Karlheinz Deschner prosigue, en este tercer volumen de Historia criminal del cristianismo, su vasto estudio de las atrocidades perpetradas en nombre de la religión cristiana por cuantos contribuyeron a convertirla en el poder táctico más decisivo del mundo occidental. Bajo el título Desde la querella de Oriente hasta el final del periodo justiniano, el autor pormenoriza, en esta nueva entrega, las innumerables luchas que provocó en el siglo V el control de las sedes obispales de Oriente, desvela la figura sanguinaria del papa León I, y analiza las guerras santas emprendidas por el emperador Justiniano.
Karlheinz Deschner
Historia criminal del cristianismo. La Antigüedad tardía (II)
Desde la querella de Oriente hasta el final del periodo justiniano
Historia criminal del cristianismo - 3
ePub r1.1
Rusli 21.08.14
Título original: Kriminalgeschichte des Christentums. Die Spätantike (II)
Karlheinz Deschner, 1989
Traducción: Anselmo Sanjuán
Ilustración de cubierta: San Jerónimo de Estridón, de Francisco de Zurbarán (Museo de Bellas Artes, Sevilla)
Editor digital: Rusli
Retoque de cubierta: BingBang951
Diseño de la serie: BigBang951, Rusli, sharadore
Colaborador: Dr.Doa
ePub base r1.1
Dedico esta obra, especialmente, a mi amigo Alfred Schwarz. Asimismo deseo expresar mi gratitud a mis padres, que tanto me ayudaron en todo momento, y a todos cuantos me prestaron su colaboración desinteresada:
Wilheim Adler | Robert Mächler |
Prof. Dr. Hans Albert | Jürgen Mack |
Lore Albert | Volker Mack |
Klaus Antes | Dr. Jörg Mager |
Else Arnold | Prof. Dr. H. M. |
Josef Becker | Nelly Moia |
Karl Beerscht | Fritz Moser |
Dr. Wolfgang Beutin | Regine Paulus |
Dr. Otto Bickel | Hildegunde Rehle |
Dr. Dieter Birnbacher | M. Renard |
Dr. Eleonore Kottje-Bimbacher | German Rüdel |
Kurt Birr | Dr. K. Rügheimer u. Frau Johanna |
Dr. Otmar Einwag | Heiz Ruppel und Frau Renate |
Dr. Kari Finke | Martha Sachse |
Franz Fischer | Hedwig y Willy Schaaf |
Kláre Fischer-Vogel | Friedrich Scheibe |
Henry Gelhausen | Else und Sepp Schmidt |
Dr. Helmut Häußler | Dr. Werner Schmitz |
Prof. Dr. Norbert Hoerster | Norbert Schneider |
Prof. Dr. Walter Hofmann | Dr. Gustav Seehuber |
Dr. Stefan Kager y Frau Lena | Dr. Michael Stahl-Baumeister |
Hans Kalveram | Prof. Dr. Wolfgang Stegmüller |
Kari Kaminski y Frau | Almut und Walter Stumpf |
Dr. Hedwig Katzenberger | Artur Uecker |
Dr. Klaus Katzenberger | Dr. Bernd Umlauf |
Hilde y Lothar Kayser | Helmut Weiland> |
Prof. Dr. Christof Kellmann | Klaus Wessely |
Prof. Dr. Hartmut Kliemt | Richard Wild |
Dr. Fritz Köble | Lothar Willius |
Hans Koch | Dr. Elsbeth Wolffheim |
Hans Kreil | Prof. Dr. Hans Wolffheim |
Ine y Ernst Kreuder | Franz Zitzlsperger |
Eduard Küsters | Dr. Ludwig Zollitsch |
Así como Alejandría poseía, por lo pronto, el rango más elevado entre las ciudades del Imperio de Oriente, también el metropolitano alejandrino desempeñó por mucho tiempo el papel principal en la Iglesia oriental. Su patriarcado era desde sus inicios el más compacto de Oriente. Tenía gigantescas posesiones en bienes raíces y hasta el Concilio de Constantinopla (381) mantuvo allí un primado indiscutible. Lo mantuvo, al menos de facto, hasta 449, año del «Latrocinio de Éfeso», contando ocasionalmente con el apoyo de Roma. Paulatinamente, sin embargo, se vio desplazado en la jerarquía de los patriarcados orientales por el de Constantinopla, con larga trayectoria ascendente. Los patriarcas de Alejandría deseaban ver colegas débiles e