JORDI AMAT FUSTÉ (Barcelona, España, 1978). Es un ensayista, filólogo, editor y crítico cultural español, experto en la historia intelectual del siglo XX de Cataluña y el resto de España. Escribe tanto en catalán como en español.
Se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona y acabó su formación en la Unitat d’Estudis Biogràfics de la misma universidad. Se dedicó a investigar y publicó diversos artículos en revistas académicas, pero también ejerció de crítico literario en la prensa.
Desde 2009 es colaborador del diario La Vanguardia y de su suplemento Cultura|s.
Jordi Amat, 2018
Diseño de cubierta: Sr. Garcia
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[1] Las citas en lengua original catalana más extensas aparecen traducidas al castellano, entrecomilladas y en letra redonda. Mantenemos el original catalán en las citas más breves, entrecomilladas y en letra cursiva. (N. del E.).
Este libro, versión actualizada y en lengua española del exitoso El llarg procés, propone una interpretación nueva, polémica y en clave europea del desarrollo de la cultura del catalanismo desde la inmediata posguerra hasta los convulsos días del presente en Cataluña. A partir de documentación privada y en muchos casos inédita, Largo proceso, amargo sueño es una rigurosa crónica de historia intelectual catalana.
Jordi Amat
Largo proceso, amargo sueño
Cultura y política en la Cataluña contemporánea
ePub r1.0
Titivillus 01.12.2020
Vale la pena de que cuantos entre nosotros se interesan por las cosas del espíritu guarden «cinco minutos de silencio», mediten un poco sobre lo ocurrido. Sería vano pretender que los intelectuales catalanes reaccionen enseguida ante el hecho grave que les atañe a todos. De sobra sabemos que la mayoría no podrían ni siquiera decir claramente, en público, lo que piensan. Más o menos directamente, en toda o gran parte de su economía, dependen de la política. Y la política, como acaba de verse, no tolera el librepensamiento de los intelectuales ni en los negocios de la cultura.
Gaziel, Cultura y política,
18 de marzo de 1927
Prólogo
El templo profanado
La boda se celebró en la basílica de Santa María del Mar. Después de la ceremonia eclesiástica empezaba la civil. Minibús. Los invitados fueron llegando al Palau de la Música. Viernes 22 de diciembre de 2000. Sorpresa escenográfica. La sala de conciertos se había convertido en una lujosa sala de fiestas. Las filas de butacas se habían retirado para dejar paso en platea a las mesas perfectamente puestas, más las tres presidenciales colocadas sobre el escenario. La comida la servía el catering Can Fatjó. Aperitivo: tartaletas de manzana y foie, virutas de ibérico o salmón. Menú: crema de melón, combinado de langosta, bogavante y langostinos, filete a la broche y para rematar surtido de sorbetes. Después las copas se servían en la discoteca instalada entre la sala de cámara y el foyer. Bodas hacen bodas. La prensa decía que había sido un acto donde se había dado cita lo mejor de la sociedad civil. No es exacto. Era una reunión del poder catalán con sus conexiones con el poder español. Presidentes de entidades bancarias, viejos políticos reconvertidos en conseguidores, jefazos de empresas de comunicación, consejeros delegados de importantes constructoras.
Un año y medio después, otra boda. Se casaba otra hija de Fèlix Millet i Tusell. Y la misma escena casi con los mismos protagonistas. Como un cuento de hadas infinito, mientras nadie quería husmear en el charco de aguas fecales que hacía posible aquel fiestón. Pero ahora sabemos, porque así consta en la sentencia dictada por el juez el 15 de enero de 2018, que como mínimo parte de esos encuentros se pagaron a través de fondos de la Fundació Palau de la Música usados indebidamente. Exactamente 164 259 euros. No eran los casi 650.00 euros gastados en viajes de Millet entre los años 2005 y 2009, pero tampoco estaba mal. En el dineral dedicado a la felicidad de las niñas estaba incluido desde la ampliación del escenario hasta el reportaje fotográfico, la grabación del concierto que la coral Orfeó Català dio en la iglesia, el servicio de coche Mercedes o la inserción en prensa de ese eco de sociedad. Porque la gente tenía que saberlo. Valía la pena gastarse 12 020 euros para que la ciudad supiese que el prócer había casado a sus hijas en el templo de la sociedad civil catalana.
Hasta que el sueño terminó, y el despertar fue amargo, y la mierda empezó a desbordarse. A las diez de la mañana del jueves 23 de julio de 2009 los Mossos d’Esquadra entraban en el Palau de la Música por orden de un juez de Barcelona. Se llevaron trece cajas con documentación y una gran bolsa azul.
Al cabo de pocos meses, cuando el procedimiento penal aún se encontraba en situación de secreto sumarial, Fèlix Millet envió una carta al juez del caso que sus abogados también hicieron publicar en La Vanguardia. Era una confesión de culpabilidad. Era una estrategia de la defensa. Millet decía que, a lo largo de las últimas semanas, había tenido tiempo suficiente para reflexionar sobre sus años como presidente del Palau de la Música durante los treinta años anteriores. Y quería pedir perdón públicamente. Reconocía algunos errores y rememoraba: «Hace treinta años, cuando nos hicimos cargo de la dirección del Orfeó, las autoridades de la época no querían saber nada del Palau de la Música y este edificio emblemático para la ciudad y el país corría el riesgo de salir a subasta por un crédito hipotecario impagado a favor de La Caixa. Luchamos contra corriente». Digamos que la reconstrucción fue inseparable de su propia profanación.
Digamos que la historia de la reconstrucción del Palau, a pequeña escala, tal vez podría explicarse como un caso paradigmático de la Cataluña surgida del Estado de 1978. Es una historia de éxito, pero es una historia opaca que esconde el rostro turbio del poder. Grandes empresas, la banca, medios de comunicación, cultura y política. Política española y política catalana. Porque no tardó en saberse que la Fundació del Palau era la entidad que posibilitaba la financiación ilegal de Convergència Democràtica de Catalunya. Era la entidad pantalla entre constructoras y el partido, la ruleta en la que el dinero se convertía en fichas de juego que podían permitir ganar la concesión de obra pública. Digamos que la historia de la corrupción del Palau podría explicarse como un correlato de cómo, en algún sentido, ese Estado permitió su propia degradación para degenerar en régimen.
El vals de la noche de bodas de las hijas de Millet es la cara de un tiempo que tiene como cruz la entrada de la policía en el Palau. Es un episodio paralelo a la parábola trazada por el poder del pujolismo. En el vértice está otra noche brillante donde la política se escenificó a sí misma como un evento social. El 28 de abril de 1996 José María Aznar —que tan buenas migas hizo con Fèlix Millet, por cierto— llegó con media hora de retraso al hotel Majestic. La cita había sido planificada por dos de los negociadores del pacto entre CIU y el Partido Popular, el acuerdo bendecido por Felipe González y en virtud del cual se produciría la alternancia en el Gobierno de España. Aznar llegó acompañado de su mujer, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato. La mejor crónica del encuentro la escribió José Antich —el periodista del pujolismo, por entonces redactor jefe de política en La Vanguardia—, que contó que el chef Fermí Puig preparó el menú. Los comensales podían escoger cuatro primeros, cuatro segundos y tres postres. Aquel pacto, que supuso una mejora sustancial del autogobierno catalán (desde el traspaso de los Mossos d’Esquadra hasta el acuerdo para un nuevo sistema de financiación), afianzaba el poder de Pujol, que no tenía contrapeso alguno en su partido. Nadia podía hacerle sombra. Su sucesor