Javier Marías - Juro no decir nunca la verdad
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- Libro:Juro no decir nunca la verdad
- Autor:
- Editor:Penguin
- Genre:
- Año:2015
- Ciudad:Madrid
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Juro no decir nunca la verdad: resumen, descripción y anotación
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Índice
Este libro reúne los artículos publicados por Javier Marías en el suplemento dominical El País Semanal entre el 10 de febrero de 2013 y el 1 de febrero de 2015; dos años de labor columnística que dan un total de 95 piezas.
El lector asiduo sabe que es tradición que Marías escoja como título de los volúmenes recopilatorios el de uno de los textos. En este caso, el elegido ha sido «Juro no decir nunca la verdad», un artículo en el que se contrapone el noble propósito de no mentir jamás con la conducta enfermiza de hacerlo incesantemente, una conducta que la ciudadanía de nuestro país advierte sobre todo en el colectivo de los políticos patrios. El proyecto de ley del aborto del Gobierno del PP sirve al autor para ejemplificar la costumbre malsana de engañar sin descanso y con absoluto descaro. Aunque, naturalmente, Marías va más allá de señalar la mendacidad y la pieza contiene un brillante análisis de las estrategias más deleznables empleadas por los políticos para conseguir votos.
Pese a que no todas las semanas el autor trata asuntos de índole social o política, al leer seguidos los artículos se conforma una suerte de crónica de la etapa más dura de la actual legislatura de mayoría absoluta del PP (con un Gobierno, el del presidente Rajoy, que «ha hecho trizas el contrato social», como podemos leer en «La baraja rota», tal vez uno de los textos más deslumbrantes de este libro). Crónica de un intelectual comprometido que no se calla ante las tropelías de los que nos gobiernan y las desgrana y denuncia sin desmayo. Los temas que aborda no difieren demasiado de las reivindicaciones esenciales de los indignados del movimiento 15-M, sólo que Marías ya llevaba años clamándolas antes que ellos: los desahucios «legales pero ilegítimos e inmisericordes»; la aplicación sin argumentos de la Ley de Indultos; la desastrosa reforma laboral; la Ley de Seguridad Ciudadana «de inspiración innegablemente franquista»; los innumerables casos de corrupción y la impunidad que les da cobijo; los recortes sangrantes en educación, investigación y sanidad; y el largo y bochornoso etcétera que por desgracia les sigue y del que nuestro autor también da buena cuenta. En Juro no decir nunca la verdad la impotencia y el hartazgo del ciudadano común están omnipresentes, así como las dolorosas consecuencias de la crisis y, en los últimos tiempos, la falacia de la tan cacareada recuperación económica. Gracias a su denuncia argumentada de los desmanes de los políticos y al ánimo que se trasluce de sobreponerse al pesimismo que de tanto en tanto lo asalta, los artículos de opinión de Marías —acaso malgré lui — se han convertido para muchos lectores en un refugio, en una auténtica «columna de resistencia» que da voz a la parte más razonable y menos demagógica de la sociedad, que no la tiene.
Hay más. Crónica política, sí, pero también sociológica, puesto que no son pocos los artículos en los que el autor pone el foco en determinados hábitos y comportamientos que le resultan chocantes o directamente perniciosos: el mal uso de las redes sociales como Facebook o Twitter, la poca conciencia que hay hoy en día del valor de los productos culturales, el incivismo de algunos sujetos, la xenofobia de otros, la superstición de las estadísticas y los porcentajes, los bulos que corren por Internet y de los que a menudo los medios de comunicación se hacen eco sin contrastarlos... Y sus fobias y filias, los clásicos del cine que adora y la recomendación de alguna película reciente, la evocación de su maestro literario Sterne y el emocionado adiós a Roger Dobson que le habló por primera vez del Reino de Redonda, la moda abominable de los selfies en los museos y de los programas televisivos de cocina, la «enorme catetada e imbecilidad» de la Marca España, los regalos peligrosos de su amigo Pérez-Reverte y los inofensivos de un matrimonio encantador, el fútbol que nunca falta y las villanías léxicas que exasperan al escritor. En el casi centenar de piezas que componen este volumen los lectores encontrarán al autor en plena forma, siempre irónico y guasón cuando conviene; la voz sabia de Javier Marías que huye del trazo grueso y que matiza y argumenta; la voz culta que logra hacerse entender por todos.
