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Ángel Viñas - ¿Quién quiso la Guerra Civil?

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Ángel Viñas ¿Quién quiso la Guerra Civil?
  • Libro:
    ¿Quién quiso la Guerra Civil?
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2019
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¿Quién quiso la Guerra Civil?: resumen, descripción y anotación

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7. Actuaciones públicas y nueva apelación a Mussolini

Actuaciones públicas y nueva apelación a Mussolini

There is only one thing in the world

worse than being talked about

and that is not being talked about.

Oscar Wilde

En enero de 1935 Calvo Sotelo fue a Roma para asistir a la boda de la infanta Beatriz. Es un episodio conocido. No sabemos si aprovechó la ocasión para entrevistarse con autoridades italianas. Gracias a un informe rescatado por Bullón de Mendoza, es notorio que se entrevistó con el exrey. A este último le pareció que el político gallego tenía la talla para dirigir un gran partido monárquico, pero temía que, de lograrlo y llevado por su ambición, pudiera erigirse en dictador y prescindir del monarca. Tan interesante detalle procede de un informe remitido a la DGS madrileña por un agente republicano. Hay que tomarlo con un grano de sal. En particular, porque en él se afirma que Alfonso XIII comparó a Calvo Sotelo con Hitler, lo cual parece exagerado incluso en aquella época. Más vista demostró el entonces embajador ante la Santa Sede, el exministro Pita Romero, quien en un informe al Ministerio de Estado aludió a Calvo Sotelo y Goicoechea como, quizá, los más tentados de emular las formas totalitarias italianas de las que pudieran esperar simpatía o ayuda. No se imaginaba hasta qué punto.

LIMPIA MILITAR Y LOAS A ITALIA

La derecha y la extrema derecha se preocuparon ante todo de «limpiar» los cuadros militares, acudiendo al consabido cuento de la afiliación a la masonería, fuera cierto o no. Es significativo que la propuesta hecha en febrero de 1935 por un diputado semidesconocido, Dionisio Cano López, con antiguas conexiones con Sanjurjo, pero nominalmente independiente, recogiera las firmas de, entre otros, Calvo Sotelo, Goicoechea, Lamamié de Clairac, Albiñana, Honorio Maura, Maeztu, Fernández Ladreda, Bau, Rodezno y Sainz Rodríguez. La intención monárquico-carlista estribaba en desarticular en todo lo posible la supuesta cabeza masónica del Ejército. La evolución de este episodio, muy conocido, la ha analizado entre otros Gabriel Cardona, que describe así el marco:

Desde 1931 la República había demostrado ser militarmente más fuerte que sus enemigos. Había sofocado tres sublevaciones anarquistas, la Sanjurjada y la revolución de octubre gracias a los mandos militares. Era evidente que quien controlara el Ejército tendría el futuro en la mano. Las conspiraciones de 1932 y la Sanjurjada habían desprestigiado a varios generales conservadores, y en las filas de la derecha se perfiló una estrategia para desacreditar a los generales republicanos o simplemente profesionalistas.

De los 24 generales de división en activo se acusó a ocho. Se identificó solo a un masón. Entre los 57 de brigada se acusó a doce. Había uno que lo era, y únicamente desde 1932. Cuando Gil Robles desempeñó el Ministerio de la Guerra se había cesado a seis de los acusados. Entre ellos, uno masón. ¡Qué palmarés! De todas maneras, la maniobra muestra hasta qué punto, a pesar de sus diferencias doctrinales y tácticas, la CEDA y los monárquicos calvosotelistas/carlistas eran capaces de agruparse para llevar a cabo acciones de zapa. Nunca hubo fronteras infranqueables entre las fuerzas de la derecha más antiliberal y antidemocrática, carlista, profascista, seudofascista, parafascista o declaradamente fascista. El trasiego de hombres y consignas fue constante.

