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Thomas Keneally - La lista de Schindler

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Thomas Keneally La lista de Schindler
  • Libro:
    La lista de Schindler
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1982
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La lista de Schindler: resumen, descripción y anotación

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CAPÍTULO 1

Las divisiones de tanques del general Sigmund List avanzaron hacia el norte a partir de los Sudetes y sorprendieron por ambos flancos la joya polaca de Cracovia el 6 de septiembre de 1939. Siguiendo su estela, Oskar Schindler entró en la ciudad que había de ser su caparazón durante los cinco años siguientes. Aunque antes de un mes sus diferencias con el nacionalsocialismo resultarían evidentes, no se le ocultaba que Cracovia, con su empalme ferroviario y sus industrias todavía modestas, podía llegar a ser un próspero centro del nuevo régimen. Él no sería un viajante de comercio; ahora se proponía ser un magnate.

No es fácil encontrar en la historia familiar de Oskar el origen de su impulso humanitario. Nació el 28 de abril de 1908 en la montañosa provincia de Moravia, en el Imperio Austriaco de Francisco José. Su ciudad natal era Zwittau; alguna oportunidad comercial había llevado allí desde Viena a los antepasados de Schindler a principios del siglo XVI .

Herr Hans Schindler, el padre de Oskar, estaba de acuerdo con el modelo del imperio; se consideraba, en términos culturales, un austriaco, hablaba alemán en la mesa, por teléfono, en sus negocios y en sus momentos de ternura. Sin embargo cuando, en 1918, Herr Schindler y los miembros de su familia vieron que eran ciudadanos de la república checoslovaca de Masaryk y Benes, ni el padre ni menos aún su hijo de diez años sintieron una preocupación grave. Según Hitler adulto, Hitler niño vivía atormentado por la separación política que rompía la unidad mística de Austria y Alemania. Ninguna neurosis de pérdida de ese tipo amargó la infancia de Oskar Schindler. Checoslovaquia era una república boscosa, tan incorrupta como un buñuelo, y las personas de habla alemana asumieron graciosamente su carácter minoritario a pesar de la depresión y algunas locuras menores de su gobierno.

Zwittau era una ciudad pequeña y cubierta de polvo de carbón situada en las estriaciones del sur de las montañas Jesenik. Las sierras que la rodeaban estaban en parte deterioradas por la industria y en parte cubiertas de alerces, pinos y cedros. A causa de la comunidad local de alemanes de los Sudetes, había una escuela alemana a la que asistía Oskar. Luego prosiguió sus estudios en el Realgymnasium, consagrado a la producción de ingenieros —civiles, mecánicos, de minas— adecuados al paisaje industrial de la región. Herr Schindler era propietario de una fábrica de maquinaria agrícola y la educación de Oskar preveía esa futura herencia.

La familia Schindler era católica. También lo era la del joven Amon Goeth, que en esa época completaba el curso de Ciencias y preparaba los exámenes finales en Viena.

Louisa, la madre de Oskar, practicaba enérgicamente su fe. Sus ropas olían todo el domingo al incienso que se elevaba como una nube en la iglesia de San Mauricio durante la misa mayor. Hans Schindler era de esos hombres que inducen a sus mujeres a la religión. Le gustaban el coñac y los bares. Ese excelente monárquico olía a coñac, a buen tabaco, a un ánimo a todas luces terrenal.

La familia vivía en una casa moderna, rodeada por un jardín, a cierta distancia del sector industrial de la ciudad. Había dos niños: Oskar y su hermana Elfride. Pero no hay ya testigos de la vida de esa casa, de la que sólo se recuerdan algunas generalidades. Sabemos, por ejemplo, que desolaba a Frau Schindler que su hijo, como su marido, fuese un católico muy negligente.

Pero sin duda esto no era muy doloroso para nadie. Por lo poco que decía Oskar de su infancia, no había en esa casa oscuridad. El sol brillaba entre las agujas de los pinos del jardín. Los ciruelos daban fruto a principios del verano. Si Oskar pasaba una parte de la mañana del domingo en la misa, no regresaba con gran preocupación por el pecado. Sacaba al sol el coche de su padre y hurgaba en el motor. O bien, sentado en los escalones laterales de la casa, limaba el carburador de la motocicleta que estaba construyendo pieza por pieza.

