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Modesto Lafuente - Historia General de España - VIII

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Modesto Lafuente Historia General de España - VIII
  • Libro:
    Historia General de España - VIII
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    ePubLibre
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    1850
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Historia General de España - VIII: resumen, descripción y anotación

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Esta monumental obra se publicó en 25 volúmenes entre 1850 y 1866, año en que muere su autor, Modesto Lafuente. Fue continuada por Juan Valera con la colaboración de Andrés Borrego y Antonio Pirala. El octavo volumen (edición de 1889) está dedicado íntegramente a parte del reinado de Carlos I. Hechos importantes ocurridos en este periodo fueron: La guerra de las comunidades, las germanías de Valencia, la batalla de Pavía con la posterior prisión de Francisco I, el saqueo de Roma, la reforma luterana, la liga contra el turco, la fundación de la compañía de Jesús, el desastre de Argel…

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Esta monumental obra se publicó en 25 volúmenes entre 1850 y 1866, año en que muere su autor, Modesto Lafuente. Fue continuada por Juan Valera con la colaboración de Andrés Borrego y Antonio Pirala.

El octavo volumen (edición de 1889) está dedicado íntegramente a parte del reinado de Carlos I.

Hechos importantes ocurridos en este periodo fueron: La guerra de las comunidades, las germanías de Valencia, la batalla de Pavía con la posterior prisión de Francisco I, el saqueo de Roma, la reforma luterana, la liga contra el turco, la fundación de la compañía de Jesús, el desastre de Argel…

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Modesto Lafuente

Historia General de España - VIII

Historia General de España 08

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Notas

[1] Véanse sobre estos puntos los capítulos II y X del libro precedente, y el Apéndice VIII al tom. X.

[2] Sandoval, Historia de Carlos V, lib. III, párr. 1 al 10.—Mártir, epist. 608.—Robertson, Hist. de Carlos V, lib. I.

[3] A esto respondió el rey, que se esforzaría a hacerlo, y que ya lo había comenzado a hablar.

[4] Acerca de la institución y de los privilegios de los Monteros de Espinosa dice Salazar de Mendoza en su Monarquía de España lo siguiente:—«Por causas que para ello hubo instituyó el conde don Sancho García y mandó que guardasen su persona de noche doce vecinos de la villa de Espinosa en la montaña de Castilla la Vieja pasado el Ebro, escogidos de los varios de que se compone aquella villa que son Berrueza, Quintanilla, Bárcenas, Santa Olalla, Taguseras y Para. Llámanse Monteros de Espinosa, porque el primero que tuvo este oficio y fue cabeza de los doce era montero del conde y natural de Espinosa. También se llaman monteros de guarda. Hanse hallado tan bien los reyes de Castilla sucesores del conde con la fidelidad de que ha usado siempre esta manera de guardar que la han acrecentado y honrado mucho con privilegios y favores que concedieron a los hidalgos que la han hecho hasta el tiempo del rey Católico don Felipe II., que los confirmó en 1557, estando en San Lorenzo el Real, y el estatuto que entonces se hizo de que los que hubiesen de tener este oficio sean hijosdalgo de padre y abuelo y sin raza de judíos, moros o penitenciados por la Santa Inquisición por cosa tocante a la santa fe católica, ni tenido oficio vil, bajo o mecánico.

»El Rey Católico don Fernando a los doce que instituyó el conde añadió otros doce para la guardia del príncipe don Juan, su hijo. Después cuando la primera reina doña Juana se retiró a Tordesillas, se aumentaron otros veinte y cuatro con que se completó el numero de cuarenta y ocho que ahora sirve. El oficio de los monteros es guardar las personas reales desde las ocho de la noche hasta las ocho de la mañana siguiente; para esto asisten en la sala más propincua a la antecámara donde duermen los reyes y personas reales. Aquí tienen sus camas alzadas de día y cubiertas con reposteros de armas reales. Tienen un hacha encendida en esta sala toda la noche; visitan el palacio real; velan cuatro la hora de prima; otros cuatro la hora de modorra y otros cuatro la del alba, y en siendo de día abren las puertas y alzan sus camas; y si hallan en palacio alguno le pueden matar. Hállanse presentes al desnudarse el rey, visitan su aposento, cierran la puerta, guardan la llave habiéndola recibido de mano de los ayudas de cámara. En cerrando la dueña de honor, que es la azafata que guarda los tocados de la reina, le hacen guardar hasta la mañana por la orden que al rey. Cuando muere el rey o alguna persona real, en acabando de expirar le empiezan a guardar y hacen la vela de día y de noche, hasta que le meten en la sepultura. Solían visitar a las personas reales después de estar en la cama, para certificarse de ello y encargarse de su guarda. Están sujetos a las ordenanzas y mandatos del mayordomo mayor del rey; es oficio renunciable, vendible y se hereda; y si viene a parar a alguna mujer, le puede servir su marido, siendo hijodalgo y natural de la villa de Espinosa».—Monarquía, tom. I, libro II, cap. 7.

