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Julio Torri - Tres libros

Aquí puedes leer online Julio Torri - Tres libros texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1917, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Julio Torri Tres libros
  • Libro:
    Tres libros
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
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    1917
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Luz

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Título original: Ensayos y poemas, 1917; De fusilamientos, 1940, Prosas dispersas

Julio Torri, 1917

Editor digital: IbnKhaldun

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I Ensayos y poemas A Circe CIRCE diosa venerable He seguido puntualmente - photo 1

I

Ensayos y poemas

A Circe

¡ CIRCE , diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.

¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.

El maestro

… Royal Lear,

Whom I have ever honour’d as my king,

Lov’d as my father, as my master follow’d

As my great patron thougt on in my prayers…

SHAKESPEARE

CON EL crear, es el enseñar la actividad intelectual superior. Se trata, seguramente, de una forma más humilde que la otra, puesto que no realiza y prepara sólo a realizaciones ajenas. Pero implica, sin duda, la afirmación más enfática de la comunidad espiritual de la especie.

La facultad creadora florece rara y maravillosamente. Cuando el artista flaquea, entrega sus armas a sus hermanos, en la más heroica de las acciones humanas.

Crear y enseñar son actividades en cierto sentido antitéticas. La parábola de Wilde, del varón que perdió el conocimiento de Dios y obtuvo en cambio el amor de Dios, tiene una exacta aplicación en arte.

Todos apetecemos oír el mensaje que trae nuestro amigo; pero éste olvidará las palabras sagradas, si se sienta a nuestra mesa, comparte nuestros juegos y se contamina de nuestra baja humanidad, en vez de recluirse en una alta torre de individualismo y extravagancia. En cambio de las voces misteriosas cuyo eco no recogió, ofrecerá a la especie un rudo sacrificio: la mariposa divina perderá sus alas, y el artista se tomará maestro de jóvenes.

El mal actor de sus emociones

Y LLEGÓ a la montaña donde moraba el anciano. Sus pies estaban ensangrentados de los guijarros del camino, y empañado el fulgor de sus ojos por el desaliento y el cansancio.

—Señor, siete años ha que vine a pedirte consejo. Los varones de los más remotos países alababan tu santidad y tu sabiduría. Lleno de fe escuché tus palabras: «Oye tu propio corazón, y el amor que tengas a tus hermanos no lo celes». Y desde entonces no encubría mis pasiones a los hombres. Mi corazón fue para ellos como guija en agua clara. Mas la gracia de Dios no descendió sobre mí. Las muestras de amor que hice a mis hermanos las tuvieron por fingimiento. Y he aquí que la soledad obscureció mi camino.

El ermitaño le besó tres veces en la frente; una leve sonrisa alumbró su semblante, y dijo:

—Encubre a tus hermanos el amor que les tengas y disimula tus pasiones ante los hombres, porque eres, hijo mío, un mal actor de tus emociones.

Del epígrafe

EL EPÍGRAFE se refiere pocas veces de manera clara y directa al texto que exorna; se justifica, pues, por la necesidad de expresar relaciones sutiles de las cosas. Es una liberación espiritual dentro de la fealdad y pobreza de las formas literarias oficiales, y deriva siempre de un impulso casi musical del alma. Tiene aire de familia con las alusiones más remotas, y su naturaleza es más tenue que la luz de las estrellas.

A veces no es signo de relaciones, ni siquiera lejanas y quebradizas, sino mera obra del capricho, relampagueo dionisíaco, misteriosa comunicación inmediata con la realidad.

El epígrafe es como una lejana nota consonante de nuestra emoción. Algo vibra, como la cuerda de un clavicordio a nuestra voz, en el tiempo pasado.

