NOTA DEL AUTOR
De este libro el lector puede esperar por lo menos dos cosas. En primer lugar, una exposición de los hechos relacionados con la violencia de los hombres. Así, el lector podrá ver qué hombres atacan y matan (y cuándo y dónde lo hacen) en el mundo y en Estados Unidos. En segundo lugar, en este libro encontrará una explicación evolutiva razonable, precisa y lógica de por qué los hombres se comportan de forma violenta. Este libro trata sobre los hombres y las mujeres, el sexo y la violencia, pero también explora las fuerzas básicas tanto biológicas como culturales que les llevan a actuar como lo hacen. Sin embargo, en él no se dicen las cosas de forma políticamente correcta. La política y la discusión científica franca sobre la naturaleza humana se mezclan tan mal como el agua y el aceite.
El origen de este libro se encuentra en una docena de episodios de muertes con violencia ocurridos en los años setenta y ochenta en colonias de chimpancés salvajes. Esa violencia entre los grandes simios macho, del todo análoga a la humana, me pareció tan significativa en el mundo violento que hemos creado los humanos, y tan extraña, que me inquietó sobremanera.
Afortunadamente, estaba en situación de hacer algo con respecto a esta inquietud, pues en 1974, dos años antes de la primera guerra detectada en el mundo de los simios, la experiencia militar que había adquirido como sargento de pelotón del Ejército me había servido para estudiar el comportamiento de los gorilas en el marco de un programa de estudios de posgrado. Esa primera guerra entre chimpancés (véase el capítulo 6) me puso en relación con Jane Goodall, la principal autoridad del estudio del comportamiento de los chimpancés. Los secuestros terroristas dirigidos por Laurent Kabila, que ha conquistado recientemente el Congo, afectaron el trabajo de Goodall hasta el punto de interrumpir la realización de cualquier trabajo de campo en su Centro de Gombe Stream. Sin embargo, dos años más tarde, inicié mis estudios de doctorado sobre el comporta-miento de los chimpancés salvajes en Uganda. Hacia 1980, la violencia entre los primates había puesto en entredicho a una multitud de estudiosos de las ciencias sociales que consideraban que los humanos teníamos el monopolio de la violación, el asesinato y la guerra. Y resultó que es bastante frecuente que nuestros primos en la cadena evolutiva en estado salvaje se muestren violentos.
En la actualidad sabemos que, en lugar de ser un subproducto desafortunado de la civilización, la violencia humana tiene unas raíces mucho más profundas. El objetivo de este libro es mostrar hasta qué punto están enraizados en la psique masculina los mecanismos que desencadenan la violencia en los hombres, y en qué consisten.
Los tres primeros capítulos de El lado oscuro del hombre se ocupan de las diferencias entre los hombres y las mujeres, las emociones y la evolución del comportamiento humano. Los capítulos que van del 4 al 7 constituyen la parte central del libro y tratan sobre la violación, el asesinato, la guerra y el genocidio. Se centran en la violencia de los hombres y se basan en estadísticas, ejemplos e interpretaciones acerca de la evolución. En cada capítulo se incluye asimismo un episodio de comportamiento violento de alguna especie de grandes simios. El capítulo 8 ofrece un antídoto para los niveles de violencia masculina que hemos permitido que se desarrollen entre nosotros.
Casi todos los capítulos de El lado oscuro del hombre empiezan, y a menudo acaban, con lo que parece ser una historia violenta de ficción: violación, asesinato o guerra. Todas las historias son verídicas. Las personas que intervienen en ellas son reales. He llegado a conocerlas entrevistando a los supervivientes de esas situaciones. He incluido dichas historias porque contienen la esencia de este libro: la resolución de los conflictos a través de la violencia.