Oskar tenía algunos amigos judíos de clase media, enviados por sus padres a la escuela alemana. Esos muchachos no eran ashkenazim de ciudad, rígidos, ortodoxos, de lengua yiddish, sino hijos de hombres de negocios, políglotas y menos rituales. Del otro lado de la llanura de Hana, en las sierras de Beskidy, en una familia judía de este tipo, había nacido Sigmund Freud, antes de que Hans Schindler naciera en su tradicional hogar alemán de Zwittau.

La historia posterior de Oskar parecería exigir algún incidente incrustado en su infancia. Por ejemplo, que hubiera defendido a algún judío perseguido al salir de la escuela. Es muy probable que esto no haya ocurrido, y nos alegramos, porque habría parecido rebuscado. Aparte de que salvar de un golpe en la nariz a un chico judío no significa nada. Himmler mismo se quejaría más tarde, en un discurso a uno de sus Einsatzgruppen, que todo alemán tenía un amigo judío:

—Hay cosas que se dicen con demasiada facilidad. Los miembros del partido repiten: «El pueblo judío será eliminado. Está en nuestro programa, ya nos ocuparemos de su aniquilación». Y luego cada uno de los ochenta millones de alemanes viene caminando al lado de su amigo judío. Sin duda, todos los demás son unos cerdos; pero ése es una excepción.

Tratando de encontrar, a la sombra de Himmler, algún vestigio de los futuros intereses de Oskar, descubrimos que el vecino inmediato de los Schindler era un rabino liberal llamado Felix Kantor. El rabino Kantor era un discípulo de Abraham Geiger, que se había esforzado por hacer más abierto el judaísmo, declarando que no era malo, sino digno de elogio, ser alemán además de judío. El rabino Kantor no era un sacerdote rígido. Se vestía a la moda y hablaba alemán en su casa. Llamaba templo al lugar de culto, y no empleaba la antigua palabra sinagoga. Asistían a su templo los médicos, ingenieros y propietarios de fábricas textiles de Zwittau. Cuando viajaban, decían a sus colegas:

—Nuestro rabino es el doctor Kantor: escribe artículos no sólo en los periódicos judíos de Praga y Brno, sino también en los periódicos alemanes.

Los dos hijos del rabino Kantor asistían a la misma escuela que el hijo varón de su vecino alemán Schindler. Tal vez, posteriormente, los dos muchachos fueran bastante inteligentes para sumarse a los escasos profesores judíos de la Universidad Alemana de Praga. Por ahora, esos dos prodigios germanoparlantes de pelo rapado y pantalones cortos corrían por los jardines de las dos casas, perseguidos por los hermanos Schindler o persiguiéndolos. Y Kantor, mientras los veía cruzar como flechas el cerco de tejos, quizá pensaba que se estaban cumpliendo las predicciones de Geiger, Graetz, Lazarus y los demás judíos liberales alemanes del siglo XIX . Nuestras vidas son ilustradas; nuestros vecinos alemanes nos estiman; Herr Schindler a veces nos habla con ironía de los estadistas checos. Somos hombres educados y mundanos así como intérpretes sensatos del Talmud. Pertenecemos a la vez a la antigua raza y al siglo XX . A nadie ofendemos, y nadie nos ofende.

Quizá más tarde, a mediados de la década de 1930, el rabino revisaría esa estima y comprendería finalmente que sus hijos jamás conquistarían al partido nacionalsocialista con un doctorado en lengua alemana; que ningún judío podía hallar un santuario en la cultura o en la tecnología del siglo XX , así como no había ninguna clase de rabino aceptable para la nueva legislación alemana. En 1936 los Kantor se trasladaron a Bélgica. Los Schindler no volvieron a oír hablar de ellos.


La raza, la sangre, la tierra, no significaban mucho para Oskar adolescente. Era de esos chicos para quienes el más atractivo modelo del universo es una moto. El padre —mecánico por naturaleza— apoyó al parecer el interés de su hijo por las máquinas veloces. Hacia el final de sus estudios secundarios, Oskar recorría Zwittau en una Galloni roja de 500 cc. Su compañero Erwin Tragatsch miraba con indecible codicia la motocicleta que atronaba por las calles de la ciudad y llamaba la atención de la gente. Era un prodigio (como los hijos del rabino Kantor); no sólo era la única Galloni de Zwittau o de Moravia, sino probablemente de toda Checoslovaquia.

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