Julio Llamazares - Los viajeros de Madrid
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- Libro:Los viajeros de Madrid
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- Año:2016
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Los viajeros de Madrid: resumen, descripción y anotación
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Los viajeros de Madrid — leer online gratis el libro completo
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Este libro es un ensayo sobre la visión que los viajeros extranjeros ofrecieron de la ciudad y las gentes de Madrid a lo largo de su historia. Entre los seleccionados no están todos los que fueron, pero son todos los que están
©1998, LLamazares, Julio
©1998, Ollero & Ramos
ISBN: 9788478950874
Generado con: QualityEbook v0.84
© JULIO Llamazares, 1998
© Ollero & Ramos, Editores, S. L., 1998
I.S.B.N.: 84 − 7895 − 087 − 7
Depósito legal: B-21.128—
Distribuye: Plaza & Janés, Editores S. A.
PARA DAVID y Alfredo, viajeros en Madrid.
ESTE libro tiene su origen en una serie de artículos que escribí a mediados de los ochenta para un periódico de Madrid. El entusiasmo del editor, junto con la sospecha de que unidos podían ofrecer una lectura literaria, y sobre todo unívoca, al margen de su fragmentariedad, me ha animado a corregirlos y a publicarlos como un ensayo de la visión que los viajeros extranjeros ofrecieron a lo largo de su historia de la ciudad y las gentes de Madrid.
Como se puede ver, entre los seleccionados no están todos los que fueron, que son miles (las crónicas viajeras de Madrid comienzan ya en el siglo XI con el geógrafo árabe Mohamed-Al-Edrisi, quien visitó Madrid, "pequeña villa poblada y castillo fuerte", con ocasión de un viaje a Toledo), pero son todos los que están. Concretamente, treinta viajeros distintos, desde el romano Camilo Borghese, que recaló en Madrid como nuncio del Papa a finales del siglo XVI, hasta el inevitable Hemingway, ya casi en nuestros días. Y, entre los treinta, hay de todo: italianos franceses, ingleses, alemanes, norteamericanos, rusos y, por su profesión o condición, geógrafos, botánicos, diplomáticos, espías, escritores, curiosos y aventureros y hasta vendedores de biblias como Borrow. Entre todos, cada uno a su manera y en su estilo, y sobre todo en su tiempo y de acuerdo a su misión, ofrecen un mosaico de lo que fue Madrid y una lectura histórica curiosa, aunque sólo sea por original, del desarrollo de esta ciudad que, como señalara uno de ellos, a todos se les presentó, después de penosos viajes, "como Palmyra en mitad del desierto".
Entre los treinta, los hay famosos, como Casanova o Dumas, o como el propio León Trotski, que aquí también conoció la cárcel, y los hay menos conocidos, pero no por ello menos importantes. Las impresiones de viajeros cono Ford, o como Joseph Townsend, el inglés que se enamoró del Jardín Botánico, son tan valiosas a la hora de recordar Madrid como la crónica de Davillier o como las pinceladas que del Madrid de la República y la guerra nos dejó Pablo Neruda. Cada uno, al fin y al cabo, sirve de cangilón para el siguiente y todos en conjunto conforman esa noria que es la crónica viajera de extranjeros que pasaron por Madrid.
Por último, quiero señalar, puesto que al César se ha de dar lo que es de él, que, para la selección de los viajeros, me he servido fundamentalmente de dos clásicos de las crónicas de viajes, el famosísimo Viajes por España, de José García Mercadal, y el no menos famoso Los curiosos impertinentes, de Ian Robertson, además de los libros originarios de algunos de los viajeros y de los de las memorias de los que no llegaron a escribirlo expresamente. Y, subrayar también, aunque esto parece obvio, que el libro es un homenaje, modesto pero homenaje, a la ciudad en la que vivo como si fuera un viajero desde hace la mitad de los años que recuerdo.