Es frecuente que los lectores se pregunten qué induce a un autor a escribir un libro. Para explicar el origen de este libro, debo hacer una confesión. El proyecto se inició mucho antes de la guerra entre los simios de Gombe, cuando yo tenía cinco años. Una noche, para ahorrarse el dinero de la canguro, mis padres me llevaron al cine con ellos. Vimos Ultimátum a la Tierra.
En este clásico del cine de 1951, Michael Rennie hace el papel de un alienígena, Klaatu, que ha sido enviado a la Tierra para dar un ultimátum al Homo sapiens: o bien éste se adhiere a la Federación Galáctica y entrega la totalidad de su arsenal atómico a los robots de la policía alienígena o bien la Federación da rienda suelta a Gort, el todopoderoso robot de Klaatu, y reduce la Tierra a cenizas. Según Klaatu, nuestra adicción a la guerra y a las armas de destrucción masiva es una amenaza para la galaxia. Ha sido enviado para cortar de raíz esta adicción antes de que inventemos los viajes espaciales y destruyamos el universo. Para demostrar que habla en serio, Klaatu deja sin electricidad al planeta durante una hora. Cualquier persona con un poco de sentido común no habría tenido ninguna dificultad en elegir el desarme atómico frente a la extinción de la vida en el planeta, pero para los dirigentes políticos de la película, todos ellos hombres, la elección no era tan obvia. Cuando los soldados norteamericanos ametrallan a Klaatu por la espalda y lo matan, Gort recupera su cuerpo y le devuelve la vida. Klaatu impide a Gort arrasar la Tierra, pero, a pesar de haber estado tan cerca de la aniquilación total, los políticos humanos no se pondrán de acuerdo para desmantelar su arsenal atómico.
A pesar de mi corta edad, me sorprendió la actitud de esos hombres. Muchos años más tarde, cuando tuve que incorporarme al Ejército en 1966, me di cuenta de que la película reflejaba con acierto las actitudes de generales y políticos reales y describía con nitidez la violencia de los hombres.
Desde entonces, siempre me ha intrigado saber por qué son tan violentos los hombres. Más tarde, mis experiencias como sargento de pelotón, como estudioso sobre el terreno de los simios africanos, como guía internacional en comunidades remotas y tribus primitivas y como alumno de artes marciales no hicieron sino aumentar mi interés por comprender.
Soy consciente del riesgo que entraña escribir un libro que promete mostrar tantas cosas como éste. Michael Crichton describe exactamente mi sentimiento a este respecto en la página de agradecimientos de su obra Five Patients, en la que cita a un influyente profesor que dio clases a uno de los mentores de Crichton, Alan Gregg:
«Cuando se dice algo explícito a alguien, también se puede decir algo implícito, como, por ejemplo: “a ti se te pueden decir estas cosas”. Estos sentimientos molestan a todos excepto a los escritores más egocéntricos; los demás reconocen que esa franqueza es un regalo de las personas que le rodean, a las que sólo pueden aspirar a no defraudar».
PRIMERA PARTE
Raices
Al parecer, la selección sexual ha actuado sobre los seres humanos, tanto en los hombres como en las mujeres, y ha provocado que se diferencien en el cuerpo y la mente.
Charles Darwin
Forzados por la necesidad de transmitir su material genético a la siguiente generación, los sexos tienen que cooperar a menudo en el apareamiento y en la cría de la prole, pero cada sexo coopera sólo bajo coacción, ya que las hembras y los machos siguen unas reglas de reproducción distintas que han quedado establecidas en direcciones opuestas desde hace muchos eones. Como una herida abierta que nunca sana, el conflicto entre machos y hembras nunca quedará resuelto, pues los intereses evolutivos de los dos sexos quedaron atrapados para siempre en posiciones opuestas. No es ni bueno ni malo, ningún sexo es mejor que el otro, pero hay dos tipos de individuos que intentan ganar el juego del éxito reproductivo. Entre las reglas de la batalla se encuentran la cooperación, el conflicto y la explotación, y ambos sexos utilizan esas tácticas por igual.