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Natalia Aguirre Zimerman - 300 días en Afganistán

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Natalia Aguirre Zimerman 300 días en Afganistán

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Ésta es la primera obra de la ginecóloga de Medellín Natalia Aguirre Zimerman - photo 1

Ésta es la primera obra de la ginecóloga de Medellín Natalia Aguirre Zimerman, que ha sido galardonada con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, el más importante de Colombia, en la categoría de «crónicas y reportaje». 300 días en Afganistán se publicó por primera vez en marzo de 2004 en el n.° 53 de la revista El Malpensante. Ya se ha traducido al holandés y próximamente se hará al inglés. Actualmente la autora prosigue su labor como ginecóloga con otra organización humanitaria internacional, ahora en Sudán.

Título original 300 días en Afganistán Natalia Aguirre Zimerman marzo 2004 - photo 2

Título original: 300 días en Afganistán

Natalia Aguirre Zimerman, marzo 2004

Editor original: vicordi (v1.0)

ePub base v2.1

Una apasionante crónica compuesta por la compilación de los correos electrónicos que Natalia Aguirre Zimerman, ginecóloga colombiana enviada por Médicos Sin Fronteras a Afganistán desde septiembre de 2002 a julio de 2003, escribió a sus parientes y amigos durante su estancia de casi 300 días en ese país. Gracias a estas páginas, escritas con una prosa espontánea pero con la dosis adecuada de humor negro y la única intención de comunicarnos sus observaciones personales, la autora consigue acercarnos a una visión de Afganistán muy distinta a la que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación. Un testimonio de primera mano de cómo viven los afganos su día a día, de sus costumbres, de sus modos de pensar…, pero del que no está exento el conflicto de un pueblo que lleva décadas soportando guerras e invasiones. La joven médica nos ayuda a entender Oriente de otra manera, desmitificando el rol de la mujer sumisa y reprimida por una sociedad machista, y nos refiere sus vivencias, las arduas condiciones en las que tuvo que trabajar y las dificultades de una sociedad.

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Natalia Aguirre Zimerman

300 días en Afganistán

ePUB v1.0

vicordi18.06.13

Preludio necesario El texto que sigue excepcionalmente largo incluso para las - photo 4

Preludio necesario

El texto que sigue, excepcionalmente largo incluso para las dilatadas tradiciones de esta revista, «Revista El Malpensante, Bogotá, Colombia», cumple sin embargo con medidas también excepcionales de calidad e interés que nos llevan a publicarlo de un tirón: es la versión muy personal de lo que vio y vivió una joven médica colombiana durante algo más de 300 días en Afganistán, adonde llegó el 9 de septiembre de 2002 y de donde partió el 15 de julio de 2003.

Afganistán es un país que los colombianos conocemos sobre todo a través de la óptica guerrerista y maniquea del periodismo americano, en particular el de televisión. A este periodismo le interesa muy poco la vida cotidiana de los lugares en los que se desarrollan las batallas y se obsesiona en cambio con las implicaciones geopolíticas de los conflictos. Como Afganistán está en guerra desde hace más de dos décadas y acaba de padecer el fundamentalismo talibán, lo corriente sería encontrar en los microrrelatos que siguen ante todo hechos de sangre y fanatismo. Sin embargo, el lector encontrará la visión de una joven médica paisa, minuciosa, humana e incontaminada por las jergas y los prejuicios típicos de los corresponsales de guerra. Desde luego que el conflicto no está ausente de sus relatos, pero aun así podemos encontrar en ellos a mucha gente de carne y hueso que vive, sufre y se divierte en un sobresalto constante que con gran facilidad transita de la vida a la muerte.

Vale la pena aclarar que Natalia estaba en Afganistán a título de médica gineco-obstetra en una misión de la prestigiosa ONG Medicins sans Frontières (o MSF), si bien lo que ella relata no refleja de ninguna manera la versión oficial de MSF, así ellos estén al tanto de la presente publicación. Se trata simplemente de las observaciones personales que la autora envió por e-mail a su familia y a sus amigos en Medellín, así como de las fotos que tomó para ilustrar su experiencia. No sobra recalcar que su estadía en Afganistán coincidió con el momento en que el ejército de Estados Unidos invadió a Irak, de modo que los riesgos para la seguridad de los representantes de MSF y demás ONG humanitarias se agudizaron mucho en el proceso, según se nota aquí y allá en el texto.

