A mis hermanos, Tsalig y Hershel, y a todos los hijos e hijas, hermanas y hermanos, padres y abuelos que perecieron en el Holocausto.
Y
a Oskar Schindler, cuyas nobles acciones verdaderamente salvaron «un mundo entero».
Leon Leyson
Leon Leyson fue el sobreviviente más joven de la Lista de Schindler. Tenía apenas diez años cuando los nazis invadieron Polonia y, junto con su familia, se refugiaron en el gueto de Cracovia, hasta que los mandaron al campo de concentración de Plaszow. Leyson logró sobrevivir al sadismo de los nazis, incluido el del demoníaco Amon Goeth, comandante de Plaszow.
Como su padre trabajaba en la fábrica de Oskar Schindler, Leon y el resto de su familia fueron enviados a trabajar allí. Él era tan pequeño que tenía que pararse sobre una caja de madera para alcanzar la maquinaria que operaba en la empresa. Finalmente, fue la generosidad de Oskar Schindler la que permitió salvar las vidas de Leyson, sus padres, y dos de sus cuatro hermanos. Tres años después del fin de la guerra, los Leyson se mudaron a Los Angeles, donde Leon pudo rehacer su vida, se casó y trabajó como maestro de la secundaria Huntington Park.
Durante un largo tiempo, guardó silencio sobre sus vivencias durante el Holocausto. Recién luego del estreno de La Lista de Schindler, de Steven Spielberg, Leon se animó a hablar sobre sus experiencias en público y luego, a pensar en escribir un libro. Su valioso testimonio en El chico sobre la caja de madera captura magistralmente toda la inocencia y ternura de un adolescente que pasa por situaciones límites. Su falta de rencor, su entereza y dignidad son valores que se destacan en estas memorias.
Leon Leyson
El chico sobre la caja de madera
Memorias del sobreviviente más joven de la lista de Schindler
ePub r1.0
leandro07.11.13
Título original: The Boy on the Wooden Box
Leon Leyson, 2013
Traducción: María Inés Linares
Retoque de portada: leandro
Editor digital: leandro
ePub base r1.0
LEON LEYSON. Fue uno de los integrantes más jóvenes de la lista de Schindler. Brindó una perspectiva única sobre el Holocausto y un mensaje poderoso de valor y humanidad. Rara vez hablaba sobre sus experiencias, hasta que la película La lista de Schindler fue un éxito mundial y despertó el interés del público por esta historia.
En reconocimiento a sus numerosos logros como educador y como testigo del Holocausto, Leon Leyson recibió un doctorado honorario en Humanidades de la Universidad Chapman. Fue profesor de enseñanza secundaria en la escuela Huntington Park, de California, durante treinta y nueve años.
Falleció en enero de 2013. Lo recuerdan su mujer, Lis, sus dos hijos y sus seis nietos.
MARILYN J. HARRAN. La doctora Marilyn J. Harran es la fundadora del Centro Rodgers de Educación sobre el Holocausto en la Universidad Chapman, en la que dirige la cátedra Stern de Educación sobre el Holocausto y es profesora de estudios religiosos e historia.
Es autora de numerosos trabajos y recibió en 2008 el premio «Spirit of Anne Frank».
ELISABETH B. LEYSON. Estuvo casada con Leon durante cuarenta y siete años. Trabajó como profesora de inglés y administradora en el Colegio Fullerton, en California. Se jubiló en 2005 y vive en California.
Información adicional
Para aprender más acerca del Holocausto, puedes visitar los siguientes sitios web:
The Rodgers Center for Holocaust Education, Chapman University
chapman.edu/holocausteducation
United States Holocaust Memorial Museum
ushmm.org
USC Shoah Foundation-The Institute for Visual History and Education
sfi.usc.edu
The «1939» Club
1939club.com
Yad Vashem
yadvashem.org
Cuando sobrevivir parecía imposible, él lo logró.
«Leon Leyson fue un hombre verdaderamente excepcional y un talentoso maestro.
Siempre le estaré agradecido por haber brindado su testimonio a la Fundación Shoah.
Lo preservaremos a perpetuidad, para inspirar a las próximas generaciones con su notable ejemplo de vida. El mundo no será el mismo sin él, pero tenemos la fortuna de tener sus memorias, que acompañan su testimonio oral.»
Steven Spielberg,
director ganador del Oscar por su película La lista de Schindler
Prólogo
Debo admitir que mis manos estaban sudorosas y mi estómago rugía. Había estado esperando pacientemente en la fila, pero eso no significaba que no estuviera nervioso. Pronto sería mi turno de estrechar la mano del hombre que había salvado mi vida varias veces… pero eso había ocurrido años atrás. Ahora me preguntaba si me reconocería siquiera.
Más temprano aquel día de otoño de 1965, camino al aeropuerto de Los Ángeles, me dije que tal vez el hombre con quien iba a reunirme no me recordaría. Habían pasado dos décadas desde la última vez que nos habíamos visto, y aquel encuentro había ocurrido en otro continente y bajo circunstancias completamente distintas. Yo era entonces un joven esquelético y hambriento de quince años, del tamaño de un niño de diez. Ahora era un hombre adulto de treinta y cinco. Estaba casado, era ciudadano de los Estados Unidos, veterano de guerra y profesor. A medida que los demás se acercaban a saludar a nuestro agasajado, me mantuve apartado, en el fondo del salón. Después de todo, yo era el más joven de nuestro grupo, y era justo ceder mi lugar a aquellos que eran mayores. Honestamente, prefería postergar lo más posible mi desilusión en caso de que el hombre a quien tanto debía no me recordara.
Pero en vez de desilusión sentí euforia, la calidez de su sonrisa y sus palabras:
—¡Ya sé quién eres! —dijo con un destello en sus ojos—. Eres el pequeño Leyson.
Debí saber que Oskar Schindler nunca me decepcionaría.
Aquel día de nuestra reunión, el mundo aún no conocía a Oskar Schindler ni sabía de su heroísmo durante la Segunda Guerra Mundial. Pero los que estábamos en aquel aeropuerto sí sabíamos. Todos nosotros, y alrededor de otras mil personas, le debíamos nuestras vidas. Sobrevivimos al Holocausto gracias a los enormes riesgos que Schindler corrió y a los sobornos y acuerdos clandestinos que negoció para mantenernos a nosotros, sus empleados judíos, lejos de las cámaras de gas de Auschwitz. Él recurrió a su mente, su corazón, su increíble astucia y su fortuna para salvar nuestras vidas. Burló a los nazis argumentando que éramos esenciales para el trabajo, aun cuando sabía que muchos de nosotros, incluido yo mismo, no teníamos ni siquiera las habilidades mínimas necesarias. De hecho, solo podía alcanzar los controles de la máquina que debía manejar parándome sobre una caja de madera. Aquella caja me había dado la posibilidad de mostrarme útil, de mantenerme con vida.