Juan Carlos Monedero - Los nuevos disfraces del Leviatán
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- Libro:Los nuevos disfraces del Leviatán
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2017
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Los nuevos disfraces del Leviatán: resumen, descripción y anotación
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No hubiera escrito este libro si Tomás Rodríguez, de Ediciones Akal, no me hubiera azuzado los caballos con la urgencia de una carencia bibliográfica sobre el Estado en el neoliberalismo. Debiéramos cuidar a los buenos editores como especies en extinción.
Que los alumnos cada año reclamen nuevas respuestas no permite que echemos la manta en el suelo y nos pongamos a dormir. Son, sin duda, lo mejor de la Universidad. Su interés es auténtico y su desinterés genuino.
Cruzar cada semana las ideas en el diario Público.es, y acudir a la televisión con En La Frontera y las Mañanas de Cuatro, me obliga a tener siempre un cable a tierra. Cualquier análisis del más sesudo de los politólogos se tiene que traducir en un hecho concreto que afecta a una persona de carne y hueso en un momento dado.
Decía Simón Rodríguez que hay tres tipos de maestros: «Unos, que se proponen ostentar sabiduría, no enseñar. Otros, que quieren enseñar tanto que confunden al discípulo. Y otros, que se ponen al alcance de todos, consultando las capacidades». Es evidente que nuestra intención va por la última de las posibilidades. Enfrentar un libro sobre el Estado con la voluntad de llegar a las mayorías sin rebajar el rigor no es sencillo. El Estado siempre está rodeándonos. Toda la gente que ha acompañado este libro se relaciona de una forma u otra con el Estado. Odiándolo o pensándolo como una herramienta que quizá sea útil. El Estado puede indignarnos o emocionarnos. Nos ha dado becas y nos ha castigado. Nos permite pensar horizontes luminosos y nos conduce a los calabozos de la desesperanza. A la generación de mi hermano mayor se la llevó la heroína y el Estado lo permitió. Cosas de la democracia recién recuperada.
He visto a la policía en América Latina entrar en las favelas disparando primero y preguntando después. También a jueces en España llorando porque otros jueces han ayudado a mafiosos, a corruptos y a ladrones. He visto al Estado subiendo el IVA al pan y haciendo amnistías fiscales a millonarios. He hablado con responsables políticos que tienen el cinismo como único argumento y dedican su esfuerzo a legislar para los poderosos. El Estado, siempre, es parte del problema y de la solución. No hay nadie que no sepa algo de él ni casi nadie que pueda explicarlo de manera sencilla. Es difícil hablar con objetividad acerca de algo sobre lo que cada cual tiene una opinión.
Antonio Gramsci, Michel Foucault, Bob Jessop, Boaventura de Sousa Santos, Álvaro García Linera, Christian Laval, Pierre Dardot y Nancy Fraser son fuentes inagotables de este trabajo. Con Jessop, Santos y García Linera he podido discutir con mayor o menor intensidad sobre el Estado, desde la teoría y desde la práctica. Estas tres personas están presentes en cada línea de este libro. Y con ellos, en su diálogo permanente, Marx, Gramsci, Zavaleta, Mariátegui, Poulantzas, Foucault, Benjamin…
Al igual que Boaventura de Sousa Santos con Portugal, entiendo que soy de un país semiperiférico —en mi caso España—, que he podido entender la complejidad de la política pasando por el centro (en mi caso Alemania) y he completado el viaje viviendo en la periferia, esto es, siguiendo los criterios del sistema mundo, en América Latina. No como turista ni como viajero, sino implicándome en la posibilidad de superar el modelo neoliberal que produce pobres reales. Cada párrafo que he escrito lo he cruzado con una pregunta: ¿esto se puede hacer si gobiernas?
Este libro bebe de muchas obras anteriores que han ido brindando paso a paso este resultado final. Empezó con un número especial de la extinta revista Zona Abierta titulado Estado nacional, mundialización y ciudadanía (Zona Abierta 92/93 [2000]). Luego lo actualicé con el título Cansancio del Leviatán (Madrid, Trotta, 2003). La obra de Boaventura de Sousa Santos ha sido esencial en este recorrido, en especial la introducción a su obra que publiqué con el título «Conciencia de frontera: el pensamiento social posmoderno de Boaventura de Sousa Santos» (introducción a la primera edición de Boaventura de Sousa Santos, El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política, Madrid, Trotta, 2005). Tengo a Santos por mi maestro y su pensamiento atraviesa todo lo que escribo. Si vamos sobre hombros de gigantes, es mi gigante.
