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Joaquim Amat-Piniella - K. L. Reich

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Joaquim Amat-Piniella K. L. Reich

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Joaquim Amat-Piniella K L Reich Prólogo de Ignacio Martínez de Pisón - photo 1

Joaquim Amat-Piniella

K. L. Reich

Prólogo de Ignacio Martínez de Pisón

Traducción de Baltasar Porcel y del autor

Título original K L Reich Queda rigurosamente prohibida sin la - photo 2

Título original: K. L. Reich

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización

escrita de los titulares del copyright , bajo

las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción

total o parcial de esta obra por cualquier medio

o procedimiento, incluidos la reprografía y

el tratamiento informático, y la distribución de

ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Copyright © Herederos de Joaquim-Piniella, 2014

© del prólogo, Ignacio Martínez de Pisón, 2014

© de la traducción, herederos de Baltasar Porcel y Joaquim Amat-Piniella, 2014

© de esta edición, Libros del Asteroide S.L.U.

Fotografía de cubierta: © Noah Goodrich

Revisión de la traducción: Marc Jiménez

Publicado por Libros del Asteroide S.L.U.

Avió Plus Ultra, 23

08017 Barcelona

España

www.librosdelasteroide.com

ISBN: 978-84-16213-11-5

Depósito legal: B. 21.221-2014

Diseño de colección y cubierta: Enric Jardí

La traducción de esta obra ha contado con una ayuda del Institut Ramon Llull

Prólogo Por Mauthausen pasaron alrededor de ocho mil españoles de los que - photo 3

Prólogo

Por Mauthausen pasaron alrededor de ocho mil españoles, de los que sobrevivieron menos de una tercera parte. La trayectoria de esos hombres responde casi siempre al mismo patrón: republicanos derrotados en 1939 que, tras ser encerrados en un campo de refugiados francés e incorporarse a una compañía de trabajadores extranjeros o directamente a la Resistencia, fueron deportados en bloque a ese campo de concentración en territorio austriaco. Las penalidades de esos españoles las conocemos por el testimonio de algunos de los escasos supervivientes, y muy particularmente por los libros K. L. Reich del catalán Joaquim Amat-Piniella y Los años rojos del aragonés Mariano Constante. El primero llegó a Mauthausen en enero de 1941, el segundo en abril del mismo año, y su cautiverio se prolongó hasta mayo de 1945, cuando el campo fue liberado por tropas norteamericanas. Si en los dos años que mediaron entre el final de la guerra civil y el ingreso en Mauthausen las peripecias de todos esos republicanos españoles habían presentado muchas similitudes, durante los cuatro años siguientes sus vidas iban a quedar definitivamente igualadas: igualadas en el horror.

Primo Levi, nombre clave de la literatura concentracionaria, escribió Si esto es un hombre en 1946, aunque no la publicaría hasta diez años después. También Amat-Piniella redactó el primer borrador de K. L. Reich en 1946 y, tras varios forcejeos con la censura franquista, el libro acabó apareciendo en 1963 (de la mano de dos ilustres editores: Carlos Barral en castellano, Joan Sales en catalán). La prisa que tanto Levi como Amat-Piniella se dieron en poner por escrito sus respectivas experiencias en Auschwitz y Mauthausen obedece sin duda a la urgencia que ambos sentían por fijar sus recuerdos antes de que empezaran a desdibujarse: al igual que las fotos de Francesc Boix, preso también en Mauthausen, esos recuerdos debían servir a la vez de homenaje a las víctimas y denuncia de los verdugos.

Me atrevo a decir que con esa prontitud buscaban asimismo conjurar el intenso sentimiento de culpa que les atenazaba por el simple hecho de seguir vivos. Los cuatro años largos de infernales padecimientos no podían cerrarse sin que quedaran graves secuelas: no es casualidad que el llamado «síndrome del superviviente» fuera descrito por primera vez tras la segunda guerra mundial. Los tormentos que antes venían de fuera se habían instalado ahora en el corazón del superviviente, y combatirlos significaba combatirse a sí mismo: el enemigo interior. En Mauthausen los que se salvaban eran los cocineros, los barberos, los empleados de los almacenes, los oficinistas... El comunista Mariano Constante, que aprovechó su condición de ordenanza e intérprete para organizar una red de apoyo a los presos españoles, acabaría siendo acusado de colaboracionismo por su propio partido, que consideraba, como el propio Stalin, que detrás de todo comunista superviviente se escondía un traidor o un agente nazi. Se salvaron muy pocos, y los pocos que se salvaron se volvieron sospechosos para sí mismos y para los suyos. A la devastación física y psíquica se añadía la aniquilación moral, con la que tendrían que convivir el resto de sus vidas.