Les ruego que reconozcan sinceramente que, como me pasaba a mí, hasta hace muy poco no le habían dedicado un pensamiento a la Ley del Indulto ni a su aplicación en España. En lo que a mí respecta, suponía que era algo excepcional y que siempre se explicaba o argumentaba, al menos si alguien solicitaba al Gobierno argumentos o explicaciones de por qué se perdonaba la pena —es decir, se eximía de cumplirla— a un reo condenado, a alguien cuya culpa había sido demostrada en juicio. Me imaginaba que habría tres, cinco, diez indultos al año, algo así —no había prestado atención, ya lo confieso—, y que vendrían dictados por fundadas razones: la pésima salud o la avanzada edad de un preso, su terrible situación familiar, su claro arrepentimiento o su rehabilitación indudable, su falta de peligrosidad, la certeza de que no reincidiría. O bien su trayectoria anterior a la comisión del delito: hay personas tan útiles a la sociedad que su caída en una tentación, o su metedura de pata, o su momentánea flaqueza, no deberían pesar más que un largo historial de probidad y buen servicio. Por así expresarlo, el encarcelamiento de un individuo en conjunto honrado y benéfico, por un error o mala decisión no muy graves, puede no compensar, si se pierde más con su exclusión de lo que se gana con su castigo.
Si hemos empezado a preguntarnos por esta práctica es por la llamativa arbitrariedad de ciertos indultos recientes: cuatro mossos d’esquadra condenados por torturas, algún empresario o político o banquero, dos militares responsables del famoso accidente del Yak-42, un conductor kamikaze que mató a un hombre en su demencial carrera. En este último caso la única sospecha del posible motivo para la condonación es tan vergonzosa que más vale descartarla: al kamikaze lo habría defendido en su día un bufete en el que al parecer trabajan un hermano del conocido miembro del PP Ignacio Astarloa y un hijo de Gallardón. Por contraste ha clamado al cielo que no se haya concedido el indulto, profusamente solicitado, a un ex-toxicómano que lleva a cabo tareas sociales desde hace tiempo, llamado Reboredo, mientras Esperanza Aguirre ha anunciado que va a pedirlo en persona para su temerario cachorro Carromero, tras ir corriendo a visitarlo, como una madrina, a la prisión en la que permaneció pocos días tras su celérico rescate de Cuba por el Gobierno.
¿Excepcionales los indultos, como uno se figuraba? En modo alguno. Resulta que todos nuestros Gobiernos, del signo que fueran, los repartieron con manga ancha. Suárez, 410 en menos de dos años; Calvo-Sotelo, 878 también en menos de dos años; Felipe González, 5.944 en trece y pico; Aznar, 5.948 en ocho; Zapatero, 3.378 en siete y pico; Rajoy lleva 501 en tan sólo uno. La suma total es de 17.059. Párense un momento: 17.059 personas convictas, una a una perdonadas. Se dice pronto, pero si se ponen a contar, antes de llegar a 50 ya se habrán aburrido, y todavía les faltarían 17.009. La media de indultados es de unos 500 anuales, más de uno diario, todos los días a lo largo de treinta y cuatro años. Y, claro está, eso significa que la labor de fiscales, abogados, policías, testigos, jurados, jueces, ha sido poco menos que inútil 500 veces al año. No es raro que la justicia vaya tan lenta, si se dedican horas y horas a probar delitos cuyas penas no se cumplen por capricho del Gobierno de turno. Porque, si uno echa un vistazo a la Ley de Indultos, descubre: a) que la que está vigente y se aplica, con mínimas modificaciones, data de 1870; b) que tal medida de gracia no es recurrible nunca: es una decisión gubernamental contra la que no caben alegaciones ni protestas; c) que dicha decisión es «discrecional», es decir, el Gobierno no está obligado a explicar por qué otorga un indulto; lo concede con absoluta opacidad o hermetismo, o con tenebrosidad, mejor dicho; d) que son susceptibles de esa indulgencia los reos de toda clase de delitos ; luego, si mal no entiendo, lo son también los violadores y asesinos.
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