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Juan Valera - Historia General de España - XXI

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Juan Valera Historia General de España - XXI
  • Libro:
    Historia General de España - XXI
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    ePubLibre
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    1887
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Historia General de España - XXI: resumen, descripción y anotación

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Modesto Lafuente fallece en Madrid el 25 de octubre de 1866 finalizando su - photo 1

Modesto Lafuente fallece en Madrid el 25 de octubre de 1866, finalizando su aportación a la Historia General de España (1850-1867) con la muerte de Fernando VII. A partir de este momento es D. Juan Valera quien se hace cargo de la obra (1887-1890), que continuara hasta el fallecimiento de Alfonso XII en 1885.

El volumen vigésimo primero abarca desde el ministerio de Isturiz en 1836 hasta la firma del Convenio de Vergara que pone fin a la Primera Guerra Carlista en 1839.

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Título original Historia General de España - XXI Juan Valera 1887 Retoque de - photo 3

Título original: Historia General de España - XXI

Juan Valera, 1887

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Editor digital: pipatapalo

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CAPÍTULO III EL CONVENIO DE VERGARA Apertura de la campaña del NorteAvance de - photo 4

CAPÍTULO III

EL CONVENIO DE VERGARA

Apertura de la campaña del Norte.—Avance de Espartero.—Crisis interior en el campo carlista.—Negociaciones entre Espartero y Maroto.—Quiere Maroto interesar a don Carlos en las negociaciones de paz.—Ruptura de Maroto con don Carlos.—Preliminares del convenio.—Convenio de Vergara.—Proposiciones de la Francia y de Inglaterra.

Ínterin el general de don Carlos encubría bajo las apariencias de una confianza, de que tan lejos se hallaba, las incertidumbres que asaltaban su atribulado espíritu. Espartero, que ya veía claramente el camino que debía conducirle al suspirado término de la guerra en el Norte, se adelantaba por el llano de Álava, operando de manera que flanqueaba las posiciones del enemigo, obligándole a abandonar puntos estratégicos, como lo era el fuerte de Arroyabe. Inmediatamente después adelantóse a Villarreal, de cuyo punto se hizo dueño, como igualmente del territorio que había formado la segunda línea del enemigo. El vigor de los movimientos de Espartero revelaba su pensamiento de no dar tregua a Maroto, obligándole a entrar de lleno en las comenzadas negociaciones, a las que convidaban las demostraciones que en favor de la paz se manifestaban entre los voluntarios.

Para dar mayor estímulo en el país a este mismo espíritu, dio Espartero, el 9 de julio, en Amurrio un bando rigorosamente prohibitivo de todo tráfico con el territorio enemigo, y, partiendo en seguida de Urbina, atacaba y tomaba a Urquiola, que evacuaba el conde de Negri, abandonando la artillería y abundantes víveres y municiones.

El 22 de julio era el caudillo de la reina dueño de Durango, cuya posesión conmemoró publicando una elaborada orden del día que trazaba la historia de su victoriosa campaña; ostentaba la superioridad de elementos con que contaba para el triunfo, y procuraba disuadir a los contrarios de perseverar en una lucha para ellos sin éxito posible.

Continuó Espartero operando en dirección de la llanada de Álava, obligando con su marcha al enemigo a irle cediendo terreno. Maroto había escogido el punto de Areta, como posición bastante fuerte, para haber opuesto en ella una poderosa resistencia al avance de su enemigo, pero vióse frustrado en su designio por los movimientos de los generales Castañeda y Arechavala, los que, siguiendo las órdenes de Espartero, amenazaban envolver la posición de Areta, que se apresuró Maroto a evacuar, sacrificando parte de su artillería.

Nuevamente quiso Espartero dirigir su voz a los que tenía mayor interés en atraer que en vencer a campo raso, y lo ejecutó por medio de una proclama, en la que ofrecía buena acogida y positivas ventajas a los que depusieron las armas. No podía Maroto dejar sin respuesta la seductora alocución, y diósela el mismo día 23 en Elorrio, contradiciendo los anuncios de transacción y excitando a los suyos a resistir enérgicamente los progresos del enemigo. Pero comenzaba entonces en el campo carlista el desconcierto que veremos ir cundiendo a paso de gigante, dando ocasión a que alternasen en el cuartel general de ambos caudillos las probabilidades o la lontananza de llegar a términos de avenencia; alternativa que inmediatamente influía en las operaciones de guerra, inspiradas de parte de Espartero por el interés de apurar a Maroto para mejor obligarlo a rendirse; al paso que el último lo tenía en ganar tiempo para robustecer entre los suyos los elementos pacíficos y atraer la mediación de la Francia, vivamente anhelada por el general de don Carlos.

