Octavio Paz - El laberinto de la soledad
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- Libro:El laberinto de la soledad
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1950
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El laberinto de la soledad: resumen, descripción y anotación
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Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes. Abel Martín, con fe poética, no menos humana que la fe racional, creía en lo otro, en «La esencial Heterogeneidad del ser», como si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno.
ANTONIO MACHADO
La aparición de El laberinto de la soledad de Octavio Paz, en el mediodía del siglo XX, dejó una huella indeleble en el pensamiento mexicano moderno. A contracorriente de las interpretaciones psicológicas o metafísicas de la época, Octavio Paz restituyó al mexicano su individualidad histórica y a nuestra nación su sitio entre los conflictos de la civilización occidental. El laberinto de la soledad se lee desde 1950 como un pieza magistral del ensayo en lengua española y como un texto liminar donde la crítica y el mito libran las batallas de la transparencia. Octavio Paz no podía ser indiferente a las drámaticas consecuencias de 1968 en la historia mexicana y aquel año suscitó Postdata (1969), la célebre secuencia de El laberinto de la soledad. Este libro fue un gesto de responsabilidad y un llamado de alerta. Paz volvió sin vacilaciones a las heridas mexicanas y afirmó su creencia en esa profunda reforma democrática cuya actualidad habrá de reconocer en Postdata a uno de sus antecedentes intelectuales más firmes. Esta nueva edición de El laberinto de la soledad y Postdata, junto con las precisiones de Paz a Claude Fell en Vuelta a «El laberinto de la soledad» (1975), es un homenaje a la imaginación moral y al aliento crítico del poeta mexicano. «Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres», escribió Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Seis décadas después la voz de Octavio Paz ha ganado una audiencia universal y mexicana, clásica y contemporánea. Una obra cuyo punto de partida es El laberinto de la soledad, libro grabado en la conciencia intelectual de México como pocos en nuestra historia.
Octavio Paz
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Postdata
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Vuelta a «El laberinto de la soledad»
ePub r1.3
ElCavernas 09.01.15
El laberinto de la soledad
Octavio Paz, 1950
Postdata
Octavio Paz, 1970
Vuelta a «El laberinto de la soledad»
Revista Plural Número 50, Noviembre 1975
Retoque de cubierta: ElCavernas
Editor digital: ElCavernas
Corrección de erratas: carolusquintus
ePub base r1.2
[1] Nuestra historia reciente abunda en ejemplos de esta superposición y convivencia de diversos niveles históricos: el neofeudalismo porfirista (uso este término en espera del historiador que clasifique al fin en su originalidad nuestras etapas históricas) sirviéndose del positivismo, filosofía burguesa, para justificarse históricamente; Caso y Vasconcelos —iniciadores intelectuales de la Revolución— utilizando las ideas de Boutroux y Bergson para combatir al positivismo porfirista; la Educación Socialista en un país de incipiente capitalismo; los frescos revolucionarios en los muros gubernamentales… Todas estas aparentes contradicciones exigen un nuevo examen de nuestra historia y nuestra cultura, confluencia de muchas corrientes y épocas.
[2] En los últimos años han surgido en los Estados Unidos muchas bandas de jóvenes que recuerdan a los «pachucos» de la posguerra. No podía ser de otro modo; por una parte la sociedad norteamericana se cierra al exterior; por otra, interiormente, se petrifica. La vida no puede penetrarla; rechazada, se desperdicia, corre por las afueras, sin fin propio. Vida al margen, informe, sí, pero vida que busca su verdadera forma.
[3] Sin duda en la figura del «pachuco» hay muchos elementos que no aparecen en esta descripción. Pero el hibridismo de su lenguaje y de su porte me parecen indudable reflejo de una oscilación psíquica entre dos mundos irreductibles y que vanamente quiere conciliar y superar: el norteamericano y el mexicano. El «pachuco» no quiere ser mexicano, pero tampoco yanqui. Cuando llegué a Francia, en 1945, observé con asombro que la moda de los muchachos y muchachas de ciertos barrios —especialmente entre estudiantes y «artistas»— recordaba a la de los «pachucos» del sur de California. ¿Era una rápida e imaginativa adaptación de lo que esos jóvenes, aislados durante años, pensaban que era la moda norteamericana? Pregunté a varias personas. Casi todas me dijeron que esa moda era exclusivamente francesa y que había sido creada al fin de la ocupación. Algunos llegaban hasta a considerarla como una de las formas de la «Resistencia»; su fantasía y barroquismo eran una respuesta al orden de los alemanes. Aunque no excluyo la posibilidad de una imitación más o menos indirecta, la coincidencia me parece notable y significativa.
[4] Estas líneas fueron escritas antes de que la opinión pública se diese clara cuenta del peligro de aniquilamiento universal que entrañan las armas nucleares. Desde entonces los norteamericanos han perdido su optimismo pero no su confianza, una confianza hecha de resignación y obstinación. En realidad, aunque muchos lo afirman de labios para afuera, nadie cree —nadie quiere creer— que la amenaza es real e inmediata.
[5]Los frutos maduros.
[6] Jacques Soustelle, La pensée cosmologique des anciens mexicains, París, 1940.
[7] Ricardo Pozas, Juan Pérez Jolote. Autobiografía de un tzotzil, 16.ª ed., FCE, México, 1992.
[8] Edmundo O’Gorman , Crisis y porvenir de la ciencia histórica, México, 1947.
[9] Leopoldo Zea, El positivismo en México, México, 1942.
[10] Jesús Silva Herzog, Meditaciones sobre México, México, 1946.
[11]Ibíd.
[12] Silvio Zavala, «Síntesis de la historia del pueblo mexicano», en México en la Cultura, México, 1946.
[13] Pedro Henríquez Ureña, Hurras de Estudio, París, 1910.
[14] Gabino Fraga, «El derecho agrario», en México en la Cultura, México, 1946.
[15]Ibíd.
[16] El lector podrá encontrar la posición del autor ante el arte mexicano, en particular sobre la poesía y la pintura, en el libro Las peras del olmo, México, 1956.
[17] Véase Jorge Carrión, «La ruta psicológica de Quetzalcóatl», Cuadernos Americanos, núm. 5, septiembre-octubre de 1949, México.
[18] Lucien Lévy-Bruhl, La mentalité primitive, París, 1922.
[19]Ibíd.
[20] Amable Audin, Les Fêtes Solaires, París, 1945.
[21] Sobre la noción de «espacio sagrado», véase Mircea Eliade, Histoire des Religions, París, 1949.
[22] Van der Leeuw, L’homme primitif et la Religion, París, 1940.
[23] Todavía están en la cárcel 200 estudiantes, varios profesores universitarios y José Revueltas, uno de los mejores escritores de mi generación y uno de los hombres más puros de México.
[24]Cf. Corriente alterna, pp. 179, 180 y 181, en las que me ocupo asimismo del tema de la debilidad del mercado interno y de la necesidad de restablecer la democracia interna en los sindicatos obreros, medida que simultáneamente habría contribuido a la solución de los dos problemas: la crisis política y el bajo poder de consumo de nuestro proletariado.
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