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Thomas Jefferson - La Declaración de Independencia

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Thomas Jefferson La Declaración de Independencia
  • Libro:
    La Declaración de Independencia
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2007
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La Declaración de Independencia: resumen, descripción y anotación

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El árbol de la libertad debe regarse de vez en cuando con la sangre de - photo 1

«El árbol de la libertad debe regarse de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos. Esta constituye su abono natural». Thomas Jefferson

La Declaración de Independencia fue el explosivo manifiesto de la revolución estadounidense. En su introducción a esta recopilación de escritos de Jefferson, Michael Hardt, coautor de los clásicos contemporáneos Empire y Multitude, lleva a cabo una convincente defensa del retorno a los textos fundacionales de este revolucionario estadounidense, con el fin de reiniciar el diálogo que concibió por primera vez una «tierra de los libres».

Thomas Jefferson La Declaración de Independencia ePub r10 Titivillus 110516 - photo 2

Thomas Jefferson

La Declaración de Independencia

ePub r1.0

Titivillus 11.05.16

Título original: The Declaration of Independence

Thomas Jefferson, 2007

Introducción: Michael Hardt

Material adicional: Garnet Kindervater

Traducción: Josep Ventura López

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A Jared Sparks Monticello 4 de febrero de 1824 Estimado señor He recibido - photo 3

A Jared Sparks
Monticello, 4 de febrero de 1824

Estimado señor:

He recibido debidamente su envío del día 13, acompañado por el último número de la revista North American Review. Esta se ha adelantado a la que tendría que recibir, aunque no he recibido todavía, por mi suscripción a la nueva serie. He leído el artículo sobre la colonización africana de la gente de color, sobre el que me llamáis la atención, con gran consideración. De hecho, se trata de un artículo correcto y que hará mucho bien. Además, de él he aprendido más de lo que sabía anteriormente sobre el grado de éxito y las expectativas de esa colonia.

Al disponer de este pueblo desgraciado, hay dos aspectos que tienen que tenerse en cuenta especialmente. Primero: el establecimiento de una colonia en la costa de África, que puede introducir entre los aborígenes las artes de una vida cultivada y las bendiciones de la civilización y la ciencia. Por esta vía, podemos proporcionarles una cierta compensación por el largo historial de agresiones que hemos estado cometiendo contra su población. Y si consideramos que estas bendiciones llegarán hasta los «nati natorum, et qui nascentur ab illis», a largo plazo quizá les habremos causado más bien que mal. Para realizar este objetivo, la colonia de Sierra Leona es muy prometedora y la de Mesurado contribuye a nuestras perspectivas de éxito. Desde este punto de vista, la sociedad de colonización será considerada una sociedad misionera que, sin embargo, se plantea objetivos más humanos, más justificables y menos agresivos para la paz de otras naciones que otras que comparten esta denominación.

