Kurt Leonhard - Dante
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- Libro:Dante
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1984
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Dante: resumen, descripción y anotación
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No son muchos los datos que se conocen de la vida del gran poeta italiano Dante Alighieri, y respecto a algunos de ellos a veces resulta difícil separar los hechos históricos de las múltiples leyendas que rodean su figura. Nacido en Florencia en 1265, pertenecía a una familia noble venida a menos y partidaria de los güelfos. Probablemente, cursó estudios de filosofía y retórica, y trabó amistad con Guido Cavalcanti y otros poetas del dolce stil nuovo. Su amor por Beatriz Portinari y el desconsuelo que le produjo su temprana muerte quedaron plasmados, en forma de relato poético, en la Vita Nuova, obra eminentemente juvenil, al igual que otras composiciones agrupadas más tarde en las Rime. En fecha desconocida, contrajo matrimonio con Gemma Donati, con la que tuvo varios hijos. A partir de 1295, Dante participó activamente en las controversias políticas de la época oponiéndose a las directrices teocráticas del papa Bonifacio VIII, actitud por la cual, tras diversas vicisitudes, fue condenado a la hoguera.
El poeta inició entonces un doloroso exilio que duró el resto de su vida y le llevó a Verona, Lunigiana, Lucca y otras poblaciones italianas, siempre en busca de protector. Hacia 1307 empezó a componer la Commedia —más tarde calificada de Divina—, su obra más importante y una de las cimas de la literatura universal. Escribió también un tratado en prosa sobre el saber medieval (Convivio), un compendio de sus ideas políticas (Monarchia) y una obra en latín sobre la importancia de la lengua vulgar (De vulgare eloquentia). En 1318 se instaló en Ravena, ciudad en la que murió tres años más tarde.
Detalle del cuadro titulado Dante y su poema, obra de Domenico di Francesco, llamado Michelmo. Catedral de Florencia.
Dante, escriba de Dios y de la historia
por Ángel Crespo
En el transcurso de unos pocos años, la Comedia de Dante Alighieri se ha convertido —de casi olvidada que la tenían— en uno de los libros poéticos más frecuentados por los lectores de expresión castellana. Podría decirse, recordando la malintencionada agudeza de Voltaire, que Dante era considerado como un gran poeta porque no se leían sus obras. La Comedia era objeto, eso sí, de una curiosidad que pronto se veía defraudada por la lectura de sus prosificaciones y por la de las traducciones en verso hechas el siglo pasado, sobre las que pesaban viejos y nuevos prejuicios y —¿por qué no decirlo?— la marginalidad literaria de sus autores. Que aquel estado de cosas ha empezado a cambiar de forma casi espectacular, es algo que demuestra la presencia del poema al que su autor llamó sacro, tanto en las obras de algunos de nuestros más avisados narradores y ensayistas como en el influjo —no por sutil y bien asimilado menos evidente— que sus recursos alegóricos, metafóricos y estilísticos en general han empezado a ejercer en nuestra expresión lírica.
Dada la situación a que acabo de referirme, nada parece tan oportuno como la publicación en español de obras como la presente biografía del Alighieri escrita por Kurt Leonhard, en la que el trabajo del historiador es apoyado y justificado por el del crítico literario y por el del estudioso de la historia de las ideas.
