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Michaelle Ascencio - Las diosas del Caribe

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Michaelle Ascencio Las diosas del Caribe

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La ausencia de los dioses

en todas partes, en todo, el movimiento,

y debería decirse, el desamparo

(G. BALANDIER)

Un recorrido por Caracas con la mirada atenta a los lugares donde se practica algún culto o devoción religiosa nos permite señalar que, en el terreno religioso, la ciudad de Caracas comprende:

1) Las iglesias católicas, numerosas en el centro de Caracas, y las de más reciente construcción en el este de la ciudad.

2) Los templos protestantes con sus diversas ramas y derivaciones (metodistas, evangélicas, adventistas, etcétera) mayormente situadas en el oeste de la ciudad.

3) Los cultos y religiones paganas ligados, como hemos visto, a la iglesia católica (mediante las correspondencias dioses-santos y las diversas amalgamas de ritos), y de los que citaremos los más difundidos: la religión de María Lionza en primer lugar, y la santería que ocuparía el segundo lugar en la devoción popular. Le siguen, el rito de origen cubano conocido como «palo de monte», rodeado de una atmósfera misteriosa y brujeril en torno a los muertos; y el vodú haitiano, religión pagana practicada por la comunidad haitiana residenciada en algunos barrios de Petare y Antímano. Posiblemente existan otros cultos, pero no gozan de la popularidad de los nombrados.

La característica de los cultos y religiones paganas que acabamos de nombrar es que tienen lugar, suceden, en el interior de las casas, en el «cuarto de los santos», o en el lugar de la casa o apartamento donde se erige un altar. Altares de María Lionza pueden existir en cualquier zona de la ciudad y, por ende, sacerdotisas de esta religión también viven en cualquier parte de Caracas, en Los Chaguaramos, en el Cafetal, en la Pastora… Los lugares de devoción pagana no son, pues, visibles ni identificables a simple vista. Uno tiene que saber que determinada casa es una casa-templo (de la santería) o que en determinada casa o apartamento vive una sacerdotisa de María Lionza que tiene su altar montado.

De lo anterior se deduce que las religiones paganas son, hasta cierto punto, religiones ocultas, no solo por la persecución oficial que han sufrido desde el momento de su conformación, y por la descalificación a la que todavía son sometidas por las iglesias monoteístas, sino porque dentro de su visión, el proselitismo (convencer a otros de su fe, reclutar miembros, practicar una labor misionera) está fuera de lugar. Se agrega a esto que los dioses paganos, al manifestarse bajo el trance o la posesión, lo que necesitan es el «caballo», la «montura», el cuerpo del devoto para hacerse presentes: las diferentes deidades vienen y se van (retornan a la Montaña de Sorte; a la Guinea; a Ifé, la ciudad santa de los yoruba; al agua, como creen los creyentes del vodú) y los devotos los llaman, con los cantos y los bailes que los imitan, y sobre todo, con los ritmos (golpes) de tambores para que «bajen». Hay que invocar a Guaicapuro o al Negro (Felipe, Miguel) para que se presenten en la ceremonia, igualmente hay que llamar a Shangó o a Ochún, a menos que irrumpan en la fiesta, sin ser llamados, lo que resulta en un problema para los humanos.

Toda casa, todo apartamento de Caracas es susceptible, entonces, de convertirse en un recinto sagrado, o de tener un espacio consagrado a las deidades. Cuando las deidades no bajan, el altar, los objetos del culto, permanecen allí, y el «cuarto» se distingue de los otros espacios de la casa. La gente de la casa, la familia, vive con sus «santos», conversa con ellos, les informa de los sucesos o se dirige al altar en busca de consejo o de consuelo.