Ahora bien, como muestra el documento n.º 2 del anexo, esta labor de zapa y de preparación para «lo que pudiera venir» no se quedó ahí. Más importante fue lo que vino después durante los pocos meses (de abril a diciembre) que Gil Robles estuvo a la cabeza del Ministerio de la Guerra y que no suele figurar ni en sus memorias ni en algunas de las hagiografías que se le han dedicado. Hoy es fácil analizar la gestión gilroblista gracias a una monografía sobre la labor legislativa del Gobierno y del Ministerio de la Guerra republicanos efectuada por un interventor del actual Ministerio de Defensa y miembro de la Oficina Nacional de Auditoria de la Intervención General del Estado. Sus aspectos más significativos comprenden:

1.ºRelevos en la cabeza del mando militar.
2.ºMedidas sobre las situaciones en la carrera militar, sobre pases a la reserva y a la categoría de «disponibles».
3.ºDescongelación a los ascendidos por méritos de guerra.
4.ºModificación de las normas sobre ascensos.
5.ºReorganización y ampliación de facultades del Consejo Superior del Ejército.
6.ºRemilitarización de la sedicente Justicia Militar.
7.ºMedidas de «autoprotección» contra la masonería y la creación de un artilugio sustitutivo de los «tribunales de honor», eliminados por precepto constitucional.

Amén de otras muchas disposiciones que ha examinado con detenimiento el interventor y auditor Huerta Barajas.

Nada de ello fue suficiente. El acoso político y público constituía la única alternativa útil en aquel momento para seguir corroyendo los fundamentos del régimen y mantener la llama de su deslegitimación. Contentaría a los italianos y no impediría intensificar la lucha ideológica contra la izquierda y, llegado el caso, contra la propia CEDA. En alguna ocasión, Calvo Sotelo había dicho que «a España la salvaría dentro de la República Gil Robles; y fuera, el Bloque Nacional». En 1935 ya afirmaba que de dentro de la República no veía salvación. Quería

una España con talla de gigante y soplo creador. Una España imperial, porque como dice Pemán, cuando España deja de tener voluntad de Imperio empieza a tener sumisión de colonia.

¡Tres hurras por el vate gaditano! Nada de esto impidió a Calvo Sotelo intentar, en ocasiones, algún tipo de cooperación con la CEDA. La conclusión de Gallego es que de lo que se trataba era de llegar a una convergencia «entre el pensamiento tradicionalista católico, el proyecto político alfonsino y la energía nacionalista de las nuevas juventudes fascistas». Calvo Sotelo destacó en el terreno de la acción-reacción entre arremetida y búsqueda y, a la vez, trató de marcar su propio terreno a la hora de garantizarse un liderazgo político e intelectual.

Esto es evidente en muchos de sus discursos del año 1935: no cabía soñar con una restauración monárquica íntegra, pero el Estado español necesitaba abordar con urgencia la garantía de la unidad de la PATRIA —acosada por los nacionalismos catalán, vasco, gallego— y de su superior autoridad, recuperar la espiritualidad cristiana y asegurar la paz social. La Constitución era incompatible con tales exigencias. Su reformulación era imposible. Había que eliminarla. La política de Gil Robles y sus proyectos de revisión constitucional eran insuficientes, pero él quería ir unido con todas las derechas.

Así pues, podríamos señalar que en el plano español el acuerdo de 1934 fue una pieza fundamental, aunque sin repercusiones inmediatas, pero que probablemente elevó la moral de quienes lo conocían. Los gobiernos del segundo bienio pararon las reformas adoptando una postura conservadora, lo cual no dejó de agradar a Italia. Volvió en octubre, en circunstancias internacionales muy cambiadas. Tras el restablecimiento por Hitler del servicio militar obligatorio en marzo, Francia había iniciado un acercamiento a Mussolini que se materializó en abril en el «Frente de Stresa», junto con Gran Bretaña, para prevenir futuras violaciones del Tratado de Versalles y en defensa de la neutralidad de Austria —que interesaba a Italia— y Hungría, pero…

ABISINIA

Poco a poco las ambiciones del Duce empezaron a proyectar sombras ominosas al centrarse en Abisinia (Etiopía), el único país independiente junto con Liberia en el continente africano. La opinión pública comenzó a agitarse en Europa y también en España, donde el apoyo a la Sociedad de Naciones era un punto cardinal de la política exterior.

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