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Lawrence Wright - La torre elevada

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Lawrence Wright La torre elevada
  • Libro:
    La torre elevada
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2006
  • Índice:
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La torre elevada: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Agradecimientos y notas
sobre las fuentes

Las mentiras y el engaño siempre representan un problema para un periodista que trata de construir una narración verídica y, en un proyecto que se basa en gran medida en entrevistas con yihadíes y agentes de los servicios secretos, el lector puede suponer que es arriesgado confiar demasiado en dichas fuentes. Para complicar aún más las cosas, los primeros estudios sobre al-Qaeda y los personajes que forman parte de la misma solían ser de mala calidad y engañosos. La prensa árabe, que es esencial para un cronista de las vidas de Zawahiri y Bin Laden, está férreamente controlada por los gobiernos autocráticos de la región. Tampoco se puede dar mucho crédito a las declaraciones juradas de unos testigos que ya han demostrado ser estafadores, mentirosos y agentes dobles. Entonces, ¿cómo elige el escritor qué historia contar entre tantas versiones contradictorias y poco fiables?

Afortunadamente, en los cinco años que han transcurrido desde el 11-S han salido a la luz algunos documentos que pueden ser de gran ayuda para los periodistas que busquen una base sólida. Son especialmente útiles: «Tarik Osama» (la historia de Osama), una colección de informes, cartas y anotaciones extraídas de un ordenador de al-Qaeda encontrado en Bosnia y utilizado como prueba en el juicio United States v. Enaam Arnout; los valiosos correos electrónicos y otra correspondencia que el periodista del Wall Street Journal Alan Cullison descubrió fortuitamente cuando compró en Kabul un ordenador que resultó que le había sido robado a al-Qaeda; y los importantes documentos oficiales de al-Qaeda, incluidos su constitución y sus estatutos, muchos de ellos recopilados por el Departamento de Defensa de Estados Unidos tras la guerra de Afganistán, que conforman lo que se conoce como «Harmony Documents». Estos documentos son una base de información fiable que puede ser útil para comprobar la veracidad de otras fuentes.

No obstante, incluso estos valiosos materiales pueden ser engañosos. Por ejemplo, las notas manuscritas de «Tarik Osama» que documentan la importante reunión celebrada el 11 de agosto de 1988, en la que surge por primera vez el término al-Qaeda, permiten asomarse a lo que parece ser un momento fundacional. Como tal, es una escena esencial de mi narración. Sin embargo, la traducción al inglés que se facilitó al tribunal es a menudo confusa. «Veo que deberíamos pensar en el origen de la idea por la que vinimos aquí desde el principio —dice al comienzo—. Todo ello para empezar un nuevo fruto desde bajo cero.» Una traducción más acertada de este pasaje sería: «Deberíamos centrarnos en la idea que nos trajo hasta aquí en primer lugar. Se trata de comenzar un nuevo proyecto desde cero». Según el documento, el secretario que tomó las notas fue un amigo de Bin Laden, Abu Rida al-Suri (Muhammad Loay Baizid), pero cuando le entrevisté en Jartum negó haber estado siquiera en Afganistán o Pakistán en 1988. Desconozco si su afirmación es cierta, pero su nombre figura en el documento. Wa’el Yulaidan, que se negó a hablar conmigo en persona, asistió a la reunión y accedió a responder a mis preguntas a través de un intermediario. Él me transmitió la sorprendente información de que fue Abdullah Azzam quien la convocó; también me facilitó los nombres de los participantes y describió una votación sobre la constitución de al-Qaeda que se celebró al final de la reunión. Nada de ello aparece en los documentos judiciales. Medani al-Tayeb, que fue tesorero de al-Qaeda, me dijo a través de un intermediario que la organización ya se había constituido antes de la reunión del 11 de agosto —él se había incorporado a la misma el mes de mayo anterior—, por lo que parece que la votación formalizó la creación de una organización que ya existía de manera soterrada. Creo que el lector puede empezar a apreciar la turbia naturaleza del mundo en el que opera al-Qaeda y los imperfectos medios que a veces he tenido que emplear para obtener información.

