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Ferguson - Civilización: Occidente y el resto

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Ferguson Civilización: Occidente y el resto
  • Libro:
    Civilización: Occidente y el resto
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
  • Genre:
  • Año:
    2012
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Civilización: Occidente y el resto: resumen, descripción y anotación

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La versión definitiva de la historia global contemporánea. Un viajero que recorriera el mundo en 1411 hubiera quedado deslumbrado por las imponentes civilizaciones orientales. La Ciudad Prohibida estaba en plena construcción en la China de los Ming; en Oriente Próximo, los otomanos acechaban Constantinopla. Por el contrario, los belicosos países de Europa occidental, Inglaterra, Escocia, Castilla, Aragón, Francia y Portugal, eran pobres y atrasados, debilitados por las epidemias, las pésimas condiciones sanitarias y las guerras incesantes. En cuanto a Norteamérica, en el siglo XV era un espacio poco habitado y anárquico en comparación con los impresionantes y organizados imperios de los incas y los aztecas. La idea de que Occidente pudiera llegar a dominar al resto del mundo durante el siguiente medio milenio le hubiera parecido ilusoria. Y, sin embargo, eso fue lo que ocurrió. ¿Qué permitió a la civilización de Europa occidental dominar a los aparentemente superiores imperios orientales? Según Niall Ferguson, Occidente logró desarrollar seis poderosos instrumentos, la competencia, la ciencia, el imperio de la ley, la medicina, la sociedad de consumo y la ética del trabajo. La cuestión fundamental hoy día es si Occidente ha perdido el monopolio de estos seis resortes del poder global. Para averiguarlo, Civilización nos lleva a un extraordinario viaje alrededor del mundo, del Gran Canal en Nankín al palacio de Topkapi en Estambul, del Machu Picchu en los Andes a la isla del Tiburón en Namibia; de las altas torres de Praga a las iglesias secretas de Wenzhou. Es la historia de los barcos de vela, los misiles, los títulos de propiedad, las vacunas, los pantalones vaqueros y las biblias chinas. Es la versión definitiva de la historia global contemporánea. La crítica ha dicho... Un libro agudo y rabiosamente actual. Ferguson, dotado de una mente perspicaz, sabe cómo llegar al núcleo de las cosas y lo hace con gran pulso narrativo. Andrew Marr, Financial Times Civilización es otra obra maestra... una gran fuerza guía la exposición y cada página revela datos fascinantes. Dominic Lawson, Sunday Times Erudito y, a la vez, ameno. Mario Vargas Llosa, El País Uno de los historiadores más reconocidos del mundo. Hamish McRae, Independent

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Civilización
Niall Ferguson

Traducción de

Francisco José Ramos Mena, por la traducción

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Índice

A Ayaan

Prefacio a la edición del Reino Unido

Intento recordar ahora dónde y cuándo me di cuenta. ¿Fue durante mi primer paseo a lo largo del Bund de Shanghai en 2005? ¿Fue entre el polvo y el esmog de Chongqing, mientras escuchaba a un funcionario del Partido Comunista local describir un inmenso montón de escombros como el futuro centro financiero del sudoeste de China? Eso ocurrió en 2008, y de algún modo me impresionó más que toda la sincronizada parafernalia de la ceremonia de apertura olímpica de Pekín. ¿O fue en el Carnegie Hall en 2009, mientras permanecía sentado hipnotizado por la música de Angel Lam, un joven compositor chino de deslumbrante talento que personifica la orientalización de la música clásica? Pienso que quizá fue solo entonces cuando realmente comprendí qué era lo que definía a la primera década del siglo XXI , justo cuando esta tocaba a su fin: el hecho de que estamos viviendo el final de quinientos años de supremacía occidental.

Tengo la creciente impresión de que la materia principal que se aborda en este libro es la cuestión más interesante que puede plantear un historiador de la era moderna. Simplemente: ¿por qué, más o menos a partir de 1500, unos pequeños regímenes del extremo occidental de la masa continental eurasiática pasaron a dominar el resto del mundo, incluidas las sociedades, más populosas y en muchos aspectos más sofisticadas, de Eurasia oriental? Y para mí, la cuestión subsiguiente es esta: si podemos dar con una buena explicación de la supremacía de Occidente en el pasado, ¿podremos ofrecer entonces un pronóstico para su futuro? ¿Es este realmente el fin del mundo de Occidente y el advenimiento de una nueva época oriental? En otras palabras: ¿estamos presenciando la decadencia de una edad en la que la mayor parte de la humanidad ha estado más o menos subordinada a la civilización surgida en Europa occidental tras el Renacimiento y la Reforma; la civilización que, impulsada por la revolución científica y la Ilustración, se expandió a través del Atlántico y llegó hasta las Antípodas, alcanzando finalmente su apogeo durante los años de la revolución, la industria y el imperio?

