© Yellow Jersey 2019, del texto original.
Publicado originalmente bajo el título The Secret Cyclist por Yellow Jersey, una marca de Vintage Publishing. Vintage es una empresa del grupo Penguin Random House.
© Libros de Ruta Ediciones, S.L., 2019.
Bilbao-Galdakao errepidea 10-3
48004 Bilbao
www.librosderuta.com
Primera edición: agosto 2019
Traductora: Aitziber Elejalde Sáenz
Edición: Eneko Garate Iturralde
Portada y maquetación: Amagoia Rekero García
Foto portada: torwaiphoto
ISBN: 978-84-120188-2-0
Depósito legal: BI-898-2019
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INTRODUCCIÓN
S é que este libro va a dar pie a muchas especulaciones. Intentar identificarme forma parte de la diversión, y lo entiendo. Como lector, a mí también me gustaría saberlo. Pero no escondo mi identidad como reclamo. Lo hago porque, en mi mundo, los corredores están para ser vistos, no escuchados. He competido al máximo nivel en diferentes equipos desde hace ya una década, pero cualquiera que haya pasado algún tiempo en el mundo del ciclismo profesional sabe que no está bien visto mostrar tu opinión en público si valoras tu contrato. Incluso una queja puntual sobre la cinta del manillar puede causarte problemas con el equipo, porque seguramente ellos también tengan un conflicto con el patrocinador. Cuando empecé, no era raro que un equipo recubriera el sillín de una de sus grandes figuras si no le gustaba el modelo del patrocinador para que todo el mundo estuviera contento. También solían volver a rotular los tubulares si sabían que los que tenían que usar no eran de buena calidad. Estoy seguro de que todavía lo hacen. Nuestro deporte existe únicamente porque la publicidad y la promoción de productos lo permiten, por lo que está estrictamente prohibido que un ciclista muestre su opinión sobre el equipamiento. Conozco a varios que no han podido entrenar porque las baterías del cambio eran defectuosas y a otros que se han pasado incontables horas tiritando y empapados porque el patrocinador de ropa no tenía una chaqueta decente, pero no les permiten contarlo. Lo que dicen los gregarios está tan controlado -o incluso más- que sus rutinas de entrenamiento o su alimentación.
He decidido mantenerme en el anonimato porque, aunque quiero mostrar los entresijos del ciclismo profesional, también tengo que pensar en mi carrera y en mi familia. Todos los aspectos públicos de nuestras vidas están tan férreamente controlados que resulta imposible ser totalmente sincero en una entrevista para un periódico y mucho menos en un libro. Los equipos tienen directrices para todo lo que hacemos e incluso algo tan inocente como equivocarse de casco durante una salida en bici de montaña con los amigos puede meterte en un buen lío si acaba en alguna red social.
También por las personas: los organizadores de carreras, los agentes, los otros corredores y los directores de equipo. O, dicho de otro modo: mis compañeros, amigos y jefes. No tiene nada que ver con la antigua ley del silencio, sino con el sentido común. No podría presentarme a una concentración con todos mis compañeros si supieran que voy a escribir acerca de todo lo que hacen y dicen, y no esperaría que me renovaran el contrato si mi mánager se enterara de que voy a contradecir sus tácticas públicamente. Si no me creéis, os animo a que escribáis un blog contando todo lo que pasa en vuestro trabajo, que cuestionéis cómo se dirige la empresa, os aseguréis de llamar imbécil a vuestro jefe y que firméis con vuestro nombre. Ya me contaréis qué tal os va.
Vivimos en un mundo muy pequeño y el mundo del ciclismo es minúsculo en comparación. Todo el mundo se entera de todo y nadie olvida nada. Cuando decidí escribir este libro, no lo hice con la intención de ofender a nadie ni de ajustar cuentas, pero tampoco quería que me excomulgaran. Es difícil oír la verdad y, aunque solo doy mi opinión, sería imposible compartir mis pensamientos más sinceros sobre muchas cosas si supiera que mi nombre va a estar impreso en la portada. El ciclismo ha sido mi vida desde que era un adolescente y, a pesar de todos sus defectos, me encanta. Ha sido bueno conmigo y yo también quiero ser bueno con él. El propósito de este libro no es quejarse por quejarse, ni atacar a nadie. Solo quiero mostraros lo que supone ser ciclista profesional y ofreceros una visión sin filtros del interior del pelotón. Hay mucho de lo que disfrutar en este deporte, pero también hay problemas y por eso quiero iniciar un diálogo. He leído libros de personas críticas y de acérrimos defensores, pero no encajo en ninguna de las dos categorías. Siempre he creído que si realmente te gusta algo, tienes que aceptarlo tal y como es. Para mí, el ciclismo puede ser glorioso o deleznable, pero a menudo no es ninguna de las dos cosas. Se trata de pedalear durante horas y horas por muy poco a cambio. Es caprichoso, y en ocasiones disparatado, pero también es asombroso y emocionante y, lo más importante, divertido. En este libro quiero reflejar todo eso.
INICIOS
C uando era pequeño y vi el Tour de Francia por primera vez en televisión, me quedé enganchado. Más tarde comencé a seguir todo: las grandes vueltas, las clásicas y los mundiales. Nunca me cansaba. Mi padre tenía una colección de libros de ciclismo, algunos eran cómics, y me atrajeron los personajes y las locas historias. Tenía curiosidad por todo ello. Cuando cumplí once años me regalaron mi primera bicicleta y empecé a hacer cicloturismo con mi padre. Ya por aquel entonces hacíamos largas jornadas, era habitual que recorriéramos cien kilómetros.
También me apunté a un club, pero estaba demasiado estructurado para mí en aquel entonces. Simplemente me gustaba montar en bici, por lo que hice lo que me apeteció durante unos años y volví cuando tenía quince o dieciséis. También jugaba al fútbol y me gustaba probar cosas nuevas, por lo que el ciclismo no era el único deporte que me interesaba. En mi familia no había una gran tradición ciclista. Solíamos usar mucho la bici, pero por placer.
En aquella época era más fácil jugar al fútbol porque la mayo ría de los partidos tenían lugar cerca de casa y podía ir por mi cuenta. De vez en cuando tenías que jugar un partido más lejos, pero era menos complicado que el ciclismo, no tenías que conducir durante horas cada fin de semana para competir. Cuando comencé a participar en carreras solía ir con un amigo y sus padres, los míos empezaron a ir más tarde, cuando me lo empecé a tomar más en serio. Es un gran compromiso para los padres, en especial si tienen otros hijos, porque hay que viajar mucho, así que no me importó, sabía que mis padres tenían cosas que hacer en casa. Aun así, cuanto más me implicaba, más se interesaban y al final era mi padre el que me llevaba a todos lados. Sé que no fue fácil, pero creo que también le gustaba. Sentíamos que estábamos haciendo algo importante.
Cuando corría en juveniles recuerdo que me compraron una nueva bici de carretera y, al igual que otros corredores que conozco, me prometí que sería la última que compraría. Hablando con otros profesionales, parece que era un pacto que todos nos hacíamos en algún momento, te dices que vas a conseguir un equipo, que vas a ser corredor profesional y que te lo van a regalar todo. No estaba preparado para lo que estaba por llegar, pero tampoco me iba a dar por vencido.
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