Mestrio Plutarco - Obras Morales y de Costumbres II
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- Libro:Obras Morales y de Costumbres II
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:0120
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Obras Morales y de Costumbres II: resumen, descripción y anotación
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No figura este tratado en el llamado «Catálogo de Lamprias», y sobre su autenticidad hay planteada una polémica en la que las distintas posiciones no logran imponer mayoritariamente sus criterios, al basar sus apreciaciones en datos que escapan a una estricta objetividad.
Se enmarca este tratado en el llamado paramyth e tikòs lógos de la obra Perì pénthous de Crántor de Solos, considerada en la Antigüedad como el prototipo del paramyth e tikòs logos.
Las dudas sobre la autoría plutarquea se plantean a partir del estilo y la estructura de la obra, así como de la forma en que las numerosas citas de los autores griegos se insertan en la trama general del texto, siendo, además, de una extensión poco habitual en el resto de las obras de Plutarco.
A partir de estas diferencias, los estudiosos se han situado en dos posiciones antagónicas, por y contra la autenticidad, siguiendo y, en gran parte, repitiendo, para defender su posición, las razones expuestas ya en el siglo XIX por dos grandes conocedores de la obra de Plutarco: D. Wyttenbach.
El texto de la Consolación presenta, sin duda, una serie de peculiaridades, mejor que defectos, en cambio, que han negado que con este escrito estemos ante una obra de Plutarco, señalan que, frente a las otras obras plutarqueas sobre las que no existe duda alguna en torno a su autenticidad, la Consolación carece del colorido, emoción y entusiasmo que encontramos en el otro tratado de Plutarco de contenido parecido, es decir, en su Consolatio ad uxorem; las citas se agolpan en forma y extensión tales que difícilmente se insertan en el tema general de la obra; ciertas peculiaridades del lenguaje que se detectan aquí no las encontramos en las otras obras de Plutarco: se trataría de que aquí no se evita el hiato, se encuentran usos especiales del subjuntivo, artículo, negación, optativo, etc., e incluso tampoco las cláusulas rítmicas de este tratado se ajustarían a las empleadas por Plutarco en sus otras obras.
A todos estos ataques y, en general, a todas las causas por las que se ha dudado de la autenticidad de esta obra ha respondido J. Hani.
Por lo demás, la evidente alineación de este tratado en el llamado paramyth e tikòs lógos ha llevado a más de un estudioso a dudar no ya de su autenticidad, sino también de la originalidad de esta obra. En este sentido, y resumiendo mucho el problema, las posturas van desde la de aquellos que, llevados de un análisis hipercrítico, piensan que es un plagio, como decíamos al principio de esta introducción, y que se puede reconstruir la obra de Crántor de Solos a partir de la Consolación, hasta la de los que, ante la verdadera amalgama de pensamientos, que revela el tratado y del cúmulo de ideas sobre todo platónicas y de la Academia, cínicas, epicúreas, órfico-pitagóricas y estoicas, postulan un autor intermedio que podría ser Posidonio, Crisipo o una antología gnomológica, salida de su escuela y usada en círculos estoicos, que explicaría perfectamente la criticada falta de inserción de las numerosas y largas citas de los autores en el contexto de la obra.
Terminaremos este breve acercamiento al problema diciendo que, en esta obra como en otras atribuidas a Plutarco, incluidas o no en el «Catálogo de Lamprias», de las que ha sido puesta en duda su autenticidad, la solución al problema deberá quedar abierta, a pesar del valioso trabajo realizado últimamente por J. Hani. Son muchas las obras de Plutarco que se han quedado en el camino de la transmisión y cuya recuperación aportaría, sin duda, nueva luz a los numerosos problemas que la extensa obra del polígrafo de Queronea plantea y seguirá planteando a los estudiosos que se acerquen a su obra. De todas formas, en este caso como en el de los otros tratados que hemos traducido en esta misma colección, la inclusión en el Corpus de Plutarco lo ha sido porque eran obras que respondían, como muy acertadamente escribe Hani, aplicándolo a la Consolación, al género literario que le va al médico del alma que fue Plutarco, con lo que el problema quedaría, creemos, bastante atenuado.
Hace tiempo que comparto tu dolor y tu aflicción, Apolonio, desde que me enteré del prematuro paso de esta F vida.
Pero ahora, después que también el tiempo, que todo lo suele calmar, ha pasado sobre tu desgracia y la situación en la que tú te encuentras parece pedir ayuda de tus B amigos, creí que era bueno enviarte unas palabras de consuelo para alivio de tu tristeza y fin de tus aflicciones y vanas lamentaciones.
Las palabras, pues, son médicos de un alma
enferma, cuando uno en el momento oportuno
alivia el corazón.
Ya que, según el sabio Eurípides:
Para cada tipo de enfermedad hay un
remedio distinto, para el que está triste
la palabra bondadosa de los amigos y
las advertencias para el que es demasiado insensato.
En efecto, aunque son muchas las emociones que afectan al alma, la tristeza es, por naturaleza, la más penosa de todas, «pues —se dice— que a muchos les sobrevienen por C la tristeza la locura
y enfermedades incurables
y algunos se han suicidado a causa de la tristeza».
En verdad el afligirse y entristecerse por la muerte de un hijo ocasiona, naturalmente, él principio de la tristeza y no depende de nuestra voluntad. Yo, desde luego, no estoy de acuerdo con los que alaban, el filósofo de la Academia— y, si nos ponemos enfermos, que tengamos alguna sensación, ya sea porque alguno de nuestros miembros sea cortado ya porque sea arrancado. Esta insensibilidad al dolor la consigue el hombre a cambio de un alto precio. Pues, en aquel caso, es natural, es el cuerpo el que es sometido a un estado tal de brutalidad, pero, en este otro, es el alma».
Por tanto, la razón pide que los hombres prudentes ante tales padecimientos no sean ni indiferentes ni demasiado sensibles, pues el primer estado sería duro y brutal y el E otro débil y afeminado. Y prudente es el que mantiene los límites apropiados y es capaz de soportar sabiamente lo favorable y lo adverso de las cosas que le suceden en la vida y sabe de antemano someterse irreprochable y obedientemente a la distribución de las cosas, del mismo modo que en la democracia hay un sorteo de los cargos y es conveniente que al que le toca la suerte gobierne y al que ésta le vuelve la espalda soporte su fortuna sin pesadumbre. Pues los que no son capaces de hacer esto tampoco serían capaces de llevar con prudencia y moderación la buena fortuna.
Ciertamente, entre las cosas bien dichas, en calidad de consejo, está también ésta:
Que no sea tan grande el éxito
que te incite a ser demasiado orgulloso F
ni, si te acontece algún mal, al contrario, esclavo,
sino sé siempre tú mismo preservando tu propia
naturaleza firmemente, como el oro en el fuego.
Pues es propio de hombres educados e inteligentes ser la misma persona ante lo que nos parece buena fortuna, y 103A mantener con nobleza una postura apropiada frente a la adversidad. Es un trabajo propio de la prudencia o bien estar en guardia contra el mal que nos ataca, o, cuando nos ha atacado, enderezarlo, o reducirlo al mínimo o proveerse a sí mismo de una paciencia viril y noble para soportarlo, ya que también la prudencia se ocupa del bien de cuatro modos: adquiriendo los bienes, guardándolos, aumentándolos o empleándolos sabiamente. Éstas son las leyes de la prudencia y de otras virtudes de las que hay que hacer uso en ambos casos. Pues
no existe un hombre que sea feliz en todo,
y por Zeus, B
lo que es necesario para ti no es posible hacer que no sea necesario.
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