estadounidenses y marxistas. Anna Juvé plasmó eso convirtiendo a Superman en un puño izquierdo en alto y una bandera roja, una genialidad que desbordó mis expectativas más optimistas. Miguel García me descubrió músicas que ustedes no oirán, pero que están detrás de cada línea escrita. La versión que Dominik Eulberg hizo de «Parade», de Rone, ha logrado que mis palabras se me antojen musicales aunque no lo sean. A Javier Romero, Juan Fernández, Pedro Moral, Alberto Moreno, Javier Sánchez, David Carrón, Joaquín Ortega, Guillermo de la Puente, Álvaro Cortina y Manuel Ligero, así como los compañeros de feroz manada Laura Seoane, Fernando de Luis, David Martos y Pablo López, debo las largas y acaloradas charlas sobre películas que son el bastidor que hay detrás de casi todo lo que aquí se cuenta. A todos los que he robado ideas, que son muchísimos, los cito con escrúpulo en el texto a sabiendas de que es un pago escaso para todo lo que este volumen les debe. A Álvaro Palau Arvizu, que es tan listo como locuaz, le quedo a deber su paciencia y tolerancia como editor, pero lo que más le agradezco es lo que les decía, que es listo y locuaz. Eso no está pagado.

PEDRO VALLÍN

15 de julio del 2019

PRÓLOGO

EL PEQUEÑO CAPATAZ

La cabeza de Pedro Vallín es, por dentro, una gran biblioteca antigua de varias plantas en una altura supina, donde, en lugar de largas escaleras de caoba con rodamientos —como es habitual en las bibliotecas antiguas de las películas—, operan unos muñequitos voladores de Pixar muy pequeños. Conforme Pedro habla afuera, los muñequitos buscan entre las estanterías las diminutas cápsulas de conocimiento que requiere el discurso de aquel, cápsulas que consignan ideas breves y que se pueden combinar entre sí, no porque lleven extremos de puzle o de Lego, ni porque encajen con cualquier otra evidencia, sino por todo lo contrario: porque son llanas y claras. Son minúsculas cajas de razonamientos impecables que atraen como un imán a otras cajas similares, a otros fogonazos de clarividencia, tengan o no que ver entre sí. Conforme los muñecos flotantes localizan las cápsulas sucesivas e inconexas que el discurso de Pedro va requiriendo, las colocan sobre una cinta transportadora cuyo discurrir controla un capataz —de Pixar también— y que desemboca, lógicamente, en la boca de Pedro. Al salir, el capataz le confiere una coherencia de razonamiento, de arte o de provocación a ese ferrocarril de ideas mínimas, como lo haría la manga pastelera de una churrera. Y el churro, ya con vida, ora seduce a la concurrencia, ora la lía parda alrededor.

El funcionamiento de esta maquinaria antigua y a la vez modernísima que explica la efervescencia mental de mi amigo permite la conexión en una misma sentencia u oración de argumentos aparentemente disparatados, incompatibles; esto es, de dos cápsulas catalogadas en dos secciones muy alejadas dentro de los anaqueles de su cabeza (como, por ejemplo, los sinsabores del sexo adolescente y yo qué sé… la fabada). Además, su engranaje pixariano le proporciona a Pedro, gracias a la fabulosa ingeniería de su biblioteca, a la rapidez de los operarios que la movilizan y a la entrega de su capataz, la posibilidad de añadir a mitad del parloteo un segundo discurso menor, más anecdótico, una subtrama en definitiva, que la manga churrera es capaz de enlazar y mezclar con la tesis principal como se cruzaban los rayos captores de los cazafantasmas: pareciendo que todo se iba a ir al garete por ingobernable, pero no. Cuando Pedro quiere abandonar esa cuerda secundaria, la suelta y vuelve al asunto troncal, aunque haya transcurrido una eternidad, para seguir fabricando su tesis principal sobre la marcha como si nada, sin darle tiempo siquiera a su interlocutor a quedarse pensando a cuenta de qué ha venido esa anécdota de las fabes con almejas, cuando estaban hablando de tetas.

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