Julio Llamazares
Madrid, primavera de 1998
CAMILO BORGHESE, miembro de una de las familias romanas más antiguas e influyentes, llegó a Madrid en 1554 y aquí permaneció por espacio de cinco meses como nuncio del papa Clemente VIII. El relato detallista que tanto de Madrid como de la Corte del rey Felipe II trazó el embajador papal adquiere un valor singular por ser seguramente el primero que hizo un extranjero, al menos de forma tan exhaustiva.
Comienza su relato el clérigo Borghese aventurando la primera interpretación toponímica del nombre de Madrid, cuestión todavía no resuelta al día de hoy: "La ciudad de Madrid, denominada de la voz morisca Magerit, que quiere decir lugar de vientos, donde reside la Corte, está situada en el reino de Castilla la Nueva", escribe en su relato.
Pero enseguida se apresura el embajador papal a dejar claro que en Madrid, por los finales del siglo XVI, no todo eran limpios y descontaminantes vientos. Al contrario, "la ciudad es bastante grande, llena de habitantes, que aseguran que componen cincuenta mil fuegos. Hay la calle larga, la cual sería hermosa si no fuese por el fango y las porquerías que tiene. Está situada en colinas y en muchos lugares llena de cuestas. Las casa son malas y feas y hechas casi todas de tierra y, entre las otras imperfecciones, no tiene aceras ni letrinas, por lo que todos hacen sus necesidades en los orinales, los cuales tiran después a la calle, cosa que produce un hedor insoportable, y ha obrado bien la Naturaleza, que en aquella parte las cosas odoríferas están en abundancia, que de otro modo no se podría vivir". Agua va, como se ve, o, lo que es lo mismo, orinal y tente tieso. Por lo que el sorprendido don Camilo nos relata, no era cuestión de escasa menudencia: "Si no se usase diligencia para limpiar frecuentemente la calle no se podría andar, aunque a pesar de eso no es posible andar a pie".
Reparó también el de Su Santidad en las costumbres de vestir de "estos naturales" y, especialmente, en su escasa elegancia comparada sobre todo con la de los romanos: "El vestido de los hombres es la calza entera, casaca y sombrero y ferreruelo, o bien capa y gorra; que después eso sería error en gramática llevar la birreta y el ferreruelo. Cuyo vestido ciertamente sería bello si la calza no fuese tan larga de corte, que la hace desproporcionada, y algunos, pero pocos, llevan calzones a la sevillana, que dicen gregüescos, con los cuales no llevan capa ni gorra, sino ferreruelo y sombrero."
Las madrileñas no quedan mejor paradas que los hombres: "Las mujeres visten generalmente de negro, como también los hombres, y alrededor de la cara llevan un velo, como las religiosas, usando en la cabeza todo el manto, el cual llevan de tal modo sobre la cara que apenas se las ve, pero si no fuera por la pragmática que el Rey ha dado sobre esto andarían cubiertas del todo, como hacían pocos años atrás. Y cuando no llevan dicho velo por la cara se ponen collares con gorgueras grandísimas; usando todas las mujeres comúnmente los afeites, con ellos alteran su tez morena por naturaleza y tantos se ponen que parecen propiamente pintadas. Son por naturaleza pequeñas, pero llevan tacones, que llaman chapines, tan altos que se hacen altas. De donde se puede decir que en España todas las mujeres llevan la cara de un color y son altas del mismo modo." Curiosa observación que se completa, por si les faltara algo, con la desfachatez y falta de recato que el nuncio advierte en ellas: "Son por naturaleza descaradas, presuntuosas e inoportunas, que aunque por la calle se pongan a hablar con los hombres, aunque no los conozcan, tienen como una especie de herejía en el que se los presenten. Admiten toda clase de hombres en sus conversaciones. Pero aquello que es mayor descaro es que, aunque se trate de cosa poco honesta, no por eso se escandalizan, y si no contestan, por lo menos se excusan de no poder hacerlo".
Y, para ilustrar lo dicho, Borghese cuenta una curiosa anécdota: "Un día cuatro de nosotros, yendo de paseo por la orilla del río, vimos a una mujer en el agua, que no tenía otra cosa más que un jubón y la camisa, la cual había sacado la pierna y enseñaba francamente un pecho.
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