David Grann - La ciudad perdida de Z
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- Libro:La ciudad perdida de Z
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2009
- Índice:4 / 5
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La ciudad perdida de Z: resumen, descripción y anotación
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Para mi intrépida Kyra
A veces me basta un retazo que se abre justo en medio de un paisaje incongruente, unas luces que afloran en la niebla, el diálogo de dos transeúntes que se encuentran en pleno trajín, para pensar que a partir de ahí juntaré pedazo a pedazo la ciudad perfecta […]. Si te digo que la ciudad a la cual tiende mi viaje es discontinua en el espacio y en el tiempo, a veces rala, a veces densa, no creas que hay que dejar de buscarla.
ÍTALO CALVINO - Las ciudades invisibles
En 1925, el explorador británico Percy Fawcett se aventuró en el Amazonas en busca de una antigua civilización que, si hubiera sido descubierta, habría supuesto el mayor hallazgo arqueológico de la historia. Durante siglos los europeos situaron la ciudad legendaria de El Dorado en la selva más grande y densa del mundo; miles de personas perdieron la vida intentando encontrarla.
Fawcett, sin embargo, no dejó que el reguero de cadáveres que había dejado esta obsesión en ambas orillas del Amazonas lo desanimara. Tras emprender una expedición tras otra sin lograr ningún éxito, en la última, acompañado por su hijo de veintiún años, e insistiendo tercamente en demostrar la existencia de la ciudad mítica, desapareció sin dejar el menor rastro.
A partir de este suceso misterioso, cientos de hombres surcaron la indómita jungla para tratar de averiguar qué había ocurrido con la expedición de Fawcett. Para todos ellos sólo ha habido tres respuestas posibles: la captura por parte de una tribu, la locura o la muerte. David Grann ha reconstruido, paso a paso, la vida del genial explorador en su último viaje y se ha adentrado en el infierno verde que fascinó a tantos aventureros y arrebató tantas vidas.
David Grann
ePub r1.3
nadie4ever 1.11.2015
Título original: The lost city of Z
David Grann, 2009
Traducción: Nuria Salinas Villar
Editor digital: nadie4ever
ePub base r1.2
PREFACIO
1. Volveremos
2. La desaparición
3. Comienza la búsqueda
4. Tesoro enterrado
5. Donde no llegaban los mapas
6. El discípulo
7. Helado liofilizado y calcetines para la adrenalina
8. Camino del Amazonas
9. Los documentos secretos
10. El infierno verde
11. El Dead Horse Camp
12. En manos de los dioses
13. Rescate
14. La teoría de Z
15. El dorado
16. La caja fuerte
17. El mundo entero está loco
18. Una obsesión científica
19. Una pista inesperada
20. No temas
21. El último testigo ocular
22. Vivo o muerto
23. Los restos del coronel
24. El otro mundo
25. Z
SAQUÉ el mapa del bolsillo trasero. Estaba mojado y arrugado; las líneas que había trazado para destacar mi ruta se habían desdibujado. Examiné detenidamente las marcas que había hecho con la esperanza de que me sacaran del Amazonas en lugar de internarme aún más en él.
La letra «Z» seguía apreciándose en el centro del mapa. Aun así, no parecía tanto una señal indicadora como una mofa, un testimonio más de mi locura.
Siempre me había considerado un reportero con una visión objetiva de los hechos que no se implicaba de forma personal en las historias que narraba. Mientras que otros a menudo parecen sucumbir a sus sueños y obsesiones descabellados, yo intentaba ser un testigo imparcial. Y me había convencido de que esa era la razón por la que había recorrido más de dieciséis mil kilómetros, desde Nueva York, pasando por Londres, hasta el río Xingu, uno de los afluentes más largos del Amazonas, por la que había dedicado meses a estudiar centenares de páginas de diarios y cartas de la época victoriana, y por la que había dejado a mi esposa y a mi hijo de un año y había contratado un seguro de vida adicional.
