Juan David García Bacca - Confesiones
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- Libro:Confesiones
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2000
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Confesiones: resumen, descripción y anotación
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Título original: Confesiones
Juan David García Bacca, 2000
Presentación: Juan F. Porras Rengel
Editor digital: IbnKhaldun
ePub base r1.2
Ni la prueba de testigos más veraz e incontrovertible, ni aun la evidencia documental más persuasiva poseen —del ángulo moral y personal— el demoledor poderío de una confesión, aunque sea ésta proferida por el ser más abyecto.
Escuchar de la propia voz de un ser humano o percibir de la letra de su puño las recónditas verdades que alberga su espíritu, es un hecho, las más veces, profundamente conmovedor y convincente.
Proferir sus verdades es para el que las revela un acto de desahogo que restaña las grietas y fisuras de su ser, y le devuelve o le reafirma su íntima paz interior, sobre todo por el natural efecto psíquico del autorreconocimiento de sus errores, debilidades y flaquezas, lo cual devuelve al alma —por obra del coraje entrañado en la manifestación— su unidad, equilibrio y armonía, y deja —de ordinario— en quien las lee o las escucha una secuela de perplejidad y admiración.
Cuando no se trata simplemente de la revelación de un hecho aislado y pasajero, ni el protagonista es un ser común e intranscendente, sino de la narración de la entera trayectoria de la vida personal de alguien de excepcional estirpe espiritual, asume la confesión su máximo valor, y éste es tanto mayor cuando procede —como en el caso de la Autobiografía íntima que me honro en presentar— de un espíritu superior, dotado de aquilatada pureza y ajeno por completo, como lo prueba fehacientemente la trayectoria de su vida, a la falacia y la desviación de la verdad.
Con el mayor desenfado, en un lenguaje deliberadamente asequible y con impecable objetividad, nos lleva de la mano, de un modo natural —exento de posturas artificiosas y aspavientos— Juan David García Bacca, por los distintos episodios de su existencia, en cuya narración va aflorando en forma paulatina y grávida de sorpresas, el rasgo más descollante de lo que fue su devenir personal: la tenaz conquista de su autonomía, es decir, del más alto designio de todo ser humano: el poder de decidirse por sí mismo y de actuar en conformidad con sus propias determinaciones, tras la consecución de cuyo propósito hizo gala García Bacca de una poderosa e indestructible voluntad, con la que logró torcer por completo el curso de su vida, escapando al anillo de hierro de uno de los más compulsivos dogmatismos creados por la mente humana: el fanatismo religioso. La vida clerical que hubo de llevar durante largos años se desenvolvió durante las tres primeras décadas de nuestro siglo, en cuyo período ejercía, justamente, una implacable hegemonía la Iglesia Católica en su España nativa. Por ello la cuesta era sobremanera difícil de remontar y superar.
Deformaríamos el itinerario de su existencia, desfigurando las verdades que del modo más genuino nos revela sobre ella, si dejásemos en el aislamiento la anterior afirmación, lo cual podría prejuiciar al lector, induciéndolo a pensar que el núcleo esencial de la autoedificación de su personalidad, fue el de un enfrentamiento obsesivo contra su destino religioso, y que asimismo el vastísimo e inapreciable elenco de sus múltiples obras tuvo por objeto —por única razón de ser— la exasperación por desprenderse de aquella ideología coactiva con la que sintió, para expresarlo en sus propias palabras, que «le habían secado el alma gradualmente», pero de la que si bien abjuró, al hacerlo lo llevó a cabo gallardamente, como puede apreciarse ya en el pasaje de su Autobiografía —que me permito anticipar— en el que añade a la aseveración antes citada una expresión que revela la amplitud de su espíritu y la ausencia en el mismo de toda huella de rencor: «No pongo en duda la buena voluntad de mis superiores. Todos ellos, “secos” también sentimentalmente. La “amabilidad” de ellos y la mía no curaba la común sequedad…».
No fue, en efecto, el motor de su fecundidad —quizá no igualada por pensador alguno en nuestro siglo— ni muchísimo menos la causa principal de su densa, rica y multiforme obra la lucha interna contra sus creencias religiosas y contra el ejercicio del sacerdocio, pues en el reino turbulento de su vida interior marchaba, a la par de la idea de Dios, con todas sus implicaciones, un profundo e incontenible proceso creativo que se abría en una doble vertiente: hacia afuera en las infatigables tareas de configuración de obras que se sucedían una tras otra sin darle reposo; y hacia adentro en la edificación de su propia y originalísima personalidad, en la que terminó ocupando un puesto subsidiario el drama de su fe, el cual abrió paso a la corriente arrolladora de sus múltiples talentos para la invención.
Inventar fue —se diría— el oficio principal de García Bacca, a tal extremo que de él bien podría aseverarse, en un giro metafórico muy próximo a una realidad tangible, que tal era el vértigo compulsivo con el que creaba y componía sin parar, que casi llegó a ser la materialización del viejo sueño de la máquina del movimiento perpetuo.
En nuestra humana naturaleza, la sensibilidad ejerce un poder gravitatorio sobre las funciones espirituales propias de los centros superiores del Yo. Somos irremediablemente empíricos: todo objeto que registra el entendimiento hace primero tránsito por los sentidos. Esta condición nos induce a pensar que sólo son inventos aquellos artefactos en los que el hombre ha enmaterializado un plan: ideas que se han objetivado, y que una vez realizadas se enajenan y las podemos palpar y manipular.
Nos resistimos por ello a admitir la realidad de inventos puramente espirituales, sin darnos cuenta de que la ciencia y la técnica de donde proceden todos los objetos artificiales no hubiesen sido posibles —como demuestra larga y concienzudamente García Bacca en algunas de sus obras fundamentales— si el hombre mismo no le inventa un nuevo ser a su ser natural y primitivo; si no parte del más originario y fecundo de sus inventos: la conciencia de su propio ser, su mismidad, que lo separará para siempre del animal puro y simple, y sobre la que descansa —en lo sustancial— su indomable autonomía y el excelso don de separarse, con la palanca de su voluntad, de la fatalidad de las leyes naturales, haciendo posible que el Hombre suplante a la Naturaleza y en su lugar levante la arquitectura asombrosa de un Reino propio, un mundo a su medida, imposible de edificar —como se desprende del aliento general de toda la obra de García Bacca— si el hombre se hubiese seguido nutriendo de la idea monolítica e inconmovible de un ente sobrenatural que lo creó, y si hubiese detenido la natural evolución de su espíritu anclándose para siempre en la dialéctica «inmutable» del pensamiento aristotélico-tomista, de cuyo sistema zarpó, justamente, García Bacca.
De acuerdo a ello podemos decir en palabras nuestras, pero que reflejan fielmente el legado pedagógico esencial de su pensamiento, que hay que comenzar por inventarse un propio ser, para hacer posible otro género de inventos: es menester tomar, del modo más drástico y terminante, la determinación de autoedificarse, sin delegar «en nada ni en nadie» la construcción de nuestro propio destino; asumir la actitud inