En relación con las víctimas de la Guerra Civil española se han creado y difundido los que podemos llamar mitos de la represión, formulaciones con algún fundamento en una realidad que ha sido deformada y que enjuicia con distinta medida la represión en una y otra zona. Todo al servicio de un proyecto concreto: la reivindicación del bando frentepopulista y la definitiva proscripción de los principios sostenidos por el Alzamiento y la España de Franco.
Estas páginas permiten comprobar lo necesario que resulta acudir a los objetivos y al método de la investigación histórica, sin necesidad de emplear conceptos equívocos como el de la recuperación de la memoria que encubren la voluntad de servirse del pasado como arma de combate en el empeño de degradar la convivencia entre los españoles.
Ángel David Martín Rubio
Los mitos de la represión en la Guerra Civil
Prólogo de Pío Moa
ePub r1.0
Titivillus 23.03.18
Título original: Los mitos de la represión en la Guerra Civil
Ángel David Martín Rubio, 2005
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A mis sobrinas,
y a los jóvenes que se interesan
por la Historia de España
«Si ignoras lo que ocurrió
antes de que tú nacieras,
siempre serás un niño»
Cicerón
ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO. Nacido en Castuera (Badajoz) el 29 de septiembre de 1969. Ordenado sacerdote en Cáceres el 29 de junio de 1997.
Licenciado en Geografía e Historia en la Universidad de Extremadura y en Historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Profesor de Historia de la Iglesia en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe (Cáceres) y en el Instituto Teológico San Pedro de Alcántara del Seminario de la Diócesis de Coria-Cáceres. Profesor en el Instituto de Humanidades Ángel Ayala-CEU (Madrid).
Autor de varios libros (entre ellos, Paz, Piedad, Perdón… y Verdad: La represión en la guerra civil: una síntesis definitiva y Salvar la memoria: Una reflexión sobre las Víctimas de la Guerra Civil) y de artículos en revistas como Razón Española, Hispania Sacra, y Aportes sobre las pérdidas humanas como consecuencia de la guerra civil y la persecución religiosa.
PROLOGO
El excelente libro del investigador Ángel David Martín Rubio Los mitos de la represión, viene a arrojar nueva luz sobre una cuestión que sigue, algo extrañamente, de plena actualidad. En lo más básico, el asunto quedó prácticamente zanjado en los años 70 por el estudio ejemplar de Ramón Salas Larrazábal Pérdidas de la guerra, hoy casi inencontrable. Digo prácticamente zanjado no porque el libro de Salas no estuviera expuesto a revisión y correcciones, como todos, sino porque apartaba el tema del ámbito de la propaganda, haciéndolo entrar en el de la historiografía, y aclaraba que los dos bandos durante la guerra practicaron el terror, en parte espontáneo y en parte organizado oficialmente, causando cada uno varias decenas de miles de víctimas hasta un total de en torno a 120 000 - 130 000. Esta cifra encajaba bien en los estudios demográficos generales sobre el número total de muertos violentamente, en combate o de otras formas. Las víctimas causadas por las izquierdas habrían superado a las de derechas, aunque la represión de posguerra habría acercado las cifras bastante.
El estudio de Salas se acercaba a la verdad —y por lo tanto a la reconciliación— muchísimo más que cualquier otro anterior. Dejaba así en evidencia las viejas leyendas de uno y otro bando, que elevaban a cientos de miles las víctimas y las achacaban casi exclusivamente al terror enemigo. A partir de ahí se abrían dos problemas historiográficos: uno, el problema clave y principal de cómo se había llegado a tal situación; y el secundario, el de refinar las cifras de Salas.
Sorprendentemente —y eso ya indica algún defecto serio de nuestra universidad— la investigación ha olvidado en gran medida el punto principal, orientándose de forma abrumadora hacia el secundario. Decenas de estudiosos, muy a menudo respaldados con dinero público, dedicaron sus mayores esfuerzos a devolver la historia al terreno de la propaganda: el terror «fascista» o «franquista» no sólo habría sido mucho mayor que el del Frente Popular, sino que habría sido cualitativamente distinto, infinitamente peor por cuanto partía de un alzamiento contra un gobierno legítimo y contra una democracia ejemplar. Pese a que sabemos sin sombra de duda que el alzamiento contó con el apoyo, a menudo ferviente, de una gran masa de la población de todos los niveles sociales, esa nueva propaganda nos devolvía a la vieja caricatura comunista, es decir totalitaria, a la ficción de la guerra como «lucha de clases» entre «el pueblo» y una oligarquía de financieros, terratenientes, generales y obispos.
Esta falsificación básica ha orientado y sigue orientando una gran masa de historiografía cuyo valor, ya de suyo, no puede ser precisamente elevado. Se trata, con diversos matices, de propaganda comunista, una propaganda que ha adquirido en España rasgos de tosquedad y dureza notables, a causa, cabe suponer, de la peculiar tosquedad del marxismo español. Llama la atención la ausencia de cualquier teórico o cualquier pensador marxista (o anarquista o, más extensamente, izquierdista) en España, pese al predicamento que esas doctrinas han llegado a tener en amplios ámbitos intelectuales. En general no se ha pasado del grito ofensivo, la consigna, la explotación de los sentimientos o la lucubración de bajo nivel.
Tales carencias no han impedido, como digo, un esfuerzo obstinado por desacreditar a Salas, sin reconocerle su magnífica labor pionera de clarificación. A fin de «demostrar» la falsedad de sus cifras se han realizado estudios provincia a provincia, por lo común con más pasión que rigor, y acompañados de una persistente orquestación mediática en torno a la apertura de fosas comunes. Bautizada abusivamente esa tarea como «recuperación de la memoria histórica», de su seriedad pueden dar idea un par de datos. En un reportaje televisivo sobre las fosas se reconocía que cuatro o cinco años de excavaciones habían dado por fruto los restos de unos doscientos fusilados, parte de ellos, con seguridad, víctimas del terror izquierdista o caídos en combate y enterrados apresuradamente. Sin embargo uno de los responsables hablaba alegremente —si el adverbio viene aquí al caso— de 30 000 cadáveres por desenterrar.
No menos indicativo fue un suceso que levantó densa polvareda a finales del verano de 2003: el hallazgo, en un barranco de Órgiva, Granada, de un osario durante la construcción de unas obras del ministerio de Fomento. De inmediato empezó a hablarse una enorme fosa común «perfectamente documentada», de «fusilamientos masivos», «de exterminio de compatriotas por motivos ideológicos». Un catedrático de Economía de la universidad de Granada caracterizó el barranco como «lugar de crímenes y muertes», por donde «había corrido un río de sangre». Supuestos testigos recordaban la llegada de camiones cargados de «hombres, mujeres y niños», a quienes bajaban, mataban a tiros y hacían caer rodando a la zanja, echándoles luego cal viva, «