HERBERT LEWANDOWSKI (Kassel, Alemania, 23 de marzo de 1896 - 4 de marzo de 1996) fue un escritor alemán y pionero en sexología.
Con el diploma de escuela secundaria fue reclutado para la Primera Guerra Mundial. A su regreso de la guerra estudió alemán en Berlín y trabajó para las primeras revistas de cine como crítico y, a veces, como editor en jefe y como dramaturgo para una compañía cinematográfica.
A principios de la década de 1920 publicó sus primeras obras literarias. En 1923 se doctoró en Bonn con la obra Registro de las peculiaridades de la forma en la poesía lírica. En el mismo año se trasladó a Utrecht en los Países Bajos, donde abrió una librería. En 1926 su estudio El problema sexual en la literatura y el arte modernos causó un gran revuelo y lo puso en contacto con los primeros representantes de las ciencias sexuales, en particular con Theodoor van de Velde y Magnus Hirschfeld. En 1937, Lewandowski emigró con su esposa e hijos al sur de Francia. Pasó los años 1942 a 1945 en campos de internamiento suizos, en Les Avants sur Montreux y Vicosoprano. Luego se quedó en Suiza, en Ginebra, como su hogar adoptivo, que lo aceptó como ciudadano en 1966.
¿SE DESMORONÓ EL MUNDO DE LA ANTIGÜEDAD A CAUSA DE LA CORRUPCIÓN DE SUS COSTUMBRES?
Lo existente sólo es comprensible a través del conocimiento de su formación. La realidad de la Roma imperial sólo puede ser comprendida a través del conocimiento de los acontecimientos que la precedieron.
Roma debe su nombre a Rómulo, que creció junto a su gemelo Remo, siendo amamantados, ambos, por una loba. Sin embargo, esta leyenda podría haberse basado en una equivocación, puesto que lupa es el nombre que se daba a las prostitutas, por lo que los burdeles también son conocidos con el nombre de «lupanares», y si partimos de esta segunda conjetura, no nos cabe más remedio que aceptar que el comienzo de la historia de nuestra Europa occidental no se cimenta en un animal, sino en una mujer de, según nuestras concepciones, mala vida, lo que nos brinda motivo para corregir a toda prisa nuestras ideas morales.
Rómulo y Remo fueron, los dos, aspirantes al trono de Alba Longa, pero estaban decididos a fundar su propio reino. Eligieron el lugar de él en la Roma actual y se pusieron de acuerdo en distinguir a la nueva ciudad con el nombre de aquél de los dos que viera más pájaros. Como Rómulo vio más pájaros que Remo, la nueva ciudad recibió el nombre de Roma, en vez de ser nombrada Rema. Cavaron un hondo surco en torno a la zona de tierra elegida, unciendo al arado un buey y una yegua blancos. Luego, levantaron una muralla y juraron que darían muerte a todo aquel que se atreviera a derrumbarla.
Remo sentía, al parecer, un cierto rencor porque la ciudad no llevaba su nombre, y dio una patada a la débil muralla, de la que varias piedras cayeron al suelo. El hecho originó una disputa entre los gemelos, que terminó con el asesinato de Remo. Basándonos en lo que acabamos de exponer, comprobamos que los principios de la historia de Roma no sólo se cimentan en una loba (o en una prostituta), sino también en un asesinato, y como los comienzos malos engendran maldad, no hemos prescindido de los asesinatos hasta la actualidad. ¡Ni siquiera después de 1900 años de cristianismo! Pero entonces el camino hasta el cristianismo estaba muy lejano todavía. Los romanos contaban su tiempo ab urbe condita, es decir, a partir de la fundación de la ciudad, que tuvo lugar el 21 de abril de 753 antes de Jesucristo.
Cuando Cayo Julio César hubo conquistado toda la Galia, y su rival Pompeyo se configuró como protector de Cleopatra y su hermano Ptolomeo, hechos que sucedieron en el año 51 antes de Jesucristo, Roma tenía ya tras de sí setecientos años de antigüedad y de historia.
