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Charles Simic - El monstruo ama su laberinto

Aquí puedes leer online Charles Simic - El monstruo ama su laberinto texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1997, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Charles Simic El monstruo ama su laberinto
  • Libro:
    El monstruo ama su laberinto
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1997
  • Índice:
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El monstruo ama su laberinto: resumen, descripción y anotación

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El monstruo ama su laberinto — leer online gratis el libro completo

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El monstruo ama su laberinto es un libro fascinante que nos permite asomarnos - photo 1

«El monstruo ama su laberinto» es un libro fascinante que nos permite asomarnos a la mente del poeta, la trastienda de su imaginación. Apasionadas, tiernas, irónicas, llenas de humor y de ingenio, estas entradas de su cuaderno oscilan entre la anotación espontánea, la estampa autobiográfica y la observación atenta, sin olvidar sus incursiones en la filosofía y el comentario político.

Reflejo de un intelecto vivaz y desprejuiciado, revés de la trama de los poemas, estos apuntes nos acercan el esfuerzo cotidiano de su autor por desentrañar las muchas formas en que los seres humanos tratamos de dar sentido al mundo y nuestro lugar en él.

Charles Simic El monstruo ama su laberinto Cuadernos ePub r11 Titivillus - photo 2

Charles Simic

El monstruo ama su laberinto

Cuadernos

ePub r1.1

Titivillus 17.09.17

Título original: The Monster Loves His Labyrinth

Charles Simic, 1997

Traducción: Jordi Doce

Epílogo: Seamus Heaney

Retoque de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus

r1.1 (alfanhui1972, 17.09.17) Informe de erratas

ePub base r1.2

CHARLES SIMIC Nacido Duan Belgrado 1938 emigra a Estados Unidos en 1954 - photo 3

CHARLES SIMIC Nacido Duan Belgrado 1938 emigra a Estados Unidos en 1954 - photo 4

CHARLES SIMIC Nacido Dušan (Belgrado, 1938), emigra a Estados Unidos en 1954, donde reside desde entonces. Es uno de los mayores poetas contemporáneos en lengua inglesa y autor de luminosos ensayos sobre literatura y cine. Ha sido galardonado con numerosos premios, entre ellos el Premio Pulitzer de Poesía en 1990, la «beca al genio» de la Fundación MacArthur, el Griffin International Poetry Prize y el Wallace Stevens Award. Entre octubre de 2007 y mayo de 2008 fue Poeta Laureado de EE.UU. En la actualidad es profesor en la Universidad de New Hampshire y escribe habitualmente en el blog de The New York Review of Books.

En 2010 Vaso Roto Ediciones publicó sus memorias, Una mosca en la sopa (traducción de Jaime Blasco), libro al que han seguido los poemarios El mundo no se acaba (2013, 2014, traducción de Jordi Doce) y Mi séquito silencioso (2014, traducción de Antonio Albors).

Nota de los editores

Seguimos fielmente el texto de la edición original: The Monster Loves His Labyrinth, Ausable Press, Keene, NY, 2008. La sección III se había publicado previamente con el título de «Wonderful Words, Silent Truth» en el libro homónimo editado por University of Michigan Press, Ann Arbor, 1990.

Un adelanto de esta sección vio la luz en la revista Solaria, Gijón-Oviedo, segunda época, núm. 12 (2001), pp. 33-35. Más tarde se publicó íntegramente en Revista de Occidente, Madrid, núm. 290-291 (julio-agosto, 2005), pp. 190-204.

En el apéndice se incluye, como guía para el lector interesado, la traducción española de tres poemas de Simic a los que él mismo hace referencia en el curso del libro.

Nos ha parecido pertinente incorporar como epílogo un artículo de Seamus Heaney sobre la obra de Simic publicado originalmente en las revistas Agni, núm. 44 (otoño, 1996), y Harvard Review, núm. 13 (otoño, 1997), con el título de «Shorts for Simic». Más recientemente ha visto la luz, en versión traducida, en la revista El Cuaderno, Gijón, núm. 51 (diciembre, 2013), pp. 10-13.

El traductor agradece a Jaime Priede, Marta Agudo y Marcos Rodríguez su lectura atenta del texto español así como sus correcciones y sugerencias.

I

Última hora de la noche en la calle MacDougal. Un viejo se me acerca y dice: «Señor, estoy escribiendo la historia de mi vida y necesito una moneda de diez centavos para terminarla». Le doy un dólar.