El objetivo secundario, y el más interesante para nosotros, como devolver a casa nuestros rasgos físicos o morales, para nuestra seguridad y felicidad, consiste en proporcionar asilo a los que podamos, por grados, retirar toda esa población de entre nosotros y establecerlos bajo nuestro patronazgo y protección en forma de pueblo separado, libre e independiente en un país y un clima adecuados para la vida y la felicidad humanas. Siempre he juzgado completamente imposible que un lugar de la costa africana responda a la última propuesta. Y sin repetir los mismos argumentos en los que han insistido otros, solamente apelaré a cifras que no admiten controversia. Hablaré en números redondos, no completamente exactos pero no tan lejos de la verdad como para modificar el resultado significativamente. En los Estados Unidos hay un millón y medio de personas de color en estado de esclavitud. Nadie concibe que enviarlos a todos a la vez sea ni practicable para nosotros ni adecuado para ellos. Que nos dejen veinticinco años para realizarlo, un tiempo en el cual doblarán su número. En primer lugar, su valor estimado como propiedad (ya que han sido sujetos legalmente a derechos de propiedad y, ¿quién puede arrebatársela legalmente a sus propietarios?), de una media de doscientos dólares cada uno, joven o viejo, alcanzaría seiscientos millones de dólares, que deberían ser pagados o perdidos por alguien. Añádase a ello el costo de su transporte por mar y por tierra hasta Mesurado, el suministro de comida y ropa para un año, herramientas para la agricultura y su comercio, que sumarían trescientos millones más, alcanzando así una cifra de treinta y seis millones de dólares al año durante veinticinco años, si se asegura la paz durante ese tiempo, y es imposible volver a plantearse la cuestión una segunda vez. Soy consciente de que al cabo de cerca de dieciséis años se iniciará una detracción gradual de esta suma, por la gradual disminución de los criadores, que continuará durante los nueve años siguientes. Calculad dicha deducción y sigue siendo imposible plantearse por segunda vez esta empresa. No lo digo para inducir a la inferencia de que deshacernos de ellos será siempre imposible. Porque no es ni mi opinión ni lo que espero. Sino simplemente que no puede hacerse de este modo. Existe, creo, un modo del que puede hacerse; es decir, mediante la emancipación de los nacidos después de una fecha determinada, a los que se dejaría, como justa compensación, con sus madres hasta que sus servicios compensen los costes de mantenerlos y, a continuación, se les asignaría a ocupaciones industriosas hasta una edad adecuada para su deportación. Ese fue el resultado de mis reflexiones al respecto hace cuarenta y cinco años y todavía no he sido capaz de concebir otro plan práctico hasta ahora. Se esbozaba en las Notas sobre Virginia, en el decimocuarto apartado. El valor estimado de un bebé recién nacido es tan bajo (digamos doce dólares y cincuenta centavos) que probablemente sería cedido por su propietario gratuitamente y, de este modo, reduciría los seiscientos millones de dólares, el primer apartado de gastos, a treinta y siete millones y medio; solo restarían los gastos de nutrición durante su estancia con la madre y los de transporte. Por otra parte, ¿qué fondos se emplearán para cubrir dichos gastos? ¿Por qué no obtenerlos de las tierras cedidas por los mismos estados que ahora necesitan ayuda? Y que se cedan sin otra consideración, en su mayor parte, que la del bien común del conjunto. Estas cesiones ya constituyen una cuarta parte de los estados de la Unión. Podría decir que estas tierras han sido vendidas; ahora son propiedad de los ciudadanos que componen dichos estados; y el dinero ya hace mucho que se recibió y creció. Pero el equivalente a las tierras en los territorios desde su adquisición podría ser apropiado para este objetivo o tanto, al menos, que sea suficiente; y el objetivo, aunque más importante para los estados esclavistas, también lo es para los otros, si es que expresaban seriamente sus argumentos sobre la cuestión de Misuri. Los estados esclavistas, asimismo, si estuvieran más interesados, podrían también contribuir en mayor medida mediante su liberación gratuita, asumiendo en solitario el primer y más costoso apartado de gastos.

En el plan esbozado en las Notas sobre Virginia no se proyectaba ningún lugar de asilo en concreto; porque se consideraba posible que, en el estado revolucionario de América, que ya se había iniciado, el curso de los acontecimientos podría ofrecernos alguno dentro de una distancia practicable. Eso acaba de pasar. Santo Domingo ha conseguido la independencia y con una población de ese único color; asimismo, si cabe dar crédito a lo que escriben los periódicos, su jefe [sic] ofrece el pago de sus pasajes para recibirlos como ciudadanos libres y ofrecerles un empleo. Eso deja a la Confederación General libre de otros gastos que los de la nutrición con la madre por unos pocos años y requeriría, evidentemente, una apropiación de tierras vacantes muy moderada. Supongamos que el incremento total anual fuera de sesenta mil nacimientos efectivos, cincuenta navíos, de cuatrocientas toneladas de carga cada uno, constantemente en uso a ese corto plazo, compensarían el incremento de cada año y las viejas generaciones morirían con el curso normal de la naturaleza, reduciéndose desde el principio hasta su desaparición final. De esta forma, no se propone violación alguna de los derechos privados. Las cesiones voluntarias probablemente llegarían tan deprisa como permitiera la competencia de los medios para su cuidado que se proporcionaran. Observando solamente mi propio estado, y supongo que no hablo por los demás, realmente creo que la cesión de propiedad no ascendería a más, anualmente, de la mitad de nuestros actuales impuestos directos, prolongados plenamente cerca de veinte o veinticinco años, y a continuación disminuiría durante otros tantos más hasta su extinción final; y además este medio impuesto no se pagaría en metálico, sino mediante la entrega de un objeto que todavía no han conocido o contado como parte de su propiedad; y a aquellos que no posean dicho objeto no se les pedirá nada. No estoy entrando en todos los detalles sobre las cargas y los beneficios de esta operación. Pero ¿quién podría estimar sus benditos efectos? Eso se lo dejo a aquellos que vayan a vivir para ver su consecución y disfrutar de una felicidad de la que han privado a mi generación. Pero se lo dejo con esta admonición, que debe elevarse y hacerse. Un millón y medio están bajo su control; pero seis millones (que una mayoría de los que hoy viven verán alcanzar), y de estos un millón de hombres en armas, dirán «no nos vamos a ir».

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