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Julio Llamazares - En Babia

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Julio Llamazares En Babia

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EPÍLOGO ANTICIPADO

Recojo en este volumen una selección de mi producción periodística publicada en diversos periódicos y revistas españoles, pero fundamentalmente en el diario El País, durante los últimos siete u ocho años. Una selección que incluye artículos de opinión —sobre diversos temas y asuntos—, media docena de reportajes —de factura y contenidos muy distintos— y tres relatos de viaje de los varios que, a lo largo de este tiempo, he realizado a diversos lugares del mundo: uno a Berlín (un año antes de la caída del muro), otro a Laponia (en el tren que atraviesa la región desde hace un siglo) y otro al Irak de entreguerras que acababa de firmar el alto fuego con Irán y se preparaba ya para su decisivo y gran conflicto bélico mundial.

El conjunto de estos artículos —que he ordenado, dentro de cada parte, según su cronología (salvo en el caso del que da título al libro)— ofrecerá a los lectores una visión global de mi particular manera de entender el mundo y, a mí mismo, una nueva y diferente perspectiva de mi propia obra poética y narrativa. Hace tiempo que alimento la sospecha de que la literatura no es más que el horizonte que empieza donde acaba el periodismo y, en cualquier caso, es en esa zona neutra, en esa tierra de nadie en la que los dos se unen, en la que yo he pasado —y espero seguir pasando— todos los días de mi vida.

JULIO LLAMAZARES

Madrid, primavera de 1991

Índice
  • I. OPINIÓN
  • En Babia (El País, 14 de marzo de 1990)
  • La encrucijada (El País, 2 de octubre de 1986)
  • Elogio del perdedor (El País, 24 de diciembre de 1986)
  • El nuevo panteísmo (El País, 26 de marzo de 1987)
  • El pensamiento débil (El País, 21 de abril de 1987)
  • «Dirty realism». (El País, 20 de mayo de 1987)
  • Dinosaurios (El País, 20 de junio de 1987)
  • Balada de Portugal (El País, 17 de diciembre de 1987)
  • Fumando espero (El País, 9 de marzo de 1988)
  • Perlas ensangrentadas (El País, 17 de abril de 1988)
  • La moda de los toros (El País, 9 de junio de 1988)
  • Anochecer en Nador (El Urogallo, n.º 22-23. Julio-agosto de 1988)
  • Manzanas verdes (El País, 16 de septiembre de 1988)
  • El jardín de las delicias (El País, 21 de noviembre de 1988)
  • Las colinas del diablo (El País, 1 de febrero de 1989)
  • El arzobispo de Manila (El País, 14 de noviembre de 1989)
  • Maestros de escuela (Diario 16, 30 de mayo de 1990)
  • El último deseo (El País, 14 de junio de 1990)
  • Los hombres interesantes (El País, 23 de agosto de 1990)
  • Muerte de un tren (El País, 28 de septiembre de 1990)
  • El zigurat (El País, 28 de octubre de 1990)
  • El paisaje del fin del mundo (primera versión: El País, 14 de diciembre de 1987, con el título de «Pasión paisaje»; segunda versión, definitiva, en la revista Paisajes, n.º 1, noviembre de 1990)
  • Nostalgia del muro (El País, 21 de noviembre de 1990)
  • Adiós a Gorete (El País, 14 de diciembre de 1990)
  • Feliz Navidad (El País, 24 de diciembre de 1990)
  • La memoria del bosque (El País, 3 de enero de 1991)
  • La guerra televisada (El País, 24 de enero de 1991)
  • La nieve de octubre (El País, 19 de marzo de 1991)
  • Sevilla (El País, 2 de mayo de 1991)
  • La nueva novela española (El País, 4 de junio de 1991)
  • II. REPORTAJES
  • Volverás a Región (El País, 24 de diciembre de 1983)
  • Bajo el infierno blanco (El País, 18 de enero de 1987)
  • Buda en el Pirineo (El Globo, n.º 6, 13 de diciembre de 1987)
  • Nuevas vidas ejemplares (El País, 15 de mayo de 1988)
  • La leyenda del oro (El País Semanal, 27 de noviembre de 1988)
  • Los suecos están locos (El Europeo, n.º 15, septiembre de 1989)
  • La casa de Mata-Hari (El País Semanal, 23 de diciembre de 1990)
  • III. VIAJES
  • Berlín, el huevo de la serpiente (El País, 4, 5, 6, 7 y 8 de julio de 1988)
  • El tren de Laponia (El País Semanal, 22 de octubre de 1989)
  • Irak, el país de las mil y una guerras
I
OPINIÓN
EN BABIA

