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Camilo-jose Cela Conde - Cela, Mi Padre

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Camilo-jose Cela Conde Cela, Mi Padre

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Camilo J. Cela Conde Cela, mi padre, editado por Temas de Hoy (2002), es un libro antiguo y un libro nuevo. Publicado por primera vez hace 13 años (1989), en esta nueva versión se añaden dos capítulos en los que se narran los dos acontecimientos principales que para el autor acaecieron en este tiempo transcurrido: la concesión del Premio Nobel y la muerte de su padre, Camilo José Cela.

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Camilo J. Cela Conde 'Cela, mi padre', editado por Temas de Hoy (2002), es un libro antiguo y un libro nuevo. Publicado por primera vez hace 13 años (1989), en esta nueva versión se añaden dos capítulos en los que se narran los dos acontecimientos principales que para el autor acaecieron en este tiempo transcurrido: la concesión del Premio Nobel y la muerte de su padre, Camilo José Cela.

Camilo José Cela Conde
Cela, mi padre
El contenido de este libro no podrá ser reproducido,
ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
Todos los derechos reservados.
© Camilo José Cela Conde, 1989, 2002 © Ediciones Temas de Hoy, S. A. (T. H.), 2002 Paseo de Recoletos, 4. 28001 Madrid Diseño de cubierta: Jorge Gil Cerracín Fotografía de cubierta: José Ayma Primera edición: marzo de 2002 ISBN: 84-8460-192-7 Depósito legal: M-6.276-2002 Compuesto en J. A. Diseño Editorial, S. L.
Impreso y encuadernado en Printing Book, S. L.
Printed in Spain-Impreso en España
Índice
Prólogo a un nuevo/viejo libro
Prólogo de la primera edición, tal y como salió en su momento
Capítulo primero: Madrid
Capítulo segundo: Cercedilla y Cebreros
Capítulo tercero: De Caracas a Pollenga
Capítulo cuarto: Bosque, 1
Capítulo quinto: Los Papeles de Son Armadans
Capítulo sexto: José Villalonga, 8?
Capítulo séptimo: La Bonanova
Capítulo octavo: Vorágine literaria y algo más
Capítulo noveno: El Nobel
Capítulo décimo: Episodio fina
Epílogo un tanto distinto al que este libro hubiese debido tener
Índice onomástico
Dedicatoria
A mi hija que se llama Camila (¿quién lo hubiera dicho?) y que quizá logre conocer a su abuelo a través de estas páginas.
Todo vuestro pasado es como un largo dormir que hubiera podido ser olvidado, de no haber habido un sueño. Y el sueño también habría podido olvidarse; de no haber habido una memoria.
Henry Miller
Prólogo a un nuevo/viejo libro
Es éste, a la vez, un libro antiguo y un libro nuevo.
Es en cierta medida el mismo que apareció hace trece años (los lectores supersticiosos cuentan ya con una razón para maldecirlo). No se ha cambiado nada de lo que era, en lo esencial, el libro aquél. Sólo las formas gramaticales que exigen, tras la muerte de mi padre, el tiempo pasado y algunos detalles relacionados con su desaparición. La voluntad de mantener el mismo tono ha llegado hasta el extremo de no corregir algunos gazapos, ciertas pequeñas imprecisiones que me fueron advertidas en su día por los lectores más atentos.
Pero se trata también de un libro nuevo. Uno en el que el último y más doloroso paréntesis se ha cerrado ya para siempre. Figuran en estas páginas dos capítulos añadidos que narran los dos acontecimientos principales para Camilo José Cela desde que la primera edición de Cela, mi padre se compuso: el premio Nobel y la muerte. Habrá quien crea que esta última queda más allá de la persona y poco ha de importarle, en consecuencia, a un muerto nada de lo que pertenezca al réquiem. Yo pienso que no es así, que la figura de mi padre sobrepasa los límites de su desmoronamiento como organismo vivo. Eso me ha obligado a callar, por respeto, algunas cosas que los lectores pueden encontrar por otra parte en las revistas y los programas de la televisión al uso. Quede claro que la culpa del silencio no es de él; es del todo mía. Que cada palo aguante su vela si sabe y si quiere, y que los dioses nos concedan serenidad de ánimo y pulso firme cuando a la tormenta le da por arreciar.
Prólogo de la primera edición, tal y como salió en su momento
Pero, ¿tú eres hijo de Camilo José Cela?
