Romain Parmentier - La Declaración Universal de Derechos Humanos
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- Libro:La Declaración Universal de Derechos Humanos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2016
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La Declaración Universal de Derechos Humanos: resumen, descripción y anotación
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Aunque aquí solo presentamos a dos importantes contribuidores a la Declaración Universal de Derechos Humanos, no hay que olvidar que la iniciativa es de toda la comunidad internacional. Además, las ideas que se reflejan en ella se deben en gran medida a numerosos filósofos e intelectuales, como John Locke (filósofo inglés, 1632-1704) o Jean-Jacques Rousseau (filósofo francés, 1712-1778), que se suceden desde la época de la Ilustración. Esta declaración también es la suya.
Fotografía de Eleanor Roosevelt de 1933.
Hija de Elliot y de Anne Roosevelt, Eleanor Roosevelt nace el 11 de octubre de 1884 en Nueva York. Es además la sobrina de Théodore Roosevelt (1858-1919), presidente de los Estados Unidos de 1901 a 1909. Su infancia está marcada por el fallecimiento primero de su madre en 1892 y, después, dos años más tarde, de su padre. Con solo diez años, se queda huérfana. Entonces, su abuela se hace cargo de su educación y la envía a una reputada escuela de Londres, donde desarrolla un evidente interés por las causas sociales.
De regreso a Nueva York, conoce a un primo lejano, Franklin Roosevelt, con el que se casa en 1905. Participa activamente en la sociedad, al igual que su marido, Eleanor dedica una gran parte de su tiempo a labores educativas y sociales. Durante la Primera Guerra Mundial, llega a entrar en el servicio público al trabajar para la Cruz Roja. Sin embargo, su vida cambia radicalmente en 1933, cuando su marido se convierte en presidente de los Estados Unidos.
Eleanor Roosevelt no quiere quedarse a la sombra de su marido, como suele ocurrir. Como primera dama, no duda en colaborar con el presidente y en aconsejarle sobre importantes asuntos económicos e internacionales. Así pues, participa activamente en la instauración del New Deal, la política intervencionista implantada para luchar contra las consecuencias de la crisis de 1929. Asimismo, se interesa por la condición de las mujeres, por la suerte de la población negra, por las relaciones entre los Estados Unidos y la URSS, y por la entrada en guerra de su país en 1941.
En 1945, tras la muerte de su marido, Eleanor Roosevelt piensa en primera instancia que su vida pública ha acabado, pero esto dista mucho de ser el caso. El presidente Harry Truman (1884-1972) la nombra representante de los Estados Unidos en la Asamblea General de la ONU y en el Consejo Económico y Social. Se preocupa mucho por el respeto de la dignidad humana, y llega de forma natural a la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos, de 1946 a 1951, encargado de la elaboración de una declaración de alcance universal. La antigua primera dama preside los trabajos y los debates, y presenta la Declaración Universal de Derechos Humanos en una sesión plenaria de la Asamblea General el 10 de diciembre de 1948, un trabajo que considera ser el más importante de su vida.
A continuación, Eleanor Roosevelt prosigue con su papel de representante en la ONU hasta 1953. Aunque se retira de la vida pública, el presidente John Fitzgerald Kennedy (1917-1963) le pide en 1961 que presida la Comisión presidencial sobre la situación de la mujer. Lo hace durante menos de un año, y fallece de cáncer el 7 de noviembre de 1962 en Nueva York. Seis años más tarde, recibe a título póstumo el Premio de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
René Cassin es el redactor principal de la Declaración. Este jurista y juez francés nace en Bayona en el seno de una familia judía el 5 de octubre de 1887. Licenciado en derecho por la Universidad de Aix-en-Provence en 1908, continúa sus estudios y se convierte en doctor en derecho en la facultad de París y, más adelante, en 1914, en miembro de un colegio de abogados. Cuando estalla la guerra, René Cassin se incorpora al ejército como soldado raso. No puede librarse de los horrores del conflicto. Gravemente herido por disparos de metralleta, queda marcado para siempre por la Gran Guerra, lo que le lleva a fundar la Unión Federal de Antiguos Combatientes y Víctimas de Guerra.
Una vez terminado el conflicto, René Cassin retoma sus actividades. Enseña esencialmente derecho en varias universidades francesas pero, sobre todo, cabe destacar también que representa a su país durante 18 años en la SDN. En junio de 1940, ante el imparable avance de las tropas alemanas de Hitler, el jurista decide unirse al general Charles de Gaulle (hombre de Estado francés, 1890-1970) en Londres, y se convierte en su consejero jurídico con vistas a organizar la Resistencia y a preparar la legislación francesa de posguerra.
Vicepresidente y después presidente del Consejo de Estado de la Liberación de 1944 a 1960, se implica activamente en los debates internacionales y participa en la fundación de la Unesco. En 1946, es elegido representante de Francia en la Comisión de Derechos Humanos y entra en el Comité de Redacción de la futura Declaración. De esta forma, René Cassin se convierte en un actor clave en los debates de la Comisión, y redacta la mayoría de los artículos del texto presentado en 1948. A continuación, continúa su carrera política convirtiéndose en miembro de la Corte Europea de Derechos Humanos de 1959 a 1965 y, más tarde, en su presidente entre 1965 y 1968. Sus importantes labores en la materia, así como el conjunto de sus acciones a favor de las libertades fundamentales le llevan a ganar el Premio Nobel de la Paz en 1968, gracias al que funda el Instituto Internacional de Derechos Humanos. Este mensajero de la paz fallece el día 20 de febrero de 1976 en París a los 88 años. Desde entonces, su cuerpo descansa en el Panteón.
Los derechos humanos son una conquista diaria que experimenta importantes avances a partir de finales del siglo XVIII. Son muchos los filósofos del Siglo de las Luces que luchan contra la arbitrariedad estatal, y la Revolución francesa de 1789, así como la enunciación de los primeros derechos fundamentales, marcan el punto culminante de su combate. Sin embargo, la lucha por el reconocimiento de los derechos humanos dista mucho de terminar en una Europa que se dispone a conocer nuevas desigualdades en el siglo XIX.
Tras profundos cambios políticos, le toca el turno a la economía europea. Esta sufre importantes transformaciones: en el espacio de algunas décadas, los distintos países del continente atraviesan la Primera Revolución Industrial del hierro, del carbón y de la máquina de vapor (1830-1870) que, más allá del boom económico que conlleva, modifica ostensiblemente el modo de vida de miles de hombres y mujeres. Estos abandonan el medio rural y acuden a las numerosas fábricas que surgen en las ciudades para buscar trabajo. Pero el trabajo no es sinónimo de prosperidad para una población europea que se duplica en apenas 50 años como consecuencia del crecimiento económico. En este nuevo mundo, dominado por el capitalismo y las ganancias, la riqueza se concentra en manos de unos pocos hombres, mientras que los que trabajan duramente día a día viven en condiciones deplorables. En este contexto nace una nueva clase social que se encuentra en las antípodas de la alta burguesía: el proletariado, cuyas reivindicaciones son encarnadas por el socialismo.
Más allá de estas transformaciones internas, el despegue económico y demográfico del Viejo Continente le obliga a buscar continuamente recursos alimentarios y materias primas que ya no es capaz de producir. La obligación de obtener estos recursos, así como la necesidad de conseguir nuevos mercados para vender la producción, llevan ahora a las naciones europeas a una nueva oleada de colonialismo e imperialismo. África y Asia caen en manos de Europa como consecuencia de las exploraciones. En 1884, la Conferencia de Berlín ratifica oficialmente las nuevas fronteras coloniales, dejando campo libre a una incesante explotación de las riquezas y de los pueblos sometidos por las naciones europeas, sin tener en cuenta cualquier noción de libertad.
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