Juan Carlos Monedero
La izquierda que asaltó
el algoritmo
FRATERNIDAD Y DIGNA RABIA EN TIEMPOS DEL BIG DATA
SERIE ¿QUÉ ES SER DE IZQUIERDAS (HOY)?
DISEÑO DE CUBIERTA: PABLO NANCLARES
© JUAN CARLOS MONEDERO, 2018
© LOS LIBROS DE LA CATARATA, 2018
FUENCARRAL, 70
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LA IZQUIERDA QUE ASALTÓ EL ALGORITMO.
FRATERNIDAD Y DIGNA RABIA EN TIEMPOS DEL BIG DATA
ISBN: 978-84-9097-553-4
E-ISBN: 978-84-9097-550-3
DEPÓSITO LEGAL: M-33.417-2018
IBIC: JPF
ESTE LIBRO HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENCIÓN DE LOS EDITORES ES QUE SEA UTILIZADO LO MÁS AMPLIAMENTE POSIBLE, QUE SEAN ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMITIR LA EDICIÓN DE OTROS NUEVOS Y QUE, DE REPRODUCIR PARTES, SE HAGA CONSTAR EL TÍTULO Y LA AUTORÍA.
CAPÍTULO 1
HUMPHREY BOGART EN PEKÍN, TONY BLAIR EN BAGDAD Y FELIPE GONZÁLEZ EN UN YATE: LA IZQUIERDA COMO CARICATURA DE LA IZQUIERDA
Nosotros y los nuestros, todos hermanos nacidos de una sola madre, no creemos que seamos esclavos ni amos unos de otros, sino que la igualdad de nacimiento según naturaleza nos fuerza a buscar una igualdad política según ley, y a no ceder entre nosotros ante ninguna cosa sino ante la opinión de la virtud y la sensatez.
ASPASIA (siglo V a. C.)
Porque no tienen sino un Padre, que es Dios, ustedes son todos hermanos.
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 23, 8-9
Alle Menschen werden Brüder!
(¡Todos los seres humanos serán hermanos!).
FRIEDRICH SCHILLER, Oda a la alegría
[…] esa generosa embriaguez de fraternidad.
KARL MARX ( fraternamente )
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948)
LA IZQUIERDA HA MUERTO, ¡VIVA LA IZQUIERDA!
Si fuera cierto que “la izquierda” ha muerto, ¿cuál es el sujeto que ha muerto con ella? ¿Se han muerto acaso los trabajadores? ¿Se han muerto quizá los desiguales? ¿Se han muerto las mujeres, los colonizados, los condenados de la tierra ? ¿Se han muerto antes de tiempo los ancianos? ¿Se han muerto fulminados por un rayo los que recrean sexualidades desatentas con la reproducción? ¿Se han muerto todos los patitos feos del mundo? ¿Se han muerto los que quieren darle sentido a este breve tiempo en el que vamos a estar aquí? ¿Significa la muerte de la izquierda que también han desaparecido los que dinamitan la convivencia, los explotadores, los invasores, los maltratadores, los abusadores, los tramposos, los sin escrúpulos, los egoístas, los autoritarios, los sectarios, los cobardes, los integristas, los que mercantilizan la vida, los que solo tienen manos y ojos para ver y tocar negocios y mercancías? No le faltaba razón a Francis Fukuyama cuando escribió El fin de la historia al filo de la caída de la URSS. Fue un ensayo muy insultado, pero acertó en definir el momento. La gente descontenta con su suerte se quedó sin palabras para explicarse a sí misma lo que le pasaba. Si el pasado era oscuro y el futuro ya estaba aquí, solo quedaba vivir en el presente. Quizá el libro más poderoso que robaron los vencedores fue el diccionario. Ahora que los diccionarios están en internet, la izquierda tiene que pasar pantalla.
Una parte de la gente que ha votado a Trump en Estados Unidos, de esa gente que vota a la extrema derecha en Europa y no pocos de los que votaron a favor del brexit en Gran Bretaña no deja de ser gente que está confiando, de manera desesperada, en la política. Su rabia no es indiferente. Es gente que, con bastante probabilidad, habrá perdido bienestar y que, sobre todo, tiene miedo. Quizá ese miedo es irracional, creado por noticias falsas, injustificado. Seguro que las redes sociales, en manos de pirómanos con ramificaciones bancarias, son en buena medida responsables de esa angustia. Pero no deja de ser cierto que tienen miedo. Las democracias liberales los han engañado. Y hay un riesgo de que renuncien a la democracia.
