Deuda de familia
Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
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© Nadia Noor 2019
© Editorial LxL 2019
www.editoriallxl.com
04240, Almería (España)
Primera edición: abril 2019
Composición: Editorial LxL
ISBN: 978-84-17516-61-1
A ti, que me lo diste todo sin pedir nada a cambio.
Gracias, mamá.
Agradecimientos
A todas los lectores/as que han brindado una oportunidad a Deuda de Familia I. Gracias por tratar con tanto cariño a los personajes, por dejar una reseña, valoración o, simplemente, por darle un me gusta en las redes sociales. Son gestos pequeños que suman y que para un autor significan un mundo. Sin vosotros/as este sueño no sería posible. ¡Gracias!
Capítulo 1
El único perdedor
Sergio Fernández llevaba dieciocho horas sin dormir y su cuerpo daba claras señales de agotamiento. Sabía que lo primero que debía hacer era desvestirse y darse un baño caliente para desentumecerse los huesos, aunque dudaba que le quedasen fuerzas para hacerlo. Se quitó con lentitud el cinturón de cuero que rodeaba la túnica militar que llevaba puesta, dejándose caer desplomado sobre la cama. Hizo un pequeño intento de incorporarse que no llegó a materializarse y, por lo tanto, se quedó tumbado con la vista anclada en el techo agrietado y los brazos extendidos a lo ancho del colchón. Antes de dejarse vencer por el sueño, buscó serenar sus alborotados pensamientos que alternaban inquietos en torno a los últimos acontecimientos vividos dejándolos vagar sin rumbo.
En la actualidad, la ciudad de Marchena se había visto envuelta en varias revueltas y tensiones sociales, y era cada vez más frecuente que las familias adineradas solicitasen ayuda a las fuerzas armadas para defenderse de los ataques callejeros producidos a plena luz del día. Ante la oleada de solicitudes, los efectivos de la policía eran insuficientes y los pocos despachos de detectives privados existentes en la urbe se friccionaban las manos por la lluvia de clientes que no cesaban de acumularse a sus puertas. El alcalde, al verse desbordado por la situación, pidió ayuda al cuerpo armado.
Los altos cargos militares pusieron en marcha una reunión precipitada y, tras largas horas de duros debates, reproches y culpas compartidas, llegaron a la conclusión de que la ciudad necesitaba con urgencia un organismo de profesionales, preparados para frenar la oleada de robos y atentados; de lo contrario, aquello desencadenaría en una rebelión imposible de controlar.
El Regimiento de infantería N. 5 de Marchena, liderado por el experimentado general Albori, había recibido el encargo de formar un cuerpo exclusivo de militares, entre los cuales se encontraba el capitán Sergio Fernández. Tras someterse a un curso de especialización en inteligencia, intervención y protección, los tres pilares fundamentales en materia de seguridad y defensa, doce valientes militares, fueron declarados aptos para desempeñar labores de protección y seguridad.
Durante treinta días, el cuerpo de defensa bautizado con el nombre de CIP —Cuerpo de Intervención y Protección— había sido aleccionado en técnicas de defensa cuerpo a cuerpo y manejo de armas. Los militares fueron sometidos a duros entrenamientos que comenzaban a primera hora de la mañana con una carrera continua, intercalando velocidad y resistencia por un intervalo de tiempo de dos horas. Después, seguían cuatro horas de Krav Maga — un tipo de lucha de contacto — , donde los soldados aprendieron cómo defenderse contra las agresiones en el trabajo del escolta, como agarres, golpes variados, patadas, estrangulamientos, palos, cuchillos y pistolas. Los instructores insistían en que era de vital importancia ejecutar esta técnica con precisión y rapidez. Con estos pensamientos rondándoles por la cabeza, el capitán se dejó vencido por el sueño.
Algún tiempo después unos sonidos suaves en la puerta hicieron que se incorporase de golpe. Enfocó la mirada, tratando de averiguar si había amanecido, puesto que se llevó la impresión de haber descansado solo unos pocos minutos.
«No ha podido haber pasado la noche tan rápido», se dijo malhumorado al tiempo que se ponía de pie de mala gana y daba grandes zancadas en dirección a la puerta. Antes de abrirla, se paseó los dedos por su pelo alborotado y se alisó un poco la túnica militar medio desabrochada.
«Al final me dormí vestido —se regañó— y con las botas puestas. ¿Qué tipo de persona soy?».
Un par de segundos más tarde abrió la puerta, luciendo una expresión descontenta en su rostro adormilado, encontrándose en su campo visual con el teniente García, quien lo miraba con una mezcla de azoramiento y pesar.
—Buenos días, mi capitán —saludó García con entusiasmo al tiempo que levantaba la mano a la sien y cuadraba los hombros en actitud formal—. Siento despertarlo tan temprano, se trata de una nueva misión.
—Teniente, mi turno ha terminado hace tan solo siete horas —farfulló Sergio, tras corresponderle el saludo y consultar su reloj. No pudo evitar sorprenderse, puesto que, por muy increíble que pareciera, había trascurrido ese tiempo mientras estuvo dormido—. El reglamento dice que es preciso que pasen al menos veinticuatro entre una misión y otra, así que…
—Se trata de una emergencia —respondió con prontitud García—. Ayer por la tarde un grupo de malhechores atracaron el carruaje de la hija del marqués de Francavilla. El general ha insistido en que vayamos cuanto antes para tranquilizar a la familia y valoremos los riesgos.
—O sea que el general quiere convertirme en la niñera de una marquesita. ¡Fantástico! ¿Tengo elección? —preguntó, sabiendo de antemano que no la tendría.
El capitán Fernández soltó una larga exhalación y alzó la vista. De lo normal tenía carácter afable, siempre dispuesto a enfrentar retos nuevos; sin embargo, la falta de sueño y el cansancio acumulado le pasaban factura. En ese preciso instante le importaba bien poco lo histérica que debía de ser la marquesita de Francavilla y las órdenes de sus superiores. Por muy bien entrenado que estuviera, si no lo dejaban descansar un mínimo de horas, su rendimiento se vería reducido. Centró de nuevo la atención en el teniente que aguardaba nervioso su respuesta.
—Me temo que no, mi capitán. —García clavó la vista en sus botas de caña alta y añadió en tono amistoso—: El general insiste que tomemos las primeras medidas de protección antes del mediodía. Dice que el marqués es uno de los hombres más influyentes de la ciudad y no podemos hacerlo esperar.
—Entendido. Necesitaré al menos una hora para prepararme, llegué tan cansado anoche que me tumbé vestido.
—Iré a informar, aunque el general contaba con este extremo, por lo que me ha encomendado comunicarte que te espera en la sala de reuniones a las ocho en punto.
Dicho esto, el teniente levantó la mano a la altura de la frente para cumplir con el saludo de rigor y, acto seguido, se despidió con un gesto, cuadrando las piernas con excesivo énfasis.
Sergio le devolvió el saludo y, regresando a su cuarto, se quitó las botas militares sintiendo la irritación crecer como la espuma en su interior. Se imaginó a la hija del marqués tumbada en una cama gigantesca, envuelta en sabanas almidonadas, rodeada de varias doncellas que soportaban con resignación su llanto histérico. Aquellas suposiciones provocaron una progresiva ola de enfado en contra de la joven.
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