Siguiendo las instrucciones que se le prescribían de apurar a Elío en Navarra, para que no pudiese distraer fuerzas contra los batallones pronunciados contra Maroto, el general don Diego León provocó las acciones de Cirauqui y Mañeru, más sangrientas que decisivas, en las que, como de costumbre, se distinguió el general don Manuel de la Concha, herido en una de ellas. El resultado más ostensible de aquellas operaciones lo fue la quema y tala de las mieses de Navarra, en ejecución de las severísimas órdenes de cuyo cumplimiento se hallaba encargado el general León.

Comenzó entonces, para no cesar hasta que llegó a ser un hecho la conclusión del convenio de Vergara, una serie de planes y de intrigas en el campo carlista, que por lo multiplicados, varios y encontrados que fueron, ofrecería su detenido relato un cuadro a la vez interesante y confuso. La mejor manera de ver algo claro en medio de la maraña de pormenores y menudencias que complican la sorda lucha entablada y seguida entre el cuartel real y el cuartel general, de cuyos respectivos centros se desprendieron ramificaciones que hacen todavía más confuso el laberinto que constituyó la atmósfera de los últimos meses del efímero y problemático reinado de don Carlos, será la de darnos cuenta de las causas y móviles que influyeron en los sucesos que vamos a ver irse desarrollando.

Entraba por mucho, y fue sin duda la principal causa que precipitó el próximo desenlace, el que las tres provincias hermanas se hallasen cansadas, esquilmadas y extenuadas por efecto de haber estado alimentando durante seis años 30,000 combatientes y 2,000 parásitos. Falseaba grandemente además la situación del campo enemigo el antagonismo existente entre navarros y castellanos, entre vascongados y ojalateros. Desde antes de los fusilamientos de Estella hemos visto que transigentes e intransigentes, camarilleros y marotistas, se lanzaban unos contra otros amenazas de muerte, que no cesaron de reproducirse después de la hecatombe de Estella, en términos que, aun después de reconciliados, en la apariencia al menos, don Carlos y Maroto, siempre estuvieron recelando traición los afiliados en uno y otro bando.

Haciendo diversión a las excentricidades emanadas de los antedichos abigarrados centros, habíase creado en el real de don Carlos un círculo, llamado de los políticos, que presidía Fr. Cirilo Alameda, y del que formaban parte Ramírez de la Piscina, Madrazo Escalera y otros, autores de planes que no llegaron a realizarse, pero que complicaron los sucesos dentro del campo carlista y privaron a la causa de poder aspirar a otro desenlace que el de deponer las armas, como lo hizo Maroto en Vergara, o ser vencida por la fuerza, como lo fue finalmente en Aragón y Cataluña, no obstante la obstinada y gallarda resistencia de Cabrera.

Por efecto de las divisiones a las que acabamos de hacer referencia, eran tantos los síntomas de hostilidad contra Maroto que circulaban en el mismo territorio de su mando; tan violentos y multiplicados los folletos y libelos contra él publicados; tan vehementes las sospechas del general contra los que rodeaban a don Carlos, no obstante que eran sus hechuras en gran parte, que no pudo contener su resentimiento, haciendo llegar sus quejas al príncipe en términos tan expresivos y exigentes, que el último se vio obligado a consentir en que su ministro Ramírez de lá Piscina diese a luz una circular contra los autores de folletos y de toda clase de actos y manifestaciones contrarias a la confianza que el monarca decía tener depositada en su general en jefe. La esencia de aquella situación abigarrada podía traducirse en la extraña, pero exacta sentencia de que don Carlos estaba en manos de Maroto, sin que este supiese lo que había de hacer con el príncipe ni con su bandera. Corrobora esta opinión lo que es sabido respecto a cómo pensaba Maroto en aquellos días, habiéndose hecho pública una carta que escribía al alemán Méyer, su particular amigo, en la que se lamentaba el general de

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