Camilo José Cela es un escritor muy famoso; probablemente, es el escritor español más famoso que pueda hoy encontrarse. Camilo José Cela tiene también un hijo. Yo. Con frecuencia me encuentro con personas que se asombran enormemente por la confluencia de esos dos hechos, y me preguntan qué se siente al ser hijo de CJC.
Es una pregunta que no se puede contestar. Resulta muy sencillo decir qué relación tengo, como hijo, con mi padre. Pero lo que quieren saber no es eso. El interés de la gente incluye, sobre todo, la circunstancia de la fama de mi padre, y para saber dónde están las claves de lo insólito, es decir, para que pudiese dar cuenta de cuáles son los elementos que se añaden a la paternidad normal, yo tendría que haber sido alguna vez hijo a secas. No es el caso.
Dice mi madre que la primera vez que descubrí, con dos o tres años de edad, cómo se llamaba mí padre, me puse furioso. Camilo José Cela era yo, y no un intruso alto, delgado y ceñudo, que aparecía de vez en vez por mí cuarto. Pero poco a poco aprendí a aceptar que Camilo José Cela era otro desde antes de que yo naciera y, además, para redondear el asunto, que todo el mundo estaba al corriente de ello. Tampoco era como para preocuparse demasiado. Los niños, al crecer y enfrentarse con el mundo, deben irse acostumbrando a la injusticia. En mi mundo particular, además, el nombre de Camilo tenía ya una larga historia. A fuerza de buscar, puede encontrarse un abuelo Camilo, un bisabuelo Camilo, y hasta algún que otro tatarabuelo Camilo. Más atrás, uno acaba por perderse.
Pero la vida me reservaba nuevas sorpresas. Cuando comencé a jugar con otros niños me enteré de que sus nombres eran algo absolutamente personal y no un patrimonio de la familia. Más extraño aún resultaba el que nadie supiese cómo se llamaban sus padres, ni a nadie le importara gran cosa. La vida se estaba convirtiendo rápidamente en algo muy complicado. Yo tengo manos, pies, nariz y orejas de un tamaño bastante proporcionado; tengo también un padre famoso y, para mí, la naturalidad de las cosas incluye tanto el padre célebre como el rostro equilibrado. Pero resultaba evidente que había quienes se regían por otros criterios. Supongo que los cíclopes, las sirenas y los faunos tienen una idea un tanto pintoresca en la mente cuando dicen de alguien que es un tipo vulgar. Y parece fácil suponer lo que nos sucedería si cayésemos, de pronto, en un mundo de cíclopes que teorizan acerca de la normalidad. Puede decirse que me ha tocado vivir en un mundo donde los cíclopes abundan. Resulta divertido.
Lo mejor de todo ha sido siempre el irme encontrando con psicólogos aficionados, con graves y sesudos analistas amateurs que se preocupan con gesto severo por mis posibles sufrimientos mentales. Mi padre es un autor de novelas de alcance universal, piensan; ¿no basta eso para que caiga en la depresión y el suicidio, dado que yo jamás llegaré a colocar ni el más miserable prólogo en los anales históricos de la literatura? ¿Intentaré, en consecuencia, matar al padre famoso? ¿Me acostaré con alguna prima hermana mía, llevado por la venganza? Existen otros muchos argumentos capaces de apuntalar mi desequilibrio. Mi padre, por ejemplo, ha conseguido llegar a los ciento quince kilos de peso aunque, últimamente, va en declive. Yo, por mucho que me esfuerzo, no paso de los noventa. ¿No es ése un terreno abonado para las angustias? Hay que añadir, además, que mi padre, a su condición de novelista inmortal, suma artes tan variadas como ocultas: pintor, artista de cine, torero, judoka (honorario), piloto de globos aerostáticos, cantante de tangos y futbolista, allá por los años de su juventud. Algo como para producirle a uno ese tipo de crisis de identidad que acaba conduciéndole a refugiarse en alguna secta.
Los freudianos de oído continúan sus encuestas averiguando, por lo general, que yo me he dedicado a navegar a vela, practicar luchas orientales, arponear peces y doctorarme en filosofía pura, aunque, bien es verdad, con muy escaso éxito en todas esas distintas labores. ¡Ya lo tenemos! Yo me dedico precisamente a todo aquello que mi padre jamás ha imaginado, construyéndome un nicho a la medida, una cáscara de caracol a título de seguro a todo riesgo. Pero, por desgracia, tampoco es eso estrictamente verdadero. Mi padre y yo compartimos alguna que otra parcela, como la del periodismo y la docencia universitaria. Y los argumentos con pretensión universal aguantan mal las excepciones.
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