El mero hecho de que desee plantear tales cuestiones ya dice algo sobre la primera década del siglo XXI . Nacido y criado en Escocia, educado en la Academia de Glasgow y la Universidad de Oxford, desde los veinte años hasta los cuarenta di por supuesto que mi carrera académica transcurriría en Oxford o en Cambridge. Primero empecé a pensar en trasladarme a Estados Unidos porque un eminente benefactor de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de NuevaYork, el veterano de Wall Street Henry Kaufman, me había preguntado por qué alguien interesado en la historia del dinero y el poder no iba al lugar donde el dinero y el poder residían realmente. ¿Y qué lugar podía ser ese sino el centro de Manhattan? En los albores del nuevo milenio, la Bolsa de Nueva York era evidentemente el eje de una inmensa red económica global que era estadounidense en su diseño y también en gran medida estadounidense en su propiedad. La burbuja de las «punto com» se desinflaba, es cierto, y una pequeña y desagradable recesión hacía que los demócratas perdieran la Casa Blanca justo cuando su promesa de pagar la deuda nacional empezaba a parecer casi plausible. Pero solo ocho meses después de acceder a la presidencia, George W. Bush se vio enfrentado a un acontecimiento que subrayó enérgicamente la posición central de Manhattan en el mundo dominado por Occidente. La destrucción del World Trade Center a manos de terroristas de al-Qaeda venía a rendir a Nueva York un atroz homenaje: este era el objetivo número uno para cualquiera que quisiera desafiar en serio el predominio occidental.

Los acontecimientos posteriores se mostraron ebrios de arrogancia. Los talibanes derrocados en Afganistán, un «eje del mal» considerado maduro para un «cambio de régimen», Sadam Hussein expulsado del poder en Irak… El «texano tóxico» arrasaba en los sondeos, encaminándose a la reelección. La economía estadounidense se recuperaba gracias a los recortes fiscales. La «Vieja Europa» —por no mencionar a la Norteamérica progresista— estaba que echaba humo, presa de impotencia. Fascinado, me encontré leyendo y escribiendo cada vez más sobre imperios, en particular sobre las lecciones que Estados Unidos podía aprender de Gran Bretaña; el resultado fue El imperio británico. Cómo Gran Bretaña forjó el orden mundial (2003). En la medida en que reflexionaba sobre el auge, el reinado y la probable caída del imperio americano, se me hizo cada vez más evidente que en el corazón del poder estadounidense había tres déficit fatales: un déficit de mano de obra (no había suficientes soldados en campaña en Afganistán y en Irak), un déficit de atención (no había suficiente entusiasmo público de cara a una ocupación a largo plazo de los países conquistados), y, sobre todo, un déficit financiero (no había suficientes ahorros en relación a la inversión y no había suficientes impuestos en relación al gasto público).

En Coloso. Auge y decadencia del imperio americano (2004), advertía de que Estados Unidos había pasado a depender imperceptiblemente del capital asiático-oriental para financiar sus desequilibradas cuentas corrientes y fiscales. La decadencia y caída del solapado imperio de América podría deberse, pues, no a que hubiera terroristas a sus puertas, ni a los regímenes canallas que los patrocinaban, sino a una crisis financiera declarada en el propio corazón del imperio. Cuando, a finales de 2006, Moritz Schularick y yo acuñamos el término «Chimérica» para describir lo que nosotros veíamos como la relación peligrosamente insostenible —de ahí el juego de palabras con «quimera»— entre la cicatera China y la despilfarradora Norteamérica (léase Estados Unidos), de hecho habíamos identificado una de las claves de la inminente crisis financiera global. Y ello porque, si el consumidor estadounidense no hubiera dispuesto tanto de mano de obra barata china como de capital barato chino, la burbuja de los años 2002-2007 no habría llegado a ser tan mayúscula.

El espejismo de la «hiperpotencia» estadounidense se rompió, no una, sino dos veces durante la presidencia de George W. Bush. Su némesis llegó primero en las callejuelas de Ciudad Sadr y en los campos de Helmand, que revelaron no solo los límites del poderío militar estadounidense, sino también, y lo que es más importante, la ingenuidad de las visiones neoconservadoras acerca de una oleada democrática en el denominado «Gran Oriente Próximo». Y golpeó por segunda vez cuando la crisis de las hipotecas subprime de 2007 desembocó en el colapso crediticio de 2008 y, finalmente, en la «gran recesión» de 2009. Tras la bancarrota de Lehman Brothers, las falsas verdades del «Consenso de Washington» y la «Gran Moderación» —el equivalente al «Fin de la Historia» para los gobernadores de los bancos centrales— quedaron relegadas al olvido. Durante un tiempo pareció espantosamente posible una segunda Gran Depresión. ¿Qué había fallado? Por mi parte, en una serie de artículos y conferencias que comenzaron a mediados de 2006 y culminaron con la publicación de El triunfo del dinero en noviembre de 2008 —cuando la crisis financiera estaba en su apogeo—, argumenté que todos los principales componentes del sistema financiero internacional se habían visto desastrosamente debilitados a causa del excesivo endeudamiento a corto plazo sobre los balances bancarios, de unos valores con garantía hipotecaria (y otros productos financieros estructurados) groseramente tasados y literalmente sobrevalorados, de una política monetaria en exceso laxa por parte de la Reserva Federal estadounidense, de una burbuja inmobiliaria políticamente orquestada, y, por último, de la desenfrenada venta de falsas pólizas de seguros (conocidas como «derivados») que ofrecían una protección ficticia frente a incertidumbres incognoscibles, en lugar de hacerlo frente a riesgos cuantificables. Se había supuesto que la globalización de unas instituciones financieras que eran de origen occidental anunciaba una nueva era de menor inestabilidad económica. Hacían falta ciertos conocimientos históricos para prever que una obsoleta crisis de liquidez podía hacer que el precario edificio de la ingeniería financiera apalancada se viniera abajo.

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