La conquista de la luna

… Luna,

Tú nos das el ejemplo

De la actitud mejor…

DESPUÉS de establecer un servicio de viajes de ida y vuelta a la Luna, de aprovechar las excelencias de su clima para la curación de los sanguíneos, y de publicar bajo el patronato de la Smithsonian Institution la poesía popular de los lunáticos (Les Complaintes de Laforgue, tal vez) los habitantes de la Tierra emprendieron la conquista del satélite, polo de las más nobles y vagas displicencias.

La guerra fue breve. Los lunáticos, seres los más suaves, no opusieron resistencia. Sin discusiones en cafés, sin ediciones extraordinarias de El matiz imperceptible, se dejaron gobernar de los terrestres. Los cuales, a fuer de vencedores, padecieron la ilusión óptica de rigor —clásica en los tratados de Físico-Historia— y se pusieron a imitar las modas y usanzas de los vencidos. Por Francia comenzó tal imitación, como adivinaréis.

Todo el mundo se dio a las elegancias opacas y silenciosas. Los tísicos eran muy solicitados en sociedad, y los moribundos decían frases excelentes. Hasta las señoras conversaban intrincadamente, y los reglamentos de policía y buen gobierno estaban escritos en estilo tan elaborado y sutil que eran incomprensibles de todo punto aun para los delincuentes más ilustrados.

Los literatos vivían en la séptima esfera de la insinuación vaga, de la imagen torturada. Anunciaron los críticos el retorno a Mallarmé, pero pronto salieron de su error. Pronto se dejó también de escribir porque la literatura no había sido sino una imperfección terrestre anterior a la conquista de la Luna.

La oposición del temperamento oratorio y el artístico

I don’t consider human volcanoes respectable.

GEORGE BERNARD SHAW : Overruled

PERMITIDME que dé rienda suelta a la antipatía que experimento por las sensibilidades ruidosas, por las naturalezas comunicativas y plebeyas, por esas gentes que obran siempre en nombre de causas vanas y altisonantes. (Sin duda recordáis al detestable marido de Cándida.) Los oradores tienen, a mi ver, cierta incapacidad natural para entender y crear las más agudas y extrañas obras de arte. Casi todos son vanidosos, o por lo menos, la oratoria es profesión de éxitos inmediatos (y efímeros, desde que existe la taquigrafía). Se hallan de este modo demasiado sujetos al público, el cual nunca puede ser un útil colaborador del artista. Las más exquisitas formas de arte requieren para su producción e inteligencia algún alejamiento del vulgo. Movimiento tan importante como él prerrafaelismo inglés y el simbolismo francés han sido obra de recogimiento y recibidos con dilatados periodos de incomprensión.

El orador no lee desinteresadamente: su único afán es hallar buenas frases que citar después. Carece, aunque os diga lo contrario, de preferencias en libros, de devociones.

Se embriaga de entusiasmo demasiado pronto y pierde así toda buena disposición espiritual para salir de sí mismo, la casi femenina pasividad que necesita el acto de la comprensión. Su arrebato, su facilidad para escalar súbitamente las más altas cumbres de la pasión no hacen de él, tampoco, un crítico estimable en letras. Nuestros amigos de temperamento oratorio tienen, en términos muy breves, alternativas lamentables en sus juicios. A cada hora, como por mecanismo de manivela, mudan sus opiniones. Hoy prefieren a Dante; mañana a Petrarca. A todos los grandes autores consagrados les llega su tumo. Inútil me parece decir que jamás adquieren de un escritor cualquiera ese conocimiento profundo que se convierte en carne y sangre de uno, y que trasciende aun a los ademanes y gestos habituales.

La vida del campo

Est-ce que l’âme des violoncelles est emportée dans le cri d’une corde qui se brise?

VILLIERS DE L’ ISLE ADAM : Véra

VA EL cortejo fúnebre por la calle abajo, con el muerto a la cabeza. La mañana es alegre y el sol ríe con su buen humor de viejo. Precisamente del sol conversan el muerto y un pobrete —acaso algún borracho impenitente— que va en el mismo sentido que el entierro.

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