Decía Walter Benjamin en los años treinta que detrás de todo auge del fascismo había una revolución de izquierda fracasada. Hoy se puede ser más pesimista y decir que detrás del auge de la extrema derecha siempre está el fracaso de una izquierda democrática. Cuando liberales, socialdemócratas y conservadores, banqueros y medios acorralaron contra las cuerdas en 2015 a la Grecia de Syriza, estaban convocando el fascismo. Lo sabían porque se les dijo hasta la saciedad. El fascismo ya está en las calles de Grecia. Esos hipócritas son los que ahora se quejan con llantos más amargos.
Me contaba un amigo carpintero que, haciendo una obra en una casa de Donostia, la dueña, una mujer rica, pretenciosa, caprichosa y con ínfulas de artista, se pasaba el día mandándole rehacer y deshacer lo recién terminado. No porque la tarea estuviera mal, sino porque no acababa de saber lo que quería. O porque lo que quería era simplemente un disparate. “Esa tarima hay que hacerla más alta; quizá un poco más baja; probemos ahora con otra madera. A esa ventana le convendría más este molde. Esa puerta vamos a cambiarla porque no hace juego con el molde de la nueva ventana”. Después de terminar una escalera de madera, le pidió que la golpeara con el filo de un hacha “para hacerla vieja”. “Se va a romper toda”, le dijo el carpintero. “Tú hazlo”. Mi amigo se negó y la propietaria le espetó arrogante: “¡Pero a ti que más te da, si te voy a pagar!”. Algo no fluía. O mi amigo hablaba mejor con los troncos que con los propietarios o la señora tenía algún filtro que le impedía entenderlo. Porque para él era obvio que esa discusión no iba solamente de cobrar, sino de cosas igualmente importantes, aunque no fueran cuantificables. Ahí entraban también la dignidad y el respeto por la profesión, la satisfacción por el trabajo bien hecho, el entender que el tiempo aprendiendo los arcanos del oficio lo diferenciaba de quienes no conocían los trucos de la madera. Su diálogo con los demás, al igual que una parte importante de su lugar en el mundo, tenían que ver con los nudos escondidos en los listones y la pericia con la sierra. Romper era muy fácil. Lo podía hacer cualquiera. Pero construir no era tan sencillo. Haciendo bien su trabajo, ejerciendo bien su tarea, tenía una posición que demandaba respeto y le hacía respetarse a sí mismo. No destruir el trabajo recién hecho tenía que ver con la dignidad. Esa condición que tienen los que no se dejan humillar ni humillan a los demás. Hubo un tiempo en el que los trabajadores portaban una promesa de cambio universal. Hubo un Estado, la Unión Soviética, que se reclamó la patria de los trabajadores. Pero mancilló esa promesa.
Siempre te construyen tus enemigos. La izquierda ha perdido de vista a los suyos. Digo “la izquierda”, pero en realidad estoy queriendo decir ese lugar antaño llamado izquierda. El mundo ha cogido una velocidad de vértigo y la izquierda arrastra aún, en el siglo XXI, la cojera de la Unión Soviética. Cada año que pasa, la izquierda —ese espacio antaño llamado izquierda— parece quedarse más y más atrás en la carrera de las soluciones y las propuestas. Apenas estaba empezando a entender Facebook y Twitter y aparecen las block-chains (las cadenas de bloques que permiten las criptomonedas) o el big data (la obtención y gestión de grandes cantidades de datos), que vuelven a dar herramientas a los poderosos, sean mafiosos de traje o tatuaje, financieros que acarician gatos y estrellas Michelin o mercenarios tradicionales con fusil, dron o algoritmo. Conforme las pantallas de las televisiones son más grandes, con más brillo, colores y nitidez, la esperanza del mundo se vuelve más estrecha, apagada, monocroma y difusa. La biotecnología y las tecnologías de las comunicaciones son enormemente disruptivas. Es decir, la capacidad de interrumpir súbitamente el orden social está dada y hemos perdido el control político y moral en nuestras sociedades para que no descarrilen principios básicos como la igualdad y la democracia. Hemos vivido en un paréntesis de prosperidad, pero los poderosos del mundo están empeñados en que no se repita. Ese lugar antaño llamado izquierda no puede ir en la bodega del barco: tiene que subir al puente de mando, hablar con los marineros y coger el timón. O puede seguir llorando por las esquinas en una estrategia defensiva que solo sirve para que la goleen.
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