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W. M. Flinders Petrie - La religión de los antiguos egipcios

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W. M. Flinders Petrie La religión de los antiguos egipcios
  • Libro:
    La religión de los antiguos egipcios
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1906
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La religión de los antiguos egipcios: resumen, descripción y anotación

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SIR WILLIAM MATTHEW FLINDERS PETRIE 1853-1942 arqueólogo y egiptólogo inglés - photo 1

SIR WILLIAM MATTHEW FLINDERS PETRIE (1853-1942), arqueólogo y egiptólogo inglés nacido en Charlton, Kent, fue uno de los primeros que estudiaron Stonehenge (1874-77), antes de volver todo su interés a Egipto, explorando las pirámides y templos de Gizeh y luego excavando en Tanis y Naucratis.

Autor de más de cien libros, fue el primero de los profesores eduardianos de arqueología de Londres (1892-1933), continuando sus excavaciones en Egipto y Palestina hasta avanzados sus 80 años.

Título original: The Religion of Ancient Egypt

W. M. Flinders Petrie, 1906

Traducción: Mario Monea Iban

Ilustraciones: Archivo Abraxas

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Notas 1 Por ejemplo las palabras sek mover seg ir sck destruir sega - photo 2
Notas

[1] Por ejemplo, las palabras sek, mover; seg, ir; sck, destruir; sega, romper; kauy, vaca; gaua, buey; keba y geba, cielo, etcétera.

La religión de los antiguos egipcios presenta unas particularidades que la hacen única entre las múltiples religiones que la historia ha producido.

En primer y principal lugar, para los egipcios los dioses podían ser mortales; hasta de Ra, el dios-sol, se decía que había envejecido y estaba debilitado, Osiris fue asesinado, y a Orión, el gran cazador de los cielos, los dioses lo mataron y comieron. Todo esto demuestra que la inmortalidad no era un atributo divino. No tenemos, pues, la menor duda de que podían sufrir en vida. También se suponían que los dioses tenían una vida semejante a la del hombre, y constantemente les ofrecían comida y bebida. Los dioses, por consiguiente, no eran superiores al hombre por su divinidad en condiciones y en limitaciones; sólo podría describírselos como preexistentes, inteligencias activas…

W. M. Flinders Petrie, uno de los más grandes arqueólogos y egiptólgos de todos los tiempos, nos introduce en el mundo fascinante de la religión egipcia, en un libro masgistral por la síntesis y precisión empleada en su redacción, dedicada especialmente a los que se introducen o estudian este mundo apasionante.

W M Flinders Petrie La religión de los antiguos egipcios ePub r10 Titivillus - photo 3

W. M. Flinders Petrie

La religión de los antiguos egipcios

ePub r1.0

Titivillus 16.04.19

Capítulo 1

LA NATURALEZA DE LOS DIOSES

Antes de ocupamos de las especiales variedades de las creencias de los egipcios en los dioses, es preferible intentar evitar un mal entendido de toda su concepción de lo sobrenatural El término dios se ha convertido en nuestra mente y de forma tácita, en tal grupo de atributos altamente especializados, que apenas somos capaces de referir estas ideas a las concepciones mucho más remotas a las que unimos este mismo nombre. Es una verdadera desdicha que todas las palabras que quieren definir a las inteligencias sobrenaturales se hallen desfasadas, por lo que no nos es posible hablar de demonios, diablos, fantasmas o hadas sin implicar un significado dañino o trivial, totalmente impropio de las antiguas deidades que eran tan benéficas y poderosas. Si usamos, pues, la palabra dios para tales concepciones, siempre debemos hacerlo con la reserva de que esa palabra ha tenido un significado muy distinto del que tenía en las antiguas mentalidades.

