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Natalia Ginzburg - Antón Chéjov

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Natalia Ginzburg Antón Chéjov

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Las citas de los cuentos reproducidas en este libro fueron extraídas de las siguientes ediciones:

CHÉJOV, Antón: Cuentos (selección y traducción de Víctor Gallego Ballestero), Barcelona, Alba, 20053.

  • Cuentos imprescindibles (selección y prólogo de Richard Ford; ed. española de Ricardo San Vicente; traducción de Luis Abollado, José Laín Entralgo, Ricardo San Vicente y Augusto Vidal), Barcelona, Lumen, 2000.
  • Cuentos (traducción de E. Podgursky y A. Aguilar), Madrid, Aguilar, 1988.
  • Cuentos (selección de José Muñoz Millares y traducción de Víctor Gallego Ballestero), Valencia, Pre-Textos, 2002.

A ntón Chéjov nació en Taganrog el 17 de enero de 1860. Taganrog era una pequeña ciudad del sur de Rusia, a orillas del mar de Azov. Hasta mediados del siglo XIX había sido un centro de actividades comerciales animado y próspero, pero después, por distintas razones —el estancamiento del puerto, la competencia de Rostov del Don— perdió su antiguo prestigio. Al nacer Chéjov, la ciudad llevaba mucho tiempo en declive. El escritor la recordará como un arrabal soñoliento, habitado por gente indolente: noches oscuras y vacías; callejuelas embarradas; en verano, polvo y moscas; el agua era escasa e infecta, y el pan, pésimo.

Cuando él nació, su hermano mayor, Alexandr, tenía cinco años; su hermano Nikolai, dos. Después de él vino al mundo Iván, en 1861; a continuación, su hermana María, en 1863; y, finalmente, Mijaíl, en 1865. Los abuelos paternos y maternos habían sido siervos de la gleba. Al abuelo paterno lo habían liberado en 1841. Durante años, Pável Egórovich, su padre, trabajó de contable y, a fuerza de sacrificios, consiguió montar una pequeña tienda donde vendía azúcar, granos, harina y especias, y, como anexo, tenía una pequeña taberna. La modesta tienda se encontraba en el centro de Taganrog. La casa donde nació Chéjov estaba al lado.

A causa del declive de Taganrog y, sin duda, también por la ineptitud del padre, la tienda iba muy mal. Era un lugar sucio, lleno de ratones, y en invierno hacía un frío gélido. Antón debía hacer allí los deberes, y al mismo tiempo, vigilar a los dos dependientes, servir vodka a los parroquianos y contar el dinero. Quizá por culpa de todas estas pesadas tareas, de niño fue muy mal alumno. Si cometía algún error en las cuentas de la caja, su padre le pegaba con el cinto.

Su padre era un hombre despótico, colérico, de humor cambiante y de una sórdida avaricia, fruto de las dificultades económicas, pero también de su enfermizo apego al poco dinero que le daba la tienda. Era un hombre devoto. El dinero y las prácticas religiosas dominaban sus pensamientos y sus días. La madre era una mujer sumisa, resignada y apática, exhausta por los embarazos tan seguidos, consumida por las preocupaciones. No hacía más que contar mentalmente el poco dinero del que disponían para sacar adelante a la familia, no con la morbosa intensidad de su marido, sino con el terror de una liebre perseguida. Tanto la figura del padre como de la madre aparecen con frecuencia en los cuentos de Chéjov: el humor despótico y colérico de uno, la apática resignación de la otra, los cuartos en los que reinaba el miedo. La madre trataba de defender a los hijos de la cólera y los correazos del padre, pero su protección era débil, aterrorizada, resignada a lo peor. Con este panorama familiar pasa su infancia y su adolescencia Chéjov; de este ambiente nació la profunda aversión que el escritor sintió toda la vida hacia las prácticas religiosas y su constante preocupación por el dinero, aunque no en forma de pasión avara y ávida, como le ocurría a su padre, sino como una necesidad apremiante y obsesiva, como le ocurría a su madre. Al mismo tiempo, dada su naturaleza contradictoria y llena de contrastes, además de la permanente preocupación, sentía también una profunda y total indiferencia por la naturaleza del dinero, que lo impulsaba a regalarlo a quien fuese en cuanto disponía de él.

