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William K. C. Guthrie - Los filósofos griegos

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William K. C. Guthrie Los filósofos griegos

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Título original: The Greek Philosophers. From Thales to Aristotle

William K. C. Guthrie, 1950

Traducción: Florentino M. Torner

Editor digital: IbnKhaldun

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I Modalidades del pensamiento griego PARA determinar el alcance y objeto de - photo 1

I. Modalidades del pensamiento griego

PARA determinar el alcance y objeto de las páginas siguientes, lo mejor será empezar por decir que se basan en un breve curso de lecciones destinadas a estudiantes consagrados no a los estudios clásicos precisamente, sino a otras y muy diversas materias. Se suponía que los oyentes no sabían griego, pero que su interés en otras disciplinas, tales como inglés, historia o matemáticas (pues entre ellos había por lo menos un matemático), o quizá simplemente su cultura general, les había dado la impresión de que las ideas griegas constituían la base de gran parte del pensamiento europeo posterior, suscitando en ellos, por consiguiente, el deseo de saber con más exactitud lo que habían sido aquellas ideas griegas en su expresión originaria. Puede suponerse que ya antes habían entrado en contacto con ellas, pero a través de espejos que las deformaban más o menos, según este o aquel escritor inglés, alemán o de cualquier otra nacionalidad las había usado para sus propios fines, tiñéndolas del color de su propio pensamiento y época, o que quizás estaba inconscientemente influido por ellas al formular sus personales opiniones. Algunos habían leído, traducidas, obras de Platón y de Aristóteles, y ciertas partes de ellas les habían parecido embrolladas y confusas; cosa muy natural, pues dichas ideas habían nacido en el clima intelectual del siglo IV a. C. en Grecia, y los lectores se habían formado en el clima de una época muy posterior y en un país muy diferente.

Sobre la base de tales supuestos, me propuse —como me lo propongo en este libro respecto del lector que se encuentra en situación análoga— proporcionar cierta información acerca de la filosofía griega desde sus comienzos, para explicar a Platón y Aristóteles a la luz de sus predecesores más bien que a la de sus sucesores, y dar una idea de los rasgos característicos del pensamiento y de la concepción del mundo de los griegos. No haré referencias —o haré muy pocas— a su influencia sobre los pensadores europeos de tiempos posteriores ni sobre los de nuestro propio país. Y esto se debe no sólo a las limitaciones que me impone mi propia ignorancia, sino también a la creencia de que al lector le resultará más agradable y provechoso advertir por sí mismo esas influencias y establecer comparaciones, de acuerdo con su cultura y con sus personales intereses. Al hablar de los griegos en sí mismos y atendiendo únicamente a lo que ellos no ofrecen, será mi propósito suministrar materia para tales comparaciones a la vez que una base sólida sobre la cual puedan sustentarse. He leído que un libro sobre el existencialismo inserta un árbol genealógico» de la filosofía existencialista, en cuya raíz aparece colocado Sócrates a causa, evidentemente, de que fue autor de la frase «conócete a ti mismo». Aparte del problema de si Sócrates quiso decir con esas palabras algo parecido a lo que por ellas entiende el existencialista del siglo XX , ignora éste que la frase no fue invención de Sócrates, sino una de tantas expresiones proverbiales de la sabiduría griega cuyo autor, si es que puede ser atribuida a algún autor, fue el dios Apolo. Mas, sea de ello lo que fuere, Sócrates, lo mismo que todos los demás griegos, la conocía como uno de los viejos preceptos inscritos en las paredes del templo de Apolo en Delfos. No es cosa sin importancia que perteneciese a la enseñanza de la religión apolínea, y el ejemplo, aunque pequeño, servirá para hacer ver la tergiversación que un trazo aun brevísimo del pensamiento antiguo puede ayudarnos a evitar.