Podemos hacernos una idea de lo que ello significa si nos fijamos en que Munich, fundada en 1158 por Enrique el León, cuenta ahora con ochocientos años de historia.
Roma, monárquica
Naturalmente, durante el tiempo transcurrido entre Rómulo y César se produjeron un sinfín de acontecimientos. En un principio, los romanos se enfrentaron con un pueblo poderoso, finamente civilizado, que habitaba muy cerca de ellos: los etruscos. A causa del exterminio radical que los romanos infligieron a ese pueblo y a su civilización, no sabemos mucho sobre ella, pero se ha comprobado que los etruscos construyeron calles, distribuyeron sus cloacas y edificaron construcciones defensivas. Su arte posee características joviales.
No se asustaban ante ciertas reproducciones que nosotros podríamos considerar pornográficas, y sus tumbas están adornadas con representaciones de carácter sexual, que probablemente tienen un significado religioso. Sus doce ciudades formaban estados, independientes entre sí, pero controlados por la hegemonía de Tarquinia.
La hegemonía es una invención griega y el imperialismo un descubrimiento romano, y acerca de ellos el psicólogo-social suizo, Adrien Turel, escribe sobre la diferencia de esos dos principios directivos: «Hegemonía no es sólo una palabra griega, sino que también es la característica de la tragedia histórica griega. Imperium no es sólo una palabra latina, sino también la característica de la carencia de sentido formativo y de la brutalidad con que los romanos pisotearon las diversas civilizaciones del Mediterráneo e impusieron su pax». Hegemonía es, por lo tanto, la expresión de una gran tragedia histórica. Se originó en los tiempos antes de Alejandro el Grande gracias al hecho de que los estados griegos, pese a estar acerbamente enemistados, no se habían destruido entre sí.
Joyero etrusco; S. IV a. JC; Villa Giulia, Roma
Los romanos, pueblo especialmente práctico, debieron de estudiar a fondo los resultados obtenidos por los griegos con sus métodos políticos, y prestar una atención primordial a los dos aspectos de la relación entre estados, con miras a su propia política. Y puesto que obtuvieron la conclusión, en forma clara y definitiva, de que la hegemonía sucesiva de las ciudades-estados afectaba al estímulo del desarrollo del poder, sustituyeron el concepto «hegemonía» por el de «imperium». «Imperium» significa fundamentalmente el aniquilamiento de cualquier clase de competencia política. Y a través del imperium se logró la «pax romana», puesto que los romanos aplastaron las civilizaciones de sus precedentes pueblos latinos: samnitas, sabinos, etruscos, cartagineses más tarde… Los exterminaron, y sólo aceptaron sus invenciones si les era posible aprovechar sus rendimientos a mayor gloria de Roma.
Para Turel, por tanto, las catástrofes griegas y etruscas tuvieron su origen en sus bien intencionadas «hegemonías».
A conclusión similar llega Indro Montanelli en su «Historia de Roma», ya que al referirse a la civilización etrusca dice: «Las doce ciudades-estados, de exiguas dimensiones, se dejaron vencer aislada y sucesivamente, prefiriéndolo así a combatir unidas contra el enemigo común. Su diplomacia se asemeja a la de determinados pequeños estados europeos, que prefieren morir en su cerrada e inútil independencia, que sobrevivir unidos».
Durante el primer centenio del imperio romano, es decir, durante la época de los reyes tarquíneos, Roma se comportó en forma relativamente humana. Como es de suponer, hemos de imaginarnos a los romanos de aquellos tiempos como gentes básicamente primitivas. Hasta que subió al trono el tercer rey, la mayoría de la población estaba compuesta por pequeños campesinos, y la economía era primordialmente agraria. Las personas cohabitaban con sus rebaños en chozas de barro, que sólo tenían una puerta y una estrecha ventana.