Por lo anteriormente expuesto se entiende que resulte difícil hacer una encuesta sobre los lugares paganos de la ciudad, mientras que no hay más que contar las iglesias católicas o los templos protestantes para saber cuántos hay. Sin embargo, no por «invisibles» son menos los devotos de las religiones politeístas. La oralidad, técnica de trasmisión de las religiones paganas, da cuenta rápidamente de la ubicación de los lugares consagrados a las deidades y cualquiera termina por enterarse de la casa donde bajan o se reciben a los santos o a las deidades de María Lionza, por ejemplo. Claro, siempre se necesita que un devoto, conocido de la familia, lo invite y lo lleve a uno. Todos podemos ir a la Iglesia de la Candelaria o a la del Recreo, pero para asistir a una ceremonia de santería, de María Lionza o de vodú hay que ser invitado, tener un enlace.

Pero, si los lugares religiosos paganos no son visibles, sí lo son las numerosas tiendas y comercios, «botánicas» (tiendas especializadas en hierbas) y expendios de esencias, perfumes, bálsamos y objetos del culto que proliferan en los alrededores de la Iglesia de Santa Teresa y en la avenida Baralt, principalmente. Una modalidad observada es la de cubículos, ubicados en la parte posterior de la tienda y separados por cortinas, donde se leen las cartas (baraja española), las manos, se practican ensalmes y despojos. Así, la avenida Principal del Cementerio, muy concurrida por sus numerosos comercios en el ramo que ofrecen, además, solución por manos expertas («sobadores») a las torceduras y a todo tipo de enfermedades sobrenaturales como la culebrilla.

4) A partir de los años sesenta aparece en la ciudad un nuevo tipo de devoción que se engloba bajo el término Nueva Era (New Age). La oferta de esta nueva «espiritualidad» como la denominan también sus practicantes aparece, desde el principio, muy ligada al mercado: al consumo, entonces. Si podemos hablar de un mercado popular de lo sagrado pagano y tradicional en el oeste y centro de la ciudad, podemos asimismo referirnos a un supermercado religioso del este de la ciudad que no tiene nada que ver con el anterior ni tampoco con las religiones cristianas, y que se encuentra mayormente en las «boutiques» de los distintos centros comerciales de la zona.

Hecho este breve recorrido por los espacios sagrados de la ciudad, me concentraré ahora en el análisis de la actitud o estilo religioso que se conoce bajo el nombre de Nueva Era. María Cristina Fernández y Xiomara Arroyo, en su trabajo sobre la Nueva Espiritualidad, nos informan que, a partir de los años cincuenta se observa un auge en Caracas de los centros espirituales cuyas prácticas se hallan al margen de las iglesias católicas y protestantes y de las religiones y cultos que hemos denominado paganos. Espiritismo, Metafísica, Parapsicología, Yoga, Sociedades gnósticas, escuelas de Kárate y de Judo, son algunos de los nombres de estas nuevas prácticas. Estos grupos, que se consolidan y proliferan durante los años sesenta y setenta del siglo XX, no buscan, como será el caso de la Nueva Era, una transformación espiritual del hombre, sino más bien, resolver problemas comunes e inmediatos de la vida: aliviar la angustia, obtener éxito en el trabajo o en el amor, restituir la confianza de los consultantes, mejorar el desempeño físico y mental. Junto con estas prácticas, comienzan a desarrollarse los grupos que tienen una conexión con la espiritualidad: diversas formas de Yoga, Hare-Khrisna, el Grupo Gurdjief, el Grupo Krisnamurti, entre otros. Con ellos surge una idea distinta del grupo. No es gente que consulta en privado o que se reúne en un establecimiento para hacer una actividad física, gimnasia o kárate, por ejemplo, sino gente que se apoya mutuamente para lograr ciertos propósitos físicos y mentales. En este sentido, el grupo es necesario porque la actividad física y mental, actividad que se interpreta ahora como una «búsqueda» no puede hacerse en solitario. Es necesario que la «experiencia» sea compartida y sea sostenida por todos los participantes, a través de una disciplina del cuerpo para alcanzar el «perfeccionamiento progresivo» de los asistentes. Es importante señalar, además, la aparición y proliferación en esta misma década de los setenta de las artes marciales, especialmente, Kárate Do

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