El punto de vista que yo he sugerido tendría la ventaja de revelar ciertas diferencias importantes entre el modo de pensar griego y el nuestro, diferencias que tienden a oscurecerse cuando, por ejemplo, la ciencia atómica de los griegos o la teoría del Estado de Platón son arrancados de su suelo natural en el mundo griego anterior y coetáneo, y consideradas aisladamente como precursoras de la física atómica o de la teoría política modernas. No obstante la inmensa deuda que Europa, y con Europa Inglaterra, tiene contraída con la cultura griega, los griegos siguen siendo un pueblo notablemente extranjero, y requiere un verdadero esfuerzo penetrar en su mentalidad, porque esto significa olvidar muchas de las nociones que se han convertido en parte integrante de nuestro equipo mental, de suerte que las llevamos con nosotros como cosas incuestionables y la mayor parte de las veces inconscientemente. En los grandes días de la erudición victoriana, cuando se pensaba que los clásicos suministraban modelos, no sólo intelectuales, sino también morales, que debía seguir el caballero inglés, había quizá la tendencia a sobreacentuar las analogías y aminorar las diferencias. La erudición de nuestros días, inferior en muchos respectos, tiene, sin embargo, esta ventaja: se basa en un estudio más intenso de los hábitos mentales de los griegos y de sus usos lingüísticos, y en un conocimiento más extenso del equipo mental de los pueblos antiguos tanto de Grecia como de otras partes. Gracias en parte a los progresos de la antropología y a los trabajos de los helenistas bastante inteligentes para advertir la concordancia de sus estudios con algunos de los resultados obtenidos por los antropólogos, podemos afirmar sin arrogancia que estamos hoy en mejor posición para estimar los fundamentos ocultos del pensamiento griego, los supuestos previos que admitían tácitamente, lo mismo que nosotros actualmente admitimos las reglas consagradas de la lógica o el hecho de la rotación de la Tierra.

Y al llegar a este punto he de decir francamente, aunque sin el deseo de demorarme sobre una dificultad inicial, que no es tarea fácil comprender las modalidades del pensamiento griego sin algún conocimiento del idioma. Lenguaje y pensamiento se entretejen, inextricablemente, y actúan el uno sobre el otro. Las palabras tienen su historia y sus asociaciones, las cuales constituyen, para quienes las emplean, una parte muy importante de su significado, sobre todo porque sus efectos son inconscientemente sentidos más bien que aprehendidos intelectualmente. Aun en idiomas hablados en una misma época, aparte de unas pocas palabras que designan objetos materiales, es prácticamente imposible traducir un vocablo de manera que produzca exactamente la misma impresión en un extranjero que la palabra original produce en quienes la oyen en su propia tierra. Respecto de los griegos, esas dificultades se acrecen considerablemente por el largo transcurso del tiempo y la diferencia de ambiente cultural, ambiente que, cuando se trata de dos naciones europeas modernas, es ampliamente compartido por ellas. Cuando tenemos que confiarnos en palabras inglesas equivalentes, tales como «justicia» o «virtud», sin conocer los diversos usos de las griegas correspondientes en contextos distintos, no sólo perdemos gran parte del contenido de las palabras griegas, sino que metemos en ellas las asociaciones que guardan en nuestro idioma inglés, las cuales son por lo general completamente extrañas a la intención significativa del griego. Por consiguiente, me será necesario algunas veces usar términos griegos y explicar con toda la claridad posible el sentido en que fueron empleados. Si esto tuviera por consecuencia incitar a alguien a estudiar griego, o a recordar el que ha aprendido en el colegio y que después ha abandonado por dedicarse a otras materias, tanto mejor. Pero este libro seguirá basándose en el supuesto de que toda palabra griega en él empleada debe ser explicada.

Antes de seguir adelante, algunos ejemplos contribuirán quizás a aclarar lo que quiero decir cuando afirmo que, si queremos entender a un filósofo griego antiguo, como Platón, es importante saber algo de la historia, las afinidades y los usos de las palabras más importantes, por cualquier concepto, que emplea, en vez de contentarnos con vagos equivalentes en nuestra lengua, como «justicia», «virtud», «dios», que es todo lo que nos ofrecen la mayor parte de las traducciones. Y no podría empezar con nada mejor que con una cita del prefacio de Cornford a su propia traducción de la

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