En 1957 el joven Kurt divisa por primera vez el K2 desde la base del Broad Peak. A partir de entonces, toda su vida gira en torno a la magia del Chogori. Tras algunos intentos frustrados, vuelve en 1986 junto con Julie Tullis con la esperanza de poder finalmente alcanzar la cima.
Pero 1986 es un año trágico en el K2. Una inesperada tormenta atrapa a siete personas a ocho mil metros de altitud durante varios días. Kurt y Julie, tras cumplir su sueño de pisar la cumbre que habían anhelado durante años, luchan por sus vidas en un combate desigual contra las fuerzas de la naturaleza. Tras un trágico descenso, tan solo dos personas, Kurt y Willy Bauer, alcanzan el campo base, logrando de forma asombrosa sobrevivir a la ira de la montaña.
Kurt Diemberger
K2. El nudo infinito
ePub r1.0
akilino 11.07.14
Título original: K2 Traum und Schicksal
Kurt Diemberger, 1990
Traducción: Nacho de la Serna
Editor digital: akilino
Segundo editor: JeSsE
Corrección de erratas: Matt
ePub base r1.1
A Julie
y a todos aquéllos
que se acercan
a las grandes montañas
Prefacio a la nueva edición
El K2… Han pasado casi dos decenios desde que el K2 apareció por primera vez ante nosotros —ante mis ojos y los de Julie—. Diecisiete años desde que empezó lo que después llamaría «El nudo infinito»: un vínculo mágico que nos habría unido indisolublemente a esta poderosa cima para no dejarnos nunca más.
Todavía hoy si veo el K2 experimento la misma sensación, la tensión inexplicable que nos invadía, que nos atenazaba a Julie y a mí, maravillados ante el grande y fascinante cristal proyectado hacia el cielo, hasta alcanzarlo, hasta tocarlo…
La montaña de nuestros sueños: estar en la cumbre y rozar el azul del cielo. Un sueño imposible. El K2 es definido a menudo como la «montaña salvaje» y en realidad si se intenta subirlo, lo que sucede, la mayoría de las veces, es que se topa con una ventisca.
El K2 nos obsesionaba. Durante la aproximación, cuando intentábamos alcanzar nuestra montaña por tercera vez, Julie consiguió expresar nuestro estado de ánimo: «K2…, K2…, el nombre marca cada paso. ¡K2…, K2…, qué nombre más estúpido para una montaña tan grandiosa! Intento eliminar el eco pensando en la familia y en la casa que se encuentran a medio mundo de distancia. Pero el estribillo reaparece a cada momento y el encanto vuelve a empezar, casi obsesivo, como pasa desde hace muchos años… Alguien puede pensar que es una locura amar hasta tal punto una montaña. Pero el K2 es una montaña especial». Cuando alcanzamos el circo Concordia y reapareció ante nuestros ojos el K2 sobre las enormes pendientes de hielo, la alegría nos colmó el corazón. Volvíamos a estar en casa.
Me es difícil explicar por qué el Chogori —la «Gran Montaña» según el nombre local, antes de que prevaleciese internacionalmente la denominación cartográfica inglesa— había supuesto para mí, desde siempre, un significado particular. Ya en 1970, apenas acabado mi primer libro Entre cero y ocho mil metros formulé un deseo: «Dame la justa medida para lo que haga». No sé por qué —quizá por una intuición— escribí estas palabras sobre la blanca superficie de la nieve en una gran fotografía que tengo colgada en la pared de mi casa de Salzburgo. Sobre el nevero se yergue el K2. Tan alto como el cielo. ¿Pero dónde está la medida? ¿Era para esto, para encontrarla, por lo que nos movíamos Julie y yo?