Igualmente han sido esenciales las dos ediciones —y sus respectivas introducciones— de la versión en castellano de dos de las principales obras de Bob Jessop. La primera introducción la titulé «El Estado como relación social: la recuperación de un concepto politológico del Estado» (en Robert Jessop, El futuro del Estado capitalista, Madrid, La Catarata, 2008); la segunda, «Los laberintos de Borges y la imposibilidad de una teoría del Estado» (en Bob Jessop, El Estado: pasado, presente, futuro, Madrid, La Catarata, 2017). Mi mirada sobre el Estado bebe esencialmente del trabajo de Jessop. Su generosidad y su rigor son dos exigentes compañeros para hablar de algo tan complejo y complicado. Poder debatir con Jessop es interrogar a lo más lúcido y sensible de la academia anglosajona. Mi experiencia también ayuda. Veinte años explicando en la Universidad Complutense de Madrid la asignatura Teoría del Estado y Teoría crítica del Estado han hecho el resto. Si no puedes poner un ejemplo, a lo mejor es que no lo has entendido. Contra los heraldos de lo abstracto.
Nunca hubiera leído igual la Teoría del Estado de no haber tenido la posibilidad de vivir en primera persona y desde las cocinas del Estado el nacimiento de los gobiernos del cambio latinoamericanos —hoy asediados o desmantelados— y también gracias a la experiencia política del 15M, a la formación de Podemos y a la amable atención recibida por los partidos del régimen del 78 y sus cancerberos mediáticos. Hay cosas que se entienden mejor cuando te persiguen. He aprendido que los que habitan el Estado desde los partidos señalan, y los medios de comunicación disparan. Luego intenta el mismo Estado terminar la tarea de una manera aséptica, porque los medios de comunicación han establecido ya la culpabilidad social del «enemigo público». Hasta que la gente deja de creer a unos y a otros. Hoy, los Parlamentos son los medios, y los medios son también los verdugos, y con frecuencia la oposición. Los medios ya no se explican desde el periodismo sino desde la ciencia política.
Las alternativas emancipatorias siempre tienen su primera prueba de fuego en un buen diagnóstico. He podido contrastar ideas con los profesores y activistas que pusieron en marcha el 15M y Podemos. De la misma manera, la experiencia de gobiernos alternativos en ayuntamientos y comunidades autónomas de España ha sido otra fuente esencial de aprendizaje, de contraste, del ir y venir de las ideas a los hechos y de los hechos a las ideas.
La honestidad, perspicacia y compromiso de Laura Gómez dan mucha luz a las conclusiones de este libro y a las ganas de haberme sentado a escribirlo como una forma de continuar el compromiso con los otros. Gracias por recordarme siempre los «afueras».
El Estado es capaz de mucho dolor y es la herramienta para transformar las cosas. Pienso el Estado y pienso en el narcoestado colombiano con Uribe y con Santos, y también en la gente de la sociedad civil que conozco que enfrenta esa violencia y que se deja, literalmente, la vida sin perder el amor por la vida. Pienso en el Estado y pienso en las usurpaciones de la voluntad popular del PAN y del PRI en México, y la gente que no acepta el statu quo también ahí jugándose la vida (quiero seguir viendo cada vez que vaya a México a la periodista Carmen Aristegui y a toda la gente que salió a la calle a hacer lo que no hacía el Estado cuando el último terremoto). Pienso el Estado y pienso en los amigos israelíes y palestinos que confrontan el sionismo de Israel. Los judíos que sufrieron el Holocausto parecen haber aprendido poco cuando ejecutan palestinos. Pienso en Venezuela y pienso en los lastres de la cultura rentista y la ausencia de Estado, y también en la fortaleza de un pueblo —donde tengo tantos amigos que no terminaría de citar—, que, pese a las muchas dificultades, sabe que fue con Chávez que empezó a ser tratado como persona y también que fue la primera vez que se sintió orgulloso de su país. Pienso el Estado y regreso a Perugia, con lo mejor de la politología italiana, en esa ciudad subterránea enterrada por un papa que recuerda el poder de la Iglesia y los problemas de no atrevernos a pensarnos sin motores inmóviles y eternos. Pienso el Estado y recuerdo en un viaje a Nueva York, invitado por Naciones Unidas, una charla en Harlem con negros cuya esperanza de vida era quince o veinte años menor que la de la gente de Manhattan. Recuerdo los tres años largos en Alemania, donde entendí lo que distingue a una esfera pública virtuosa —donde lo de todos se cuida entre todos— de una esfera pública inexistente —un espacio en el que cabe también España— donde lo de todos es del primero que pueda quedárselo. He aprendido en mi país —no en los libros— que lo que diferencia a una persona progresista de una persona conservadora no está en sus lecturas y, a menudo, tampoco en sus ideas, sino en su confianza en los demás. Lo he aprendido en el 15M, en las luchas internas en Podemos, en las marchas de la dignidad, en la generosidad en un momento difícil en el cual España tenía y tiene que discutir su herida territorial. Lo he aprendido en el Brasil que resiste al golpe parlamentario contra Dilma Rousseff por parte de un Parlamento corrupto.
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