Cuando los reyes de León, hombres de acción y de pelea más que sutiles y avispados gobernantes, comenzaban a hartarse (en los escasos períodos de su vida en que no andaban por el mundo guerreando) de las inevitables intrigas y pasiones cortesanas, pedían a sus siervos sus ropas de campaña, empuñaban sus armas, montaban su caballo y, dejando las riendas del gobierno de su reino en manos de algún hombre de confianza, se marchaban a Babia a descansar y a practicar entre sus bosques su deporte favorito de la caza. Babia, la lejana y bellísima comarca leonesa que baña el río Luna y preside la solemne Peña Ubiña desde su soledad geológica y lejana, ofrecía aún en aquel tiempo múltiples alicientes para la actividad y el ejercicio cinegéticos y, como todavía ahora, óptimas condiciones para el entrenamiento y la cría de caballos (Babieca, por ejemplo, era, según la leyenda, originario de sus montañas) y no es extraño que los reyes leoneses, que allí tenían entonces sus picaderos reales —cabe pensar sin duda que en el sentido más amplio de la palabra— prodigasen sus visitas a la zona y alargasen en ella con frecuencia sus estancias, dando origen de ese modo a una expresión que, contra la opinión vulgar, no alude en modo alguno a un estado de inopia o de ignorancia, sino, por el contrario, al humano deseo de los reyes leoneses de permanecer alejados de las luchas e intrigas cortesanas. «¿Dónde está el rey?», preguntaba la gente cuando, al cabo de unos días, comenzaba a echarle en falta. «En Babia», respondían en palacio. (Otra interpretación de la expresión, más legendaria y poética, pero también más fantástica, aludiría, por su parte, a la afición de los pastores de esa bella y melancólica comarca a dejarse llevar por la nostalgia cuando, con sus rebaños y sus perros, bajaban en invierno a Extremadura y se quedaban por las noches como ausentes junto al fuego, como si, separadas de su cuerpo, su memoria y su alma volaran al país abandonado, dando pie a que sus compañeros de tertulia o vigilancia les sacaran de sus sueños cada poco con un golpe cariñoso y la ya célebre frase: «Despierta, hombre, que estás en Babia»).

Aunque a los reyes leoneses no me une más que el simple origen geográfico y a los pastores babianos la pasión por los perros y las montañas, siempre he pensado que el estado ideal de todo hombre es el de Babia. Alejado del mundo es como el hombre puede contemplarlo sin que sus brillos y sus destellos interfieran y equivoquen su mirada. Apartado de sus pasiones, es como puede justamente, además de vivir tranquilo, pensarlas y analizarlas. Sólo desde los montes se puede ver claramente el valle que queda abajo y es obvio que cualquier gesto, cualquier grito, cualquier acto, adquieren su dimensión más justa en el silencio y en la distancia. Corren, no obstante, malos tiempos para la lírica. Vivimos años de confusión y de auténtica desbandada por ocupar en las parrillas de salida los puestos de privilegio, y por estar en todo momento en el lugar indicado, y quien, voluntariamente o no, se aparta de la lucha por el éxito corre serio peligro de poner también en riesgo su mera supervivencia más inmediata. Después del largo invierno que asoló este país durante muchos años, y del deshielo de ideas —y de gestos, y de actos— que sucedió a aquel invierno cuando por fin el sol de la vida comenzó a calentar las parameras de España, el interés primordial, y casi único, del común de los españoles consiste en hacerse ricos y/o famosos de la manera más rápida. Banqueros, financieros, aristócratas añejos y políticos triunfantes ocupan desde hace tiempo las portadas de las revistas y los diarios mientras un ruidoso enjambre zumba a su alrededor tratando, a su semejanza, de abrirse paso. Pero la lucha por el éxito no es nada fácil. Pese a los cantos de sirena que a todas horas nos lanzan quienes lo han alcanzado (que no son otros normalmente que los hijos y los nietos de quienes ya lo ostentaban), y pese a las manifestaciones triunfalistas de quienes, en el revuelo, han conseguido subirse al carro, la lucha por el éxito exige a quien lo pretende dedicación exclusiva —y excluyente— y dejar en el empeño sangre, sudor y lágrimas.

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