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Sinopsis
Un libro para viajeros y curiosos que nos ofrece una visita inolvidable por la basílica de San Pedro, un recorrido a través de sus personajes y hazañas en este lugar tan especial.
Aprenderemos que, en el siglo XVI y durante 150 años, en la colina vaticana se concentró una densidad artística sin precedentes para construir la más grande de las iglesias de la cristiandad: Rafael, Miguel Ángel, Bernini, Borromini... Obra maestra indiscutible, para comprenderla no basta con explicar sus técnicas artísticas, porque en San Pedro nada está ahí por casualidad: detrás de cada estatua o adorno hay una historia increíble, una anécdota escondida o un misterio por descubrir.
J AVIER M ARTÍNEZ- B ROCAL
EL VATICANO COMO NUNCA
TE LO HABÍAN CONTADO
Un viaje inolvidable por el arte, la historia y los protagonistas de este destino privilegiado
A mis hermanos
Estefanía, Jaime, Antonio,
Pablo y Concha,
compañeros de aventuras.
1
U NA CERVEZA EN M ÚNICH
Entrar en el Vaticano es comenzar un viaje a un lugar extraordinario. Sus fronteras no solo delimitan una de las zonas con mayor densidad y riqueza artística del mundo. También aquí se da esa insólita combinación de historia, cultura, política y religión que convierte cada visita en el principio de una aventura fascinante.
Tengo la suerte de experimentarlo cada mañana, cuando llego al trabajo. Ando por los mismos lugares por los que paseó Nerón, paso junto a la explanada donde intentaron asesinar a un papa, o me detengo en la roca sobre la que coronaron «a traición» a Carlomagno. Dejo a mi lado imponentes esculturas de Miguel Ángel, magníficos frescos de Rafael o minúsculas figuras forjadas en bronce por el mismo Borromini. Me siguen intrigando las decenas de miles de personas que cada día entran y salen de la plaza y la basílica de San Pedro, en Roma, e intento descifrar en sus rostros qué sentimientos les provoca esta experiencia.
Me gusta pensar en los motivos que a lo largo de los siglos han llevado a miles de millones de hombres y mujeres a encaminarse hasta aquí. Los antiguos peregrinos —se llamaban romeros — llegaban a Roma exhaustos después de recorrer durante meses o años un camino trazado a base de inclemencias, peligros y cansancio, pero también de fe, aventura y esperanzas. Antes de salir de sus hogares dejaban escrito un testamento, convencidos de que no lograrían regresar. Pero el viaje valía la pena.
También hoy sucede algo parecido. Han pasado los siglos y los romeros siguen llegando a Roma. Es el destino de un viaje con el que algunas personas llevan años soñando, al que han dedicado los ahorros tras grandes privaciones, o el punto de encuentro de la familia para un aniversario especial.
Algunos vienen por curiosidad, quizá para empaparse de sus obras de arte y del resplandor de la civilización romana. Muchos van en busca de respuestas a las preguntas más importantes de sus vidas, y otros se atreven a pedir incluso el consuelo y el perdón del cielo.
Independientemente del motivo, todos, cuando llegan a la Ciudad Eterna, buscan con la mirada la cúpula, la obra maestra de Miguel Ángel que les sirve de punto de referencia para localizar San Pedro. Es algo más que el punto de partida geográfico de esta historia romana.
* * *
¿Quién era ese tal Pedro, al que se dedicaron estos imponentes edificios? ¿Qué hizo para que tantos caminen hasta su tumba? ¿Cuál es su relación con este lugar en el que se custodia celosamente su memoria? Y, sobre todo, ¿este templo es solo arte y arqueología, o tiene algo que decir a las personas de hoy?
Hace algunos años, la agencia de noticias para la que trabajo me envió a hacer unos reportajes a Baviera. Fueron días inolvidables en Múnich, Ratisbona, Altötting y Freising. En aquella zona de Alemania se respira esa alegría contagiosa que inspiró a su vecino Mozart y que es un ingrediente secreto del strudel de manzanas y sobre todo de su deliciosa cerveza.
Pero yo no estaba preparado para descubrirlo.
De ese viaje hay muchas historias que contar en algún otro momento, pero la lección que allí aprendí ocurrió en el lugar más insospechado.
Una de aquellas noches, después de una jornada agotadora de ceremonias, entrevistas, desplazamientos y noticias, fuimos a cenar Münchner Weißwurst, las famosas salchichas blancas, en la taberna Zum Augustiner de la bulliciosa Neuhauser Strasse. Quienes la hayan visto recordarán que es una sala enorme, a mitad de camino entre un monasterio y una taberna medieval, con grandes bancadas, música de acordeones, y risas en alemán.
Nos sentamos en cualquier mesa, al lado de alemanes sonrientes, desconocidos y con coloretes rojos por el calor y la cerveza. Pronto, el camarero nos acercó el menú y cada uno pidió lo que le apetecía. Yo, entre aturdido y despistado ( spaesato me llamarían los italianos, literalmente, «lejos de casa y perdido»), cometí el grave error de pedir agua: un vaso de agua en el pub donde desde el siglo XIV los monjes han mejorado paso a paso su receta hasta conseguir elaborar una cerveza perfecta.
El camarero me miró con curiosidad. «¿Agua? ¿Está seguro?», preguntó para hacerme un favor. «Sí, sí», respondí. «Hoy solo bebo agua».
Y regresé a Roma sin probar la mejor cerveza del mundo.
Cuando voy al Vaticano, a veces siento lo mismo que aquel camarero. Veo cada día a cientos o a miles de personas que visitan uno de los lugares más apasionantes del globo sin nadie que les cuente dónde están, y se pierden.
Una lástima. Porque la basílica de San Pedro fue diseñada y construida para ayudar a las personas.
Para explicar la plaza y la basílica de San Pedro, muchos, quizá superados por la grandiosidad del lugar, se limitan a una mera descripción física, a repetir medidas, materiales de construcción y fechas de realización. Otros van un poco más allá y añaden estilos artísticos, contexto, envidias palaciegas y poco más.
Siempre he disfrutado conociendo las historias que plasmaron este lugar, y que quizá quedaron eclipsadas por la belleza del edificio o por la acumulación de obras maestras. Pienso que si nos marchamos sin conocer esos episodios, la visita pierde un elemento esencial: la gran humanidad que plasmó su lento desarrollo. Por eso, decidí recogerlos en este libro.
Si viaja al Vaticano como turista, prepárese para una experiencia de alta intensidad que a partir de ahora le hará mirar Roma con otros ojos. Si es un peregrino, está a punto de encontrarse con los restos del apóstol Pedro, y esto dejará una huella imborrable en su vida.