Patxo Unzueta - A mí el pelotón
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- Libro:A mí el pelotón
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1986
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A mí el pelotón: resumen, descripción y anotación
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A los futbolistas de la familia: Jon, Txabi y Daniel Unzueta, Jon Basauri y Oier Zurimendi, que tenían entre menos cinco y más seis años cuando el Athletic volvió a ser campeón (y se escribió este libro).
«El mejor cronista de fútbol que he conocido es Patxo Unzueta», afirma Santiago Segurola, otro de los grandes periodistas deportivos, que no duda en calificar A mí el pelotón de antológico. El libro se centra en los mejores años del Athletic de Bilbao y en los jugadores que contribuyeron a la leyenda del club. No es un libro solo para los feligreses de San Mamés, es un ejemplo de periodismo deportivo que era necesario recuperar y que se lee con la emoción, incertidumbre e intensidad de una novela. Considerado como uno de los mejores textos de la literatura deportiva española, A mí el pelotón se completa con una amplia selección de escritos de fútbol, nunca editados en libro, que abarcan desde los años 80 hasta la actualidad, y que salen del territorio del Athletic para llegar a la rivalidad Madrid-Barça o a personajes como Valdano o Iniesta.
Patxo Unzueta
y otros escritos de fútbol
ePub r1.2
Banshee27.01.14
Título original: A mí el pelotón
Patxo Unzueta, 1986
Editor digital: Banshee
Corrección de erratas: xelenio, dekisi
ePub base r1.0
PATXO UNZUETA (Bilbao, 1946). Estudió Periodismo en la Universidad de Barcelona y empezó su carrera profesional en el semanario Berriak y en la revista Punto y Hora de Euskal Herria. Fue corresponsal del Diario 16 en el País Vasco y también del diario El País entre 1978 y 1986. Desde entonces trabaja en la sección de opinión de este periódico. Es autor de diferentes libros de contenido político centrados fundamentalmente en la sociedad vasca, el nacionalismo y el terrorismo. Ha participado en el libro Fútbol y pasiones políticas y en el colectivo Conversaciones en la catedral, sobre el centenario del Athletic. También es autor del relato La enfermera y el futbolista, que forma parte de la selección de Cuentos de fútbol. Entre sus obras destacan también Los nietos de la ira, Sociedad vasca y política nacionalista y A mí el pelotón.
Fui cronista del Athletic entre las temporadas 1982-1983 y 1985-1986. Durante esos cuatro años el equipo de San Mamés fue dos veces campeón de liga y jugó dos finales de Copa, ganando una de ellas. Una selección de los artículos aparecidos en El País en ese periodo se publicó en 1986 en un libro editado por La Primitiva Casa Baroja, de San Sebastián. En aquella ocasión expresaba mi agradecimiento a las personas que habían influido en mi decisión de convertirme en cronista futbolístico, entre las que citaba al escritor Juan Cueto y el cineasta Elías Querejeta.
Desde entonces, otras personas me han animado a seguir escribiendo de fútbol, lo que he hecho esporádicamente. Una parte de los artículos publicados desde entonces se incluye en esta nueva edición. A los agradecimientos de hace un cuarto de siglo añado ahora los dirigidos a la periodista Sara Estévez, el historiador Carmelo Landa Montenegro y el dibujante Tomás Ondarra, que junto con Santiago Segurola y Alfredo Relaño son las personas de las que más he aprendido sobre fútbol en general y sobre el Athletic en particular.
P. U.
M i más remoto recuerdo es este: estoy en el patio del Instituto de Bilbao —mi abuelo era bedel— jugando con una pelota mientras como unas galletas. Una pelota azul. Unas galletas pequeñas en forma de animales y con un sabor especial. Alguien llega con un precioso caballo de cartón. Me dicen que es para mí, un regalo, y que puedo montarme. Lo hago sin soltar la pelota. Cuando estoy arriba trato de asirme a las orejas de la maravilla de cartón, pero la pelota se me cae de las manos y rueda unos metros. Forzado a tomar una decisión, elijo abandonar el flamante regalo y seguir jugando con mi pelota de goma.
Nunca he vuelto a comer galletas como aquellas, pero cada vez que veo un caballo de cartón o una pelota de color azul celeste me sube al paladar, o mejor dicho al cerebro, el especial sabor (anisado, deduzco ahora) de aquellas figuritas —patos, peces, leones— de galleta.
Naturalmente yo no lo recuerdo, pero dice mi padre que la primera frase completa que aprendí a pronunciar, y que casi gritaba cada vez que bajaba al patio con la pelota, fue esta: «Yo ero Gainza». Por lo visto tenía dificultades con el presente de indicativo y me las arreglaba con esa personal adaptación a tiempo actual del pretérito imperfecto.
De manera que a los dos años no solo había elegido ya entre la palpitación y la inmovilidad ecuestre, entre la ética y la estética, entre la épica y la hípica, entre la acción y la equitación (en una palabra: entre el fútbol y todo lo demás), sino que ya era Gainza (o aspiraba al menos a poder decir algún día que casi lo había sido).
El historiador Juan Pablo Fusi, que es donostiarra, me confesó en cierta ocasión que sus dos sueños imposibles de la infancia y primera adolescencia habían sido, por este orden, ver ganar el campeonato de Liga a la Real Sociedad, y figurar entre las tropas vascas de liberación que entraban en San Sebastián tras haber derrotado a Franco y todo lo que este representaba. De ambos sueños, el que Fusi consideraba más utópico (el primero, evidentemente) pudo verlo realizado aquella tarde, poco antes de la conversación que relato, en que Zamora marcó su decisivo gol en el Molinón.
Eran las tres de la madrugada, en Madrid, y puestos a desnudar el alma, me vi obligado a revelar a Fusi cuál había sido mi propio sueño imposible de toda la vida, combinación en cierto modo de los dos suyos: yo también era el capitán, o al menos su lugarteniente, y también viajaba encaramado en las cartolas de un camión que entraba en Bilbao por Achuri. La gente nos aclamaba porque habíamos derrotado, en las mismas barbas de Franco, a nada menos que al Real Madrid, y volvíamos a casa con la Copa.
Más concretamente: a los 13 años perseveraba en ser Piru Gainza, o al menos Arieta.
El extremo izquierda del Athletic fue, así pues, mi primer héroe. Algunas veces he pensado que tal vez de ahí me viniera cierta ulterior propensión a contemplar la vida desde un ángulo próximo al banderín de córner. Porque he de decir, en honor a la verdad, que los héroes posteriormente incorporados a mi olimpo particular, desde Guillermo Brown hasta Felipe —el de las tiras de Mafalda—, desde Jorge Oteiza a Manolo Sarabia, desde Unamuno y Meabe a Ernesto Guevara y Gustave Flaubert, tuvieron todos, incluso si ellos lo ignoraban, algo de zurdos: gentes que amagan hacia fuera, pero recortan hacia dentro, personas que frecuentan el borde exterior y amenazan irse, pero se quedan. Disidentes, en una palabra, en cuyo corazón luchan los bandos y que solo aman el presente por lo que de (pretérito) imperfecto tiene.
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