Emili, el protagonista de K. L. Reich , está inspirado en otro preso de origen aragonés, el dibujante José Cabrero Arnal, que había publicado caricaturas e historietas antes de la guerra civil y acabaría triunfando en la Francia de los años sesenta y setenta con su personaje más célebre, el perro Pif. Emili, uno de los pocos personajes positivos del libro, ve cómo sus amigos van cayendo a su alrededor mientras él salva la vida gracias a su facilidad para el dibujo, una situación de privilegio que le provoca «algo así como una sensación de indignidad». Pero la dignidad y la integridad constituyen un lujo inalcanzable en un mundo como ese, en el que desde el primer momento los presos son despojados de su condición de seres humanos y reducidos brutalmente a la pura animalidad. Como reses en un matadero, todo en ellos es aprovechable: las pertenencias que les son arrebatadas en cuanto llegan al campo; su pelo, que será utilizado para hacer fieltro; las dentaduras de oro, que les son arrancadas poco antes de descuartizar sus cadáveres para meterlos en el horno crematorio...

En Mauthausen, los presos morían por el agotamiento del trabajo en la cantera, pero también había ejecuciones, torturas, falsos suicidios, experimentos médicos mortales. Calificado como campo de trabajo de categoría III (la más baja, para presos «irrecuperables»), era de hecho un campo de exterminio, y así lo certificaba el humo que a todas las horas del día y de la noche escapaba por la chimenea del crematorio (y que no daba abasto para tantos cadáveres). En una entrevista, Jorge Semprún, que estuvo preso en el campo de Buchenwald, dijo que lo más importante y terrible, lo único que no se podía explicar por escrito, era el olor a carne quemada: «¿Qué haces con el recuerdo del olor a carne quemada?». La presencia constante de la muerte gobierna el pequeño mundo en el que se mueven Emili y los demás, que llegan a tal estado de saturación e insensibilidad que la visión de un montón de cadáveres ya no les inspira piedad sino repugnancia. Los relatos sobre la vida en los campos de exterminio proporcionan la más ajustada y precisa representación del infierno. En K. L. Reich , como en el infierno, el tiempo parece estancado en su propia eternidad, y la historia, más que avanzar, se ensancha hasta casi reventar los propios límites del campo. A veces llegan noticias de la guerra en Europa, pero eso afecta poco a la vida de los internos, que solo cambian cuando pasan de estar vivos a estar muertos: esa es toda la evolución a la que tienen derecho como personajes.

K. L. Reich es, junto a las obras de Primo Levi y algún otro clásico más, una de las cumbres de la literatura concentracionaria. Ahora no podemos leer una novela así sin que nos venga a la cabeza toda la imaginería del genocidio nazi que las superproducciones cinematográficas de las últimas décadas han acabado estableciendo. El hacinamiento en trenes y barracones, la lóbrega arquitectura de los campos, las colas de presos famélicos, los recuentos a temperaturas bajo cero, etcétera, nos llegan a nosotros ya visualizados: los hemos visto en películas como La lista de Schindler o La vida es bella . En 1963 esas películas no existían, y sin duda el lector de la época, no expuesto a ese tipo de interferencias, tenía que quedar aún más subyugado que nosotros por la implacable plasticidad verbal de Amat-Piniella, que con su atención a los detalles y la fuerza de sus descripciones documenta el horror de los campos de exterminio con precisión de fedatario público. En un pasaje de la novela, el narrador se sorprende de que, mientras a su alrededor reinan la devastación y la miseria, el sol no deje de ponerse como todos los días... Que los ciclos de la naturaleza mantengan sus rutinas milenarias hace aún más escalofriante esa normalidad de muerte y destrucción aplicadamente construida por el hombre para la aniquilación de sus semejantes. La lectura de K. L. Reich , sobrecogedora indagación acerca de los límites de la naturaleza humana, sacude de la primera a la última página. Es difícil, muy difícil salir indemne de ella.

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