Silva, Catálogo Real, pág. 43, dice hablando de don Sancho:

Que en el año 1013 concedió a su muy leal mayordomo Sancho Peláyez, natural de Espinosa, que él y los demás de aquella villa guardasen de noche la persona real, como todo latamente escribe en su libro don Pedro de la Escalera Guevara, montero de la cámara y fiscal de la junta de aposento.

[5] Cuadernos de Cortes.—Sandoval, Hist. de Carlos V, libro III, párr. 10.—Robertson en su Historia pasa por alto todas estas peticiones.

[6] MS. de la Academia de la Historia.—Sandoval, Hist., lib. III.—Robertson, Historia del emperador, libro I.

[7] Mártir de Anglería, epíst. 607 a 622, passim.

[8] Hállase esta carta en Dormer, Anales de Aragón, lib. I, cap. 17.

[9] No el 9 ni el 15, como se lee en varios autores. Consta así en los registros del reino.

[10] La enérgica oposición de los aragoneses produjo un serio y gravísimo altercado entre el conde de Benavente y el de Aranda, castellano el uno y aragonés el otro. El primero se había propasado a decir, que si S.A. quisiese seguir su consejo, él los traería a la melena. Contestóle el segundo con aspereza: trabáronse de palabras, y al fin vinieron a las manos, no ya ellos solos, sino llevando cada cual su gente, a punto de armarse una noche en la calle una ruda refriega, en que hubo hasta veinte y cinco heridos. El arzobispo de Zaragoza apaciguó la contienda, y el rey puso tregua entre los dos acalorados magnates.—Gonzalo de Ayora, Comunidades de Castilla, cap. 4.

[11] Este tratado de paz entre Francisco I de Francia y Carlos de Flandes, ahora rey de España, se celebró el 13 de agosto de 1516.

[12] Maximiliano no había sido considerado sino como rey de Romanos y emperador electo, en razón a no haber sido coronado por el papa, ceremonia que se tenía entonces por esencial.

[13] Eran estos el arzobispo de Maguncia, el de Colonia, el de Tréveris, el rey de Bohemia, el conde palatino del Rhin, el duque de Sajonia y el marqués de Brandeburgo.

[14] Georg., Sabini, De elect. Carol. V.—Goldsmit, Constit. imperiales, tom. I.—Guicciardini, Istor., lib. XIII.—Freheri, Rer. Germ. Scriptor., tom. III.—Giannone, Istor. di Napoli, tom. II.—Robertson, Hist. del emperador Carlos V, lib. I.

[15] Aunque hasta entonces se había acostumbrado a dar a los reyes de España el tratamiento de Señoría, y más comúnmente el de Alteza, ya no era nuevo el de Majestad, si bien solo se había empleado vagamente y en casos aislados y especiales. Habíanle usado ya en algunas ocasiones don Martín de Aragón, don Alfonso V., don Juan II. y el mismo don Fernando el Católico, pero raras veces y alternando con otras fórmulas reverenciales. El duque de Segorbe en 1483 llamaba al rey Fernando Vuestra Excelencia; al año siguiente le decía Serenísimo Señor: en 1487 le denominaba Ilustrísimo Señor Rey. Con esta misma variedad se solía tratar a los demás soberanos. Desde el emperador Carlos se fijó ya el tratamiento de Majestad, y a su imitación le fueron adoptando los demás soberanos de Europa.

[16] La fórmula era: «Don Carlos por la gracia de Dios, rey de Romanos, futuro emperador, semper Augusto, y doña Juana su madre y el mismo don Carlos por la misma gracia reyes de Castilla, de León, etc.».—Documentos de los archivos de Barcelona y Simancas.—Sandoval, lib. III, párrafo 36.

[17] En los papeles pertenecientes a la antigua diputación de Cataluña, que se conservan en el archivo de Barcelona, se hallan relaciones de lo que salió de aquella ciudad en el trienio de 1548 a 1521, entre los cuales se lee una partida de trescientas cabalgaduras y ochenta acémilas cargadas de riquezas para la esposa de Chievres y su comitiva, con otras poco menos escandalosas.

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