La mayoría de las veces es cuestión de suerte. En 1986 Julie y yo teníamos todas las cartas para conseguirlo. Estábamos bien aclimatados, ni en altura sufríamos dolores de cabeza, pero evidentemente aquél era un año equivocado, por causas ajenas que intento analizar detalladamente en este libro. La ascensión terminó en tragedia, pero ni siquiera años de elucubraciones pueden cambiar la complejidad de la reacción en cadena que empezó con una fatal avalancha…
La tragedia, sin embargo, no había acabado todavía. Muchos de los supervivientes del «Verano negro» del K2 murieron en los años siguientes en la montaña: Jerzy Kukuczka, Wanda Rutkiewicz, Gianni Calcagno y Tullio Vidoni, Michel Parmentier…, como si el negro hechizo quisiera continuar. En ningún caso tiene sentido confrontar ésta con las tragedias del Everest descritas por Jon Krakauer y Anatoli Bukreev… En el K2 no hubo víctimas por falta de experiencia o por competición, aunque se cometieran algunos errores.
Esta montaña es una de las más peligrosas del mundo. Hasta hoy los alpinistas que han alcanzado la cima son 175, y 49 han pagado con la vida su sueño. En el Everest en cambio, las ascensiones han sobrepasado por mucho el millar, y las víctimas se sitúan por encima de los 150. Cuánto y cómo varía el factor de riesgo en el curso de las dos ascensiones emerge en la estadística compilada por Xavier Eguskitza y Raymond B. Huey relativa al período desde el 1978 al 1999 en el Everest, y del 1978 al 1997 en el K2 (ya que nadie subió a este último ni el 1998, ni en el 1999): «En el período en cuestión, en el Everest hubo un muerto, durante el descenso, de cada 29 alpinistas que alcanzaron la cima (3,4%). En el K2, en cambio, fue uno de cada 7 (13,4%). Desgraciadamente la mala fama del K2 no ha sido una invención». Los datos hablan claro sobre el riesgo que corre quien quiere realizar el mismo sueño.
En las páginas siguientes el lector podrá seguir paso a paso el desarrollo de la fatal reacción en cadena culminada en el hombro del K2, a 8000 metros, en una trampa mortal que ha causado la muerte de cinco personas, y quizá esta tentativa de análisis podrá ser de ayuda a alguien para evitar la repetición de los fatales errores.
La montaña no quiere la muerte de quien ha venido a subirla. Es el alpinista que se relaciona con ésta, que determina en buena parte su suerte cuando intenta realizar su sueño, un juego peligroso que se sitúa en el límite entre riesgo, experiencia y destino.
Bologna, agosto de 2000
Kurt Diemberger
Agradecimientos
Que un libro sea bueno no depende sólo de que el autor escriba bien. Debe nacer de una convicción profunda, de un compromiso hacia ti mismo y hacia los demás. No quiero comenzar este libro sin recordar a Julie y su deseo de transmitir siempre a los demás lo que estábamos viviendo y su sentido. Al escribirlo he intentado hacer realidad esta ilusión. Quizás era también una manera de continuar con nuestro «Highest Film Team» y una firme necesidad nacida durante el solitario descenso del espolón de los Abruzos después de la tormenta mortal. De esta manera tanto la montaña como nuestro pensamiento quedarán en estas páginas…
Cuando hace muchos años José Manuel Anglada escribió el prólogo de mi primer libro, Entre cero y ocho mil metros, nunca pensamos que después del gran éxito que tuvo tardaría tanto en escribir otros. Pero este relato sobre «El nudo infinito», el sueño y el destino en el K2, no es sólo un libro de montaña sino un trozo de mi propia vida…
«Anything is possible», solía decir Julie; todo es posible. Ella tenía una gran voluntad, era positiva y muy activa. Formando «el equipo de filmación más alto del mundo» trabajábamos magníficamente, a veces por encima de los ocho mil metros. Y también escuchábamos, silenciosamente, las voces de la montaña, de las torres de hielo, de las nubes, y comprendimos también que es necesario defender este mundo contra el desgaste que produce la civilización, dejando salvaje un último reino de fantasía. Por eso me siento identificado con «Mountain Wilderness» en su defensa de las montañas del mundo, y especialmente las de España. Me preocupa la preservación de sus magníficos parajes del Pirineo y, sobre todo, de ese otro salvaje macizo que está tanto en mi corazón como en el de mis amigos del «Colectivo montañero para la defensa de los Picos de Europa».