Me dije que tan solo había ido a documentarme sobre cómo generaciones de científicos y aventureros se obsesionaron hasta morir en el intento con resolver lo que con frecuencia se ha llamado «el mayor misterio de la exploración del siglo XX»: el paradero de la ciudad perdida de Z. Se creía que esta ciudad ancestral, con su red de caminos, puentes y templos, estaba oculta en el Amazonas, la selva más grande del mundo. En una era de aviones y satélites, la región sigue siendo uno de los últimos espacios sin cartografiar del planeta. A lo largo de centenares de años ha obsesionado a geógrafos, arqueólogos, fundadores de imperios, cazadores de tesoros y filósofos. Cuando los europeos llegaron por primera vez a Sudamérica, en los albores del siglo XVI, tenían la certeza de que la selva albergaba el fastuoso reino de El Dorado. Miles de personas murieron durante la búsqueda. En tiempos más recientes, muchos científicos han decidido que una civilización tan compleja no pudo haber surgido en un entorno tan hostil, donde la tierra es demasiado pobre para cultivos, los mosquitos son portadores de enfermedades letales y los depredadores acechan bajo la espesura de los árboles.
Por lo general, la región se ha considerado una selva primigenia, un lugar en el que, como dijo Thomas Hobbes al describir el estado de la naturaleza, «no hay Artes, no hay Letras, no hay Sociedad, y, lo peor de todo, existe un temor constante y el peligro de sufrir una muerte violenta».
Durante casi un siglo, numerosos exploradores han sacrificado incluso su vida para encontrar la Ciudad de Z. La búsqueda de esta civilización, y de los incontables hombres que desaparecieron en el intento, ha eclipsado las novelas épicas de Arthur Conan Doyle y H. Rider Haggard, quienes también se sintieron atraídos por la búsqueda de Z en la vida real. En ocasiones tuve que recordarme que todo lo relacionado con esta historia era verídico: una estrella de cine había sido realmente secuestrada por los indígenas; se habían hallado tribus caníbales, restos de civilizaciones antiguas, mapas secretos y espías; exploradores que habían muerto de hambre, o debido a enfermedades, a ataques de animales salvajes o a heridas producidas por flechas envenenadas. El concepto que se había tenido de las Américas antes de que Cristóbal Colón desembarcara en el Nuevo Mundo se encontraba a medio camino entre la aventura y la muerte.
En aquel momento, mientras examinaba mi maltrecho mapa, nada de eso importaba. Alcé la mirada hacia la maraña de árboles, lianas y enredaderas que me rodeaban y hacia las moscas y los mosquitos que me dejaban regueros de sangre en la piel. Había perdido la guía. No me quedaba comida ni agua. Guardé el mapa en mi bolsillo y seguí caminando hacia delante, intentando encontrar la salida mientras las ramas me azotaban la cara. Entonces vi que algo se movía entre los árboles.
—¿Quién anda ahí? —grité.
No hubo respuesta. Una silueta revoloteó entre las ramas, y después otra. Se acercaban, y por primera vez me pregunté: «¿Qué demonios hago aquí?».
CON qué facilidad puede engañar el Amazonas.
El río más poderoso del mundo, más poderoso que el Nilo y el Ganges, más que el Mississippi y que todos los ríos de China empieza siendo apenas un arroyo. En los Andes, por encima de los cinco mil quinientos metros, entre nieve y nubes, emerge por una grieta rocosa, apenas un reguero de agua cristalina. En ese punto no se diferencia de otros muchos arroyos que surcan la cordillera andina, algunos de los cuales se derraman en cascadas por la vertiente occidental hacia el Pacífico, que se encuentra a unos cien kilómetros. Otros, como el Amazonas, bajan por la vertiente oriental en un viaje aparentemente imposible hasta el océano Atlántico, recorriendo una distancia mayor que la que separa Nueva York de París. A tanta altura, el aire es demasiado frío para que haya selva y depredadores. No obstante, es en ese lugar donde nace el Amazonas, alimentado por el deshielo y la lluvia, para luego ser arrastrado precipicios abajo por la fuerza de la gravedad.
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