Otra noche, en Washington Square, una gorda con una peluca con los pelos de punta me dice: «Soy Esther, la diosa del Amor. Si no me da un dólar, le lanzaré una maldición». Le doy una moneda de cinco centavos.

Uno de tantos recuerdos de posguerra: un carrito de bebé empujado por una anciana con joroba; y sentado en él, su hijo, con las dos piernas amputadas.

Ella estaba regateando con el tendero cuando el carrito se le escapó. La calle tenía tanto desnivel que el carrito empezó a rodar cuesta abajo con el tullido agitando la muleta, la madre pidiendo ayuda a gritos, y todo el mundo riéndose como si estuviera en el cine. Buster Keaton o alguien por el estilo a punto de caer por el acantilado…

Uno se reía porque sabía que acabaría bien. Uno se llevaba una sorpresa cuando no era así.

No les he contado cómo me llené de piojos al ponerme un casco alemán. Fue una historia célebre en mi familia. Recuerdo esas noches de invierno justo después de la guerra, con todo el mundo acurrucado alrededor de la estufa, hablando y angustiándose hasta la madrugada. Tarde o temprano, era inevitable, alguien mencionaba mi casco alemán lleno de piojos. Pensaban que era lo más gracioso que habían escuchado jamás. Los mayores lloraban de la risa. Un crío tan estúpido como para ir por ahí con un casco alemán lleno de piojos. Estaba infestado de ellos. ¡Cualquier tonto podía verlo!

Me quedaba sentado sin decir nada, fingiendo que me hacía gracia, asintiendo con la cabeza mientras me decía a mí mismo, ¡qué panda de idiotas! ¡Todos ellos! No tenían ni idea de cómo había conseguido el casco, y no estaba dispuesto a decírselo.

Fue uno de esos días que siguieron a la liberación de Belgrado. Yo estaba fisgando en el viejo cementerio con algunos amigos. ¡Entonces, de repente, los vimos! Un par de soldados alemanes, claramente muertos, espatarrados en el suelo. Nos acercamos para verlos mejor. Estaban desarmados. No llevaban botas, pero había un casco en el suelo, junto a uno de los cuerpos. No recuerdo con qué se quedaron los demás, pero yo me hice con el casco. Caminé de puntillas para no despertar al muerto. También procuré mantener los ojos apartados. Nunca vi su rostro, aunque a veces piense que lo hice. Tengo un recuerdo muy intenso y nítido de ese instante.

Ésa es la historia del casco lleno de piojos.

Comíamos melón bajo un enjambre de aviones que volaban a gran altura. Mientras comíamos, las bombas caían sobre Belgrado. Veíamos el humo alzarse a lo lejos. El calor del jardín nos sofocaba y pedimos permiso para quitarnos la camisa. Cada vez que mi madre cortaba un trozo con un cuchillo de cocina, el melón hacía un ruido tierno, como un chasquido. También oíamos lo que nos parecían truenos, pero cuando alzábamos la vista el cielo azul estaba despejado.

Una vez mi madre oyó a un hombre rogar por su vida. Recuerda las estrellas, las oscuras siluetas de los árboles junto al camino por el que huían del ejército austriaco en un carro de bueyes que avanzaba con lentitud. «Aquel hombre parecía terriblemente asustado allá en el bosque», dice. El carro siguió su camino. Nadie dijo nada. Pronto pudieron oír el sonido del río que debían cruzar.

Cuando yo era un niño, las mujeres remendaban sus medias por la noche. Tener una «carrera» en la media era catastrófico. Las medias eran caras, y también lo era la electricidad. Nos sentábamos alrededor de la mesa con una sola lámpara, mi abuela leyendo el periódico, los niños fingiendo hacer los deberes, mientras veíamos a mi madre extender sus uñas pintadas de rojo por dentro de la media transparente.

En la biografía de la poeta rusa Marina Tsvetaeva leo que su primera lectura poética en París tuvo lugar el 6 de febrero de 1925, y el recorte de prensa dice que el programa incluía también a tres músicos: madame Cunelli, que cantó viejas canciones italianas, profesor Mogilewski, que tocó el violín, y V. E. Byutsov al piano. ¡Esto es asombroso! Madame Cunelli, que se llamaba Nina, era amiga de mi madre. Las dos estudiaron con la misma profesora de canto, madame Kedrov, en París, y por alguna razón Nina Cunelli acabó en Belgrado durante la Segunda Guerra Mundial. Allí me enseñó canciones infantiles rusas y francesas, que aún conozco bien. Recuerdo que era una mujer hermosa, algo mayor que mi madre, y que se fue al extranjero al acabar la guerra.

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