Jamás consiguió librarse de su familia; de seis hijos que eran, fue el único que, desde muy joven, tomó las riendas y asumió las responsabilidades del hogar, carga que llevó sobre los hombros hasta el final de sus días.

El padre manifestaba cierto amor por el arte, extraña característica en un temperamento beato y rapaz como el suyo. Tocaba el violín de forma autodidacta y pintaba imágenes sagradas. Chéjov dijo más tarde que sus hermanos habían heredado el talento artístico del padre y el alma de la madre.

Entre sus parientes, el más querido era Mitrofán, su tío paterno. Vivía en Taganrog; los jóvenes Chéjov iban a menudo a su casa.

Decepcionado por lo mal que marchaba la tienda, el padre quiso que los hijos estudiaran. Sin embargo, ocurría con frecuencia que no podían ir a la escuela porque no habían pagado las mensualidades, o porque no tenían zapatos o ropa adecuada. Alexandr parecía tener aptitud para las matemáticas; a Nikolai le encantaba pintar. En un principio, Antón decidió que quería estudiar medicina. A los quince años estuvo a punto de morir de peritonitis, y se salvó gracias a la paciencia y la devoción de un médico; tal vez la idea de ser médico le viniera de esa época. Esos estudios exigían largos años de dedicación y muchos gastos. Sin embargo, no cejó en su empeño. De pequeño era dejado y distraído; en el bachillerato se aplicó mucho en los estudios.

La peritonitis le dejó secuelas: molestias intestinales y unas hemorroides que lo atormentaron el resto de sus días.

En un solar heredado, su padre construyó una casa a la que se trasladó la familia. Era una casa grande, de la que alquilaba un ala un tal Selivánov, funcionario del tribunal. En su construcción se gastaron todos los ahorros. Las deudas hicieron del padre de Chéjov un hombre aún más colérico. Los dos hijos mayores se marcharon de Taganrog, pues no soportaban el ambiente familiar, y se establecieron en Moscú.

Alexandr encontró un puesto de preceptor en una familia. Además, trabajaba de amanuense. Mantenía a su hermano Nikolai, que confiaba en poder matricularse en una escuela de arte.

Cuando se marcharon sus dos hijos, el padre montó en cólera. Sin embargo, poco tiempo después, se vio obligado a reunirse con ellos en Moscú y a pedirles asilo. Se había decretado la quiebra del negocio y temía acabar en la cárcel. Se marchó de Taganrog de madrugada, a pie, y tomó el tren en la siguiente estación para que nadie lo viera. Durante un tiempo, trabajó de obrero en un taller de Moscú y luego de amanuense en un almacén. La madre puso la casa en venta y se la compró Selivánov, su inquilino. Ella también se marchó a Moscú con María y Mijaíl, y se alojó en casa de unos parientes. Iván se quedó en Taganrog, con una tía; Antón también se quedó. Selivánov le había ofrecido un lugar donde dormir y un plato de comida a cambio de que le diera clases de repaso a su sobrino. Vivió, pues, como subordinado en la casa que había pertenecido a su familia.

La madre le encargó que vendiese los pocos objetos salvados del naufragio: algunos bártulos, alguna que otra silla rota, las cacerolas. Y para mandarle algo de dinero, iba de acá para allá en busca de compradores y de más clases de repaso. Tenía dieciséis años. Más tarde dijo que la pobreza de aquellos años era para él como una muela picada, que le producía un dolor persistente y sordo del que no se libraba jamás.

Tres años después obtuvo el diploma de bachiller y una beca de veinticinco rublos mensuales. Partió para Moscú. La familia se había reunido y vivía acampada en un sótano. Al poco tiempo se marchó el padre, tras encontrar una cama en el almacén donde trabajaba; ganaba treinta rublos al mes, pero le pasaba poco dinero a la familia porque se había dado a la bebida. No obstante, el hecho de que no viviera con ellos era un alivio para todos; sólo aparecía los domingos. También se marchó Alexandr. En aquel sótano sin ventilación eran demasiados, pero Antón convenció a su madre para que admitiera como pensionistas a tres estudiantes, y ella aceptó.

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