Después de un eclipse prácticamente total, que se inició con la transición del periodo humanista al renacentista y duró hasta los albores del romanticismo, Dante y su obra han sido objeto de las más diferentes, contradictorias y a veces extravagantes interpretaciones. Desde la aceptación de la teoría de Vico, según la cual el autor de la Comedia sería un poeta bárbaro de poderosa garra épico-heroica, hasta los escritos en que Gabriele Rossetti le presentó, a principios del siglo XIX, como a un sutil y cultísimo hereje, ha habido interpretaciones del poeta y de su obra aptas para todos los gustos y disgustos. Casi todas ellas han pecado de unilaterales y, lo que es más notable, de entusiastas, pues parece como si la apasionada pero —no lo olvidemos— contenida inspiración del florentino hubiera contagiado su pasión a quienes trataban de interpretar su escritura, pero sin transmitirles al mismo tiempo su sentido de la medida y del equilibrio. Así, Dante ha sido considerado por sus biógrafos e intérpretes como un activista político —reaccionario o revolucionario, según el punto de vista de cada uno de ellos—, como un teólogo que escribió en olor de santidad, como uno de los precursores del protestantismo, como un filósofo de indudable originalidad, como un historiador y como un profeta, a más de cinco siglos vista, de la unidad nacional italiana. Y también como un crítico literario y como el verdadero fundador de la lingüística moderna. De casi todo esto, y de algunas cosas más, hay muestras en la variada, aunque no demasiado extensa, obra dantesca que ha llegado hasta nosotros, pero nada de ello es capaz de definir, considerado aisladamente, la genial complejidad del hombre y de su obra.
Últimamente, las cosas han empezado a cambiar y se nos ha hecho más posible a sus estudiosos conducir por mejores aguas —como dice el poeta en los primeros versos del Purgatorio— la barca de nuestro ingenio. Se ha dejado, en efecto, de discutir cuestiones ociosas, hijas en muchos casos de un conocimiento de la época de Dante menos profundo que el actual, y se ha comenzado a estudiar, a la luz de ciertos trabajos excepcionales —entre los que quiero destacar los debidos a Singleton, Auerbach, Contini, Marti y Sarolli, sin olvidar a pioneros del actual dantismo tan importantes como Barbi, nuestro Asín Palacios, Nardi y tantos otros— se ha comenzado a estudiar, decía, una serie de cuestiones con las que se pretende iluminar, a su vez, los aspectos de Dante y su obra más íntimamente relacionados con lo que más debe importar de ella: su calidad poética, la cual, como muy justamente denuncia Leonhard, ha sido demasiado descuidada por las sucesivas promociones de estudiosos del poeta.
No es que piense que los estudios en tomo a los conocimientos teológicos, filosóficos, astronómicos, cronológicos, embriológicos, y mucho menos sobre los gramaticales, retóricos y humanísticos en general de Dante, hayan sido o puedan ser ociosos en el futuro, sino que con demasiada frecuencia se ha olvidado, al realizarlos, que su fin último y verdadero no debió ser otro que el de confluir, no sólo en la interpretación de una obra poética excepcional, sino también en una fruición lo más intensa posible por parte de sus lectores.
Kurt Leonhard envereda —gracias a sus profundos conocimientos de la literatura de Dante y sobre Dante— por el camino menos expuesto a extravíos en la selva oscura —y a veces salvaje— de la interpretación, empezando por reconocer la escasez de documentos relativos a la vida del florentino, así como lo aventurado y gratuito del planteamiento a toda costa de hipótesis, y remitiéndose al texto de la Comedia —y, de manera más o menos subsidiaria, a los de la Vida Nueva y otras obras dantescas— como documentos auténticos en los que el autor ha consignado datos biográficos suficientes para la interpretación de su poesía. Partiendo de este presupuesto, y sin despreciar otras fuentes de información, biografía e interpretación crítica forman un todo armónicamente compuesto que invita a la lectura de la obra, dejando de lado hipótesis arriesgadas e inútiles virtuosismos exegéticos.
Por mi parte, no creo del todo inoportuno tratar aquí de unas cuantas cuestiones que, refiriéndose más o menos directamente a las estudiadas por Leonhard, puedan despertar el interés de los lectores por los últimos logros de la crítica en tomo a la poesía del gran desterrado.
El acento profético de las obras de Dante es algo que ya advirtió su contemporáneo Villani, el famoso historiador de Florencia, y que influyó en no escasa medida en el comentario que Boccaccio comenzó, y no terminó, de la
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