Lo demás no es lo de menos: estamos ante un retrato múltiple de la vida cotidiana de un pueblo martirizado y llevado a grandes abismos por una tradición religiosa problemática y por una larga historia de traumas e invasiones. Mucho se ha hablado de las diferencias que existen entre la escritura femenina y la masculina.

Pues bien, lo que sigue sólo lo pudo escribir una mujer. Esperamos que los lectores lo aprecien. A nosotros, tanto los microrrelatos como las fotos nos parecen extraordinarios, de suerte que los publicamos de una buena vez en toda su gloriosa extensión.

Una alfombra mágica moderna

No sé ni por dónde empezarles a contar lo que he visto en los últimos tres días. Salí de París hacia Dubai porque la carretera de Pakistán a Afganistán está muy peligrosa, ya que en estos días es el aniversario del bombardeo sobre Kabul y se teme que ocurran incidentes conmemorativos. Salí con cuatro acompañantes: Petra (una logística holandesa como de mi edad), Yoerguen (un anestesiólogo alemán queridísimo que iba rumbo a Sri Lanka), al que decidimos llamar “Yogurt” para podernos acordar, Alain (un cuarentón reportero de MSF) y Katrina (la partera neozelandesa). Desde el check-in se vio lo ostentoso de la aerolínea. Los tags para las maletas eran rojos, de plástico grueso, blandito y súper bien diseñado.

Cuando llegamos a Dubai a la 1:30 a.m., nos bajamos, y en emigración vimos una gente de fantasía. Unas mujeres africanas, negras como el carbón, de 1,90 m de estatura y ropa de colores muy fuertes, con vestidos enormes y tocados como medio tribales en la cabeza. Estas africanas, además de imponentes, tenían una voz de tono muy bajo y miraban con la cara en alto. No tengo ni idea de su nacionalidad pero viajaban solas. Luego vimos toda clase de musulmanas, con toda clase de trapos en la cara y rayones en las manos. Había una especialmente triste. Parecía ser la esposa de un duro saudita, barrigón, de atuendo blanco. Tenía toda la cara cubierta con un velo gris oscuro; las manos, blancas e impecables, adornadas con joyas ultra costosas; los zapatos, de tacón y negros. Detrás de ellos un maletero traía tres french poodles blancos, grandes e impecables, iguales a la dueña.

Como era de esperarse, el equipo pasó tranquilo por inmigración, pero como yo tengo pasaporte colombiano y no tenía visa, me sacaron a un lado y se me enfrió todo. Pensé: me van a deportar y mínimo me voy de violada en la prisión local de Dubai. Afortunadamente, un viajero experimentado que me acompañaba les echó el cuento de que era sólo por una horas y que yo era de un equipo humanitario. La carreta funcionó y me dejaron salir hacia el hotel. Por cortesía de los Emiratos Árabes nos alojamos en un hotel lujoso y bastante miamesco (como todo en Dubai, ¿o será que en Miami todo es arabesco?). Tres horas más tarde regresamos al aeropuerto, me monté en el vuelo de Naciones Unidas, un Fokker medio destartalado, y llegué a Afganistán.

Aterrizaje

Uno llega hasta Kabul desde una altura mayor de la normal porque, al igual que Medellín, la ciudad está metida entre montañas y tiene una en la mitad. Cuando el piloto piensa que ya está cerca de la pista, se tira en picada y uno cree que se va a matar. Pero no, todo lo tienen bien calculado para que no nos tumben (por motivos de seguridad uno nunca sabe a qué horas sale o llega, porque los talibanes derriban los aviones a punta de rockets). El avión vuela muy bajito y en el último momento lo aterrizan con una precisión impresionante. Lo primero que uno ve en la pista son los cadáveres de cientos de aviones, y los esqueletos de buses y carros, dispuestos a ambos lados de la pista. Algunos muy oxidados (como si pertenecieran a una guerra pasada); otros parecen recientemente fusilados, y los carros en que viaja la población están premórtem. ¿Cómo describirles la ciudad? Hagan de cuenta que están en Tolú luego de la bomba de Hiroshima, y de que no ha llovido en cuatro años. Todo es café grisoso (salvo la gente), y la ciudad tiene varicela. Todos los frentes de las casas y edificios muestran cicatrices de los tiros de los Kalashnikov porque como las construcciones son de ladrillo terroso, se les cae el pedazo del lado del huequito.

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