Martin Amis - El roce del tiempo
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- Libro:El roce del tiempo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2017
- Índice:5 / 5
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El roce del tiempo: resumen, descripción y anotación
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El roce del tiempo — leer online gratis el libro completo
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AGRADECIMIENTOS
El pecado natural de la lengua
En el proceso de composición de un poema lírico o un relato corto muy breve se puede alcanzar un punto en el que ya no quepa mejora alguna. Cualquier texto con una extensión mayor de un par de páginas —tal como nos recordará luego John Updike, citando a T. S. Eliot — sucumbirá pronto al «pecado natural de la lengua» y exigirá un trabajo de una concentración mucho mayor. Con «pecado natural de la lengua» supongo que Eliot se refiere a: a) su indocilidad (cómo se resiste de forma constante y sinuosa aun a las manos más diestras), y b) su promiscuidad: en casi todos sus manejos, la lengua pasa de mano en mano sin prejuicio alguno como una moneda, y hace acopio de gran cantidad de sedimentos de sudor y arenilla y cieno.
A los poetas les resulta familiar la súbita conjetura de que han de dar término a las revisiones de sus versos (y cuanto antes mejor) y de que sus supuestas mejoras empiezan a causar un daño real. Incluso el novelista comparte este miedo: uno siempre teme, nervioso, perder la idea que le acaba de llegar en un momento de inspiración. Northrop Frye, «rey filósofo» literario a quien yo debo lealtad, dijo que quien engendra un poema o una novela es más una matrona que una madre: la meta es poner al niño en el mundo con el menor daño posible; si la criatura vive, gritará para liberarse de «cordones umbilicales y sondas alimenticias del ego».
La prosa discursiva, por otra parte (los ensayos y piezas semejantes a las contenidas entre estas dos cubiertas), no puede librarse del ego y, en todo caso, siempre sería mejorable. Así que he hecho algún que otro recorte, he añadido muchas líneas (notas a pie de página, post scriptum), he intentado explicar mejor las ideas y he aplicado una buena dosis de pulimento. Suelo limitarme a tratar de ser más claro, menos ambiguo, más preciso, pero no más profético (no he manipulado mis profecías políticas, que tienden, como es habitual en este campo, a verse desmentidas de inmediato por los acontecimientos). Hay algunas repeticiones y duplicaciones; las he dejado, porque doy por sentado que la mayoría de los lectores, a medida que van leyendo, eligen aquello más acorde con sus preferencias (solo el crítico, el corrector de pruebas y, por supuesto, el autor se ven obligados a leerlo todo de principio a fin). También, para mi sorpresa, me he sometido a cierta autocensura y he batallado no tanto contra lo «impropio u ofensivo» cuanto contra lo excesivamente coloquial: esos juegos de palabras que parecen deteriorarse en cuanto se vierten al papel. El pecado natural de la lengua es acumulativo e inevitable, pero al menos permite desprenderse de las fragilidades de lo meramente efímero.
Y mi gratitud a…
A mi amiga de hace cuarenta y cinco años Tina Brown, que acometió la revisión de mis textos en The New Yorker, Talk y Newsweek (en The New Yorker también me brindaron su apoyo Bill Buford, Deborah Treisman y Giles Harvey). Mi gratitud asimismo a Craig Raine, mi camarada y un día mentor en Areté. A Sam Tannenhaus y Pamela Paul, del suplemento The New York Times Book Review. A Eric Chotiner, de la revista The New Republic, y a Giles Harvey, de nuevo, después de cambiarse a la revista mensual Harper’s . A Lisa Allardice y a Ian Katz, de The Guardian. A David Horspool y Oliver Ready, de la revista Time Literary Supplement. A Eben Shapiro y Lisa Kalis, de The Wall Street Journal. A Aimee Bell y Walter Owen, de Vanity Fair. He sido muy afortunado por la ayuda que siempre me han prestado todos los colegas con los que he trabajado en distintas empresas editoriales e incluyo entre ellos a los verificadores de información, los filólogos, los correctores ortográficos, los redactores, los ayudantes de redacción… Como los consejos no me generan ansiedad alguna, nunca me ha tentado reprender (tácitamente, de hecho) a la manera de Clive James: «Atiende: si yo escribiera así, sería tú». Y, por supuesto, saludo a mis editores de tapa dura Dan Franklin, de Jonathan Cape, y Gary Fisketjon, de Knopf. Mi gratitud para con ellos.