Para los egipcios, los dioses podían ser mortales; hasta de Ra, el dios-sol, se decía que había envejecido y estaba debilitado, Osiris fue asesinado, y a Orion, el gran cazador de los cielos, los dioses lo mataron y comieron. La mortalidad de los dioses ha sido tratada por el doctor Frazer (La Rama Dorada), y las numerosas tumbas de dioses, y la muerte violenta del hombre deificado que era venerado, todo esto demuestra que la inmortalidad no era un atributo divino. No tenemos, pues, la menor duda de que podían sufrir en vida; así, un mito relata cómo Ra, caminando sobre la Tierra, fue mordido por una serpiente mágica y padeció grandes tormentos. También se suponía que los dioses tenían una vida semejante a la del hombre, no sólo en Egipto sino asimismo en otros muchos países antiguos. Constantemente les ofrecían comida y bebida, que en Egipto dejaban en los altares mientras que en otras tierras las quemaban para obtener un dulce sabor. En Tebas, la esposa divina del dios, o suma sacerdotisa, era la regente del harén de concubinas del dios; y de igual manera, en Babilonia la cámara del dios con el diván de oro solamente podía ser visitada por la sacerdotisa que allí dormía para obtener respuestas en sus oráculos.

Los dioses egipcios no podían tener conocimiento de cuanto ocurría en la Tierra sin ser debidamente informados, ni podían dar a conocer su voluntad en un lugar distante sin enviar un mensajero; eran tan limitados como los dioses griegos que necesitaban la ayuda de Iris para comunicarse entre sí o con la humanidad. Los dioses, por consiguiente, no eran superiores al hombre por su divinidad en condiciones y en limitaciones; sólo podría describírselos como preexistentes, inteligencias activas, con apenas más poderes de los que el ser humano podía esperar lograr mediante la magia o la brujería. Esta concepción explica cuan fácilmente lo divino se fundía con lo humano en la teología griega, y con cuánta frecuencia los antepasados divinos entraban en las historias familiares. (Con la palabra «teología» se designa el conocimiento de los dioses).

En las teologías antiguas hay clases de dioses muy diferentes. Algunas razas, como la de los modernos indios, muestran una gran profusión de dioses y dioses menores que aumentan sin cesar. Otras, como la de los turanios, bien babilonios, sumerios, siberianos modernos o chinos, no adoptan el culto de grandes dioses, sino que tratan con un serie de espíritus anímicos, fantasmas, demonios, o como queramos llamarlos; y el chamanismo o la hechicería son sus sistemas para protegerse de tales adversarios. Pero todos nuestros conocimientos acerca de las primitivas posiciones y la naturaleza de los grandes dioses los presentan de forma muy diferente a esos tan variados espíritus. Si la concepción de un dios fuese sólo una evolución del culto de uno de esos espíritus hallaríamos que el culto de muchos dioses precedió a la de un solo dios, que el politeísmo precedió al monoteísmo en tal tribu o raza. Lo que en realidad hallamos es lo contrario de esto, que el monoteísmo es la primera fase visible en teología. Por eso más bien debemos examinar el concepto teológico de las razas arias y semitas, separadamente del culto al demonio de los [uranios. En realidad, los chinos parecen tener una aversión mental al concepto de un dios personal, y a pensar en una serie de espíritus terrestres y otros demonios, y también a la abstracción panteísta del cielo.

Cuando seguimos las huellas del politeísmo hasta sus primeras fases hallamos que es el resultado de varias combinaciones de monoteísmo. En Egipto, incluso Osiris, Isis y Horus (una tríada tan familiar), estaban considerados como unidades separadas en lugares diferentes; Isis era una diosa virgen, y Horus un dios auto existente. Cada ciudad tenía su particular dios, al que se le añadieron otros. De la misma forma, en Babilonia cada gran ciudad tenía su dios supremo, y las combinaciones de ellos, y su transformación a fin de constituirlos en grupos cuando sus hogares se unieron políticamente, demuestran que al principio eran unas deidades solitarias.

No solamente debemos distinguir ampliamente la demonología de las razas que adoraban a numerosos espíritus terrestres y demonios de la teología de las razas devotas a los grandes dioses solitarios, sino que hemos de distinguir las diversas ideas de esta última categoría. Casi todas las razas teológicas no han impedido el culto de otros dioses al lado de la deidad local. Es de esta manera cómo la combinación de las teologías edificó el politeísmo de Egipto y Grecia. Pero otras razas teológicas tenían el concepto de un «dios celoso», que no toleraba la presencia de un rival. No podemos datar esta concepción antes del mosaísmo, y esta idea combate con dureza la tolerancia politeísta. Este punto de vista reconoce la realidad de otros dioses, pero ignora sus reivindicaciones.

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