Prólogo
M e llamo Natalia Levi...
Me llamo Natalia Levi. En mis ensayos me convierto de nuevo en la niña que lee Un matrimonio de provincias, en la muchacha que envía a revistas sus primeros relatos. Ante la página en blanco tengo dudas y tengo miedo. En cambio, en la ficción pierdo mis nombres: me llamo como se llaman otros. Soy esos otros. «Él no interpreta, él es ese hombre», concluiré sobre el trabajo de Buster Keaton en Film. Al pensar en él pensaré en mí misma.
Me llamo Natalia Levi. Ahora escribo como Natalia Ginzburg. Tan fácil y difícil a la vez.
Las tareas de casa y otros ensayos se desarrolla igual que una crónica de vida. Natalia Ginzburg, quien soy o quien escribe, cuenta la vida de Natalia Levi; su cotidianidad incluye la lectura y la escritura, las películas y las conversaciones, las preguntas. Cada experiencia sirve para buscar respuestas, pero una cosa es buscar y otra muy distinta encontrar. En la madurez y en la vejez, los tiempos desde los que la autora escribe la mayoría de estos textos, asombra ver cómo, en cambio, «nuestros hijos consiguen vivir y descifrar el presente». La sorpresa, más que el desconcierto, guía sus conclusiones.
En ninguno de sus otros libros Natalia se nos había mostrado tan desnuda. Ni siquiera en aquellos de autobiografía declarada. Si de muestra sirve un botón, ante la idea de conocer a la novelista inglesa Ivy Compton-Burnett, a la que tanto admira, la escritora se describe como «ridícula, superflua, sentimental». En cambio, a su hijo mayor, uno de los primeros lectores de sus textos, la propia Ginzburg le parece «una escritora azucarada». Ella lo agradece. En estos ensayos esta espléndida mujer arriesga, se tropieza, cree que falla, pero acierta.
La vida es la literatura, y por eso reflexionar sobre la vida implica reflexionar sobre la escritura. Natalia Ginzburg ata sus palabras con fuerza, y al asegurar los nudos se estremece, vulnerable. Teme no decir lo que quiere decir. Teme no decir en la manera en que quiere decirlo. Aspira a que la lean con la fuerza y con la severidad de su padre en la infancia. En estos ensayos, Natalia Ginzburg se llama Natalia Levi.
Existe un prejuicio en torno a la escritura de Natalia Ginzburg. Por sus inspiraciones y su estilo, en apariencia tan a ras de suelo, tan de tú a tú, la sentimos cercana, pero esa distancia mínima resulta tan compleja que solo puede nacer del trabajo constante y meditado. Eso sí: en las novelas la práctica vence a la teoría, y sin embargo en sus ensayos abundan las reflexiones sobre el papel del intelectual.
Además de su obra, ¿qué aporta un escritor a su tiempo? Ginzburg militó en el Partido Comunista, fue diputada, ella y su familia —su primer marido, sus padres, sus hermanos— lucharon contra el fascismo durante la dictadura y la guerra. Sin embargo, Ginzburg se refiere a los intelectuales marcando las distancias: no nosotros, sino ellos. «Los intelectuales comentan la realidad, los novelistas la representan», y se incluye en el último grupo.
Sin embargo, el compromiso impregna su narrativa de manera sutil y se revela firmísimo en sus ensayos. Como política no pretende trabajar por la cultura, sino por los «derechos de los ancianos». Sueña con un gobierno comunista, por supuesto, pero no «con las características de los vencedores», sino con la conciencia de quien lo perdió todo. Su apuesta política bebe —o viceversa— de su apuesta literaria: por el espacio común, por las pequeñas cosas.
Libertad ejerce como sinónimo de «alegría» en el diccionario de Natalia Levi. La libertad se cuenta en Las tareas de casa como un acto íntimo y, al mismo tiempo, como un acto de respeto; comienza en el momento en el que asumimos, y celebramos, la libertad del otro. Se resume en la decisión —llena de humor en su voz— de comprar una casa: uno debe cuestionarse, construirse, derribar muros, reformarse, levantarse otra vez, decidir qué ofertas acepta y cuáles ignora.
La autora no rehúye ningún tema. Aborda la política, desde la militancia más burocrática o desde la forma en la que influye en nuestra vida real. Defiende la libertad de expresión, aunque no comparta opiniones. No le tiemblan las manos al cuestionar las decisiones de sus amigos de siempre, si piensa que se equivocan, y escribe un artículo valiente y arriesgado sobre el aborto.
Hay un tono común en todos sus ensayos: el de la lucidez. Ginzburg o Levi, se llame como se llame, esta mujer nos ilumina y nos sugiere con su inteligencia.
Las tareas de la casa de Natalia Levi: el pensamiento, la lectura y la escritura. No sé si Natalia Ginzburg escribe aquí como escribe una mujer. ¿Cómo escribe una mujer? Sí que escribe orgullosa de sus circunstancias. Ginzburg es una escritora italiana, conocedora de una tradición que le enorgullece; es una mente curtida entre guerras, convencida de que la literatura sirve para cambiar el mundo. Y finalmente Ginzburg es una escritora, en femenino; sus protagonistas son mujeres fuertes, que toman sus propias decisiones y son dueñas de su vida. Desde ese punto de vista, el de quien ha vivido como mejor ha podido, el de quien ha escrito como ha querido, aborda sus ensayos.
Las tareas de casa y otros ensayos es un libro feliz. De acuerdo, habla de la muerte: de su cercanía y de su certeza. Pero gana el entusiasmo. Desde él recomienda Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, o Primera plana, de Billy Wilder, que le transforma en una mujer «inteligente y feliz». Desde él cuenta «el milagro de la diversión» que vive en los espectáculos del creador teatral Paolo Poli, o arremete —del lado contrario—contra aquello que le incomoda. También vamos a enterarnos de que no le gusta viajar con desconocidos ni pensar en los problemas de las mujeres sin pensar, al mismo tiempo, en los problemas de los hombres. Recuerda a los amigos muertos: a Italo Calvino, a Cesare Pavese, a su admirada Elsa Morante…
Ginzburg o Levi, Natalia está de mente presente en cada una de estas piezas. Lo está con un talento extraordinario teñido de modestia, como si el lector estuviera siempre muy cerca y no hiciera falta gritar. Como si no hiciera falta proclamar porque, bien mirado, las cosas importantes a menudo se comentan sotto voce.
E LENA M EDEL
Nunca me preguntes
A Gabriele
Pero tú permaneces en la carretera
desconocida e infinita.
Solo le pides a la vida
que se quede como es.
S ANDO P ENNA
La casa
H ace años, tras vender un apartamento que teníamos en Turín, nos pusimos a buscar casa en Roma; y la búsqueda de la casa duró mucho tiempo.
Yo deseaba desde hacía años una casa con jardín. Había vivido de niña en una casa con jardín, en Turín, y la casa que imaginaba y deseaba se parecía a aquella. No me conformaría con un jardincillo minúsculo, quería árboles, un estanque de piedra, hierba y senderos: quería todo lo que había en el jardín de mi infancia. Leía los anuncios del jueves y del domingo en el