Querría dar las gracias de un modo especial a Bobby Baird, responsable literario freelance (actualmente en Esquire) por haber convertido en un libro un enorme manojo de recortes, textos mecanografiados, archivos adjuntos de correo electrónico y ciberbasura que fue recibiendo. Soy absolutamente lego en temas informáticos y Bobby se alzaba a mis ojos hasta la altura del Creador, pues, como él, creó un mundo del caos. En palabras de los Tales from Ovid, de Ted Hughes, Bobby «prohibió que los vientos / usaran el aire a su antojo, / y “educó” a los ríos / para que respetaran sus orillas».
Brooklyn, octubre de 2016
A Isaac y Eleanor
Título original: The Rub of Time
Martin Amis, 2017
Traducción: Jesús Zulaika
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
[1] Los Hay Festival, encuentros literarios y de artes que nacieron en Hay-on-Wye (Gales) y que desde entonces se celebran anualmente en distintas ciudades del mundo.
[2] Integrantes de la élite mediática.
[3] Para ceñirnos a la literatura inglesa: Dickens murió a los cincuenta y ocho años, Chaucer a los cincuenta y siete, Shakespeare a los cincuenta y cuatro, Fielding a los cuarenta y siete, Jane Austen a los cuarenta y uno, Charlotte Brontë a los treinta y nueve, Byron a los treinta y seis, Emily Brontë a los treinta, Shelley a los veintinueve, Keats a los veinticinco y el pobre Thomas Chatterton a los diecisiete. A los escritores apenas les daba tiempo a desplegar todas sus habilidades y no llegaban jamás a llorar la pérdida de las mismas.
[4] En este capítulo, las citas de Nabokov reproducidas proceden de las respectivas traducciones españolas publicadas. Son, por orden de aparición: El original de Laura, trad. de Jesús Zulaika, Anagrama, Barcelona, 2010; El hechicero, trad. de Enrique Murillo, Anagrama, Barcelona, 2018; Lolita, trad. de Francesc Roca, Anagrama, Barcelona, 2012; «Signos y símbolos», en Cuentos completos, trad. de María Lozano, Anagrama, Barcelona, 2018; Pnin, trad. de Enrique Murillo, Anagrama, Barcelona, 2015; ¡Mira los arlequines!, trad. de Enrique Pezzoni, Seix Barral, Barcelona, 2008; Cosas transparentes, trad. de Jordi Fibla, Anagrama, Barcelona, 2012, y Pálido fuego, trad. de Aurora Bernárdez, Anagrama, Barcelona, 2006.
[5] El narrador-protagonista de Lolita se llama Humbert Humbert.
[6] O «nababismo» (de nabab, «gobernador» en la India musulmana): condición de los hombres inmensamente poderosos o ricos.
[7] Parafilia caracterizada por un trance inducido por ensoñaciones eróticas.
[8]Lath: «listón»; tool: «herramienta».
[9] Saul Bellow, «A orillas del Saint Lawrence», en Cuentos reunidos, trad. de Beatriz Ruiz Arrabal, Alfaguara, Madrid, 2003.
[10] «Vaya», «huy»…
[11] El Partido Republicano.
[12] Grupo animador deportivo compuesto por cinco miembros, elegidos por los estudiantes, que se caracteriza por lanzar gritos.
[13]Niggerhead: «cabeza de negro»; nigger es el término más ofensivo para las personas de raza negra. Dead Nigger Draw: «barranco del negro muerto».
[14] En contra del aborto.
[15] Prenda similar a la ropa interior, blanca y de dos piezas, usada a diario por los mormones debajo de la ropa habitual.
[16] La Federal Home Loan Mortgage Corporation, entidad de préstamos hipotecarios.
[17] Noble asesinado que se aparece a Macbeth.
[18] Sala Google para los medios de comunicación.
[19] El «estado del Sol» es Florida.
[20] El «estado de los mayores, de los jubilados».
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