ineptos en la capital, pues ellos mismos aspiraban a un papado oriental. Fueron, tal vez, los primeros obispos de rango superior en adoptar el título de «arzobispos» (archiepiskopos) y como mínimo desde el siglo III, y de forma preferente, también la denominación de «papa» (papas) que mantuvieron de forma continua. El uso de la denominación de patriarca se fue imponiendo muy lentamente a lo largo del siglo IV. Incluso de parte católica se concede que, desde la fundación de Constantino «la sede alejandrina padeció de celos casi ininterrumpidos respecto a la de Constantinopla» (Wetzer/WeIte). Para derribar a sus rivales de la capital, los alejandrinos se valieron, sin embargo, de la controversia teológica en aquella época de «luchas a muerte por la formulación de los dogmas».
Ello lo puso de manifiesto con toda virulencia la lucha por el poder entre los patriarcas Teófilo de Alejandría y Juan Crisóstomo de Constantinopla. Hacía ya un siglo que la sede obispal alejandrina venía siendo ocupada por personas incursas en la mejor tradición del santo Doctor de la Iglesia, Atanasio. O sea, que en su lucha contra el Estado «se servían brillantemente de las bien probadas técnicas: soborno, manipulación de la opinión pública, intervención de la propia guardia personal, o bien de bandas de marineros y monjes armados» (F. G. Maier). Los obispos de Alejandría mantenían una tropa de choque militar, compuesta por centenares de porteadores de enfermos con la que asaltaban templos y sinagogas, expoliaban y expulsaban a los judíos y combatían, en general, por el terror todo cuanto les causaba estorbo, incluidas las autoridades imperiales.
Con todo, el patriarca de Constantinopla, la «segunda Roma», seguía acrecentando paulatinamente su prestigio e influencia. Finalmente, el segundo concilio ecuménico de Constantinopla (año 381) le concedió la preeminencia honorífica entre todos los obispos orientales (Canon 3). Es más, el cuarto concilio ecuménico de Calcedonia le equiparó el año 451 al papa, a despecho de la áspera protesta de este último. Es natural que, en consonancia con ello, aumentasen también las posesiones y los ingresos del patriarcado cuyos inmuebles y empresas (dominios, viñas, molinos) estaban diseminados por todo su territorio y experimentaron continuos incrementos gracias a donaciones y legados.
Los jerarcas alejandrinos no estaban, sin embargo, dispuestos a aceptar voluntariamente su postergación, sino que se aprestaron a la lucha usando todos los medios. Su intento de entronizar en Constantinopla a un alejandrino, ya durante el concilio del año 381, fracasó. Tras la muerte del obispo Nectario (397) —que contó con el favor del emperador Teodosio I, pero con la hostilidad del papa Dámaso— se frustró asimismo el propósito del alejandrino Teófilo de imponer a su candidato en la capital. Era éste el presbítero alejandrino Isidoro, con quien ya nos topamos anteriormente (véase vol. 2) a raíz de su fatal misión política y cuya función no era ahora otra que la de mantener ocupado el puesto para el sobrino del patriarca, Cirilo, demasiado joven aún. Veinte años más tarde, sin embargo, la suerte sonrió a Teófilo (385-412). Este sacerdote tan culto como carente de escrúpulos, auténtico faraón de los territorios nilotas, que aspiraba a convertirse en una especie de primado de todo Oriente, consiguió a la sazón y con la ayuda de la corte derribar a Juan Crisóstomo, soberano de la iglesia constantinopolitana, y enviarlo al desierto y a la muerte.