De igual modo, he tenido que renunciar a incluir informaciones que considero ciertas pero no puedo demostrar. Un tentador ejemplo es lo que el príncipe Turki reveló a Associated Press el 17 de octubre de 2003, que, como jefe de los servicios secretos saudíes, le había facilitado a la CIA a finales de 1999 o principios de 2000 los nombres de dos de los futuros secuestradores del 11 de septiembre, Nawaf al-Hazmi y Jaled al-Mihdar. «Lo que les dije es que aquellas personas figuraban en nuestra lista de sospechosos debido a su implicación en anteriores operaciones de al-Qaeda, tanto en los atentados contra las embajadas como en tentativas de introducir armas de contrabando en el reino en 1997», dijo Turki entonces. Ello explicaría el repentino interés de la CIA por esos hombres en las fechas de la reunión de Malaisia entre los secuestradores y los responsables del atentado contra el USS Cole. La CIA desmintió enérgicamente las afirmaciones de Turki, y el embajador saudí en Estados Unidos, el príncipe Bandar bin Sultan, aclaró las declaraciones de su primo diciendo que «no existían documentos» enviados por Arabia Saudí a los servicios secretos estadounidenses sobre los secuestradores aéreos. En aquella época, Turki mantuvo sus declaraciones y afirmaba que había transmitido la información, al menos de forma oral. A mí me confirmó su afirmación Nawaf Obaid, un asesor de seguridad del gobierno saudí, quien me dijo que se habían facilitado los nombres de los futuros secuestradores aéreos al director de la estación de la CIA en Riad. Pero ahora Turki, que ha sustituido a Bandar en la embajada de Arabia Saudí en Washington, afirma que, tras repasar sus notas, se ha dado cuenta de que se equivocó: él nunca entregó personalmente información alguna sobre los secuestradores a los estadounidenses. Ante un desmentido tan rotundo, he suprimido del texto esa versión de la historia. La menciono aquí para responder a las preguntas que se puedan haber planteado los lectores que ya conocían el episodio y también para dejar constancia de las contracorrientes de la política y la diplomacia, que a veces ponen la verdad, sea cual sea, frustrantemente lejos de nuestro alcance.

Para elaborar este libro ha sido necesario comparar centenares de fuentes contrastándolas entre sí, y es justamente esta comprobación recíproca la que permite aproximarse a la verdad, a los hechos más fiables. Se le podría llamar investigación horizontal, ya que tiene en cuenta los puntos de vista de todos los participantes dispuestos a hablar. Aunque la lista es larga, sin duda es incompleta. Hay personas clave de los servicios secretos estadounidenses, sobre todo de la CIA, que no quisieron reunirse conmigo. Además, muchos de los mejores informantes de al-Qaeda están detenidos por las autoridades estadounidenses, no solo en secreto, sino también en prisiones federales, en las que se les impide cualquier contacto con la prensa, pese a mis peticiones a sus guardianes y a los jueces encargados de sus casos. No se podrá explicar la historia completa de al-Qaeda hasta que no se les permita hablar.

Hay otro eje en la investigación periodística, en este caso vertical, que tiene más que ver con comprender lo sucedido que con los simples hechos. A algunas de las personas que aparecen en este libro las he entrevistado en profundidad decenas de veces. Casi siempre, las conversaciones más provechosas son las que se mantienen cuando se ha logrado cierto grado de confianza entre el periodista y la fuente. Esta relación está llena de dificultades, pues la confianza y la amistad van de la mano. El conocimiento es seductor; el periodista quiere saber y, cuanto más sabe, más interesante resulta para el informante. En la naturaleza humana hay pocas fuerzas más poderosas que el deseo de ser comprendido, sin la cual el periodismo no podría existir. Pero la intimidad que surge al compartir secretos y desenterrar sentimientos profundos invita a un grado recíproco de protección amistosa que un periodista no siempre puede ofrecer. Mediante el uso de una grabadora y la toma constante de notas, trato de recordar a ambas partes que hay una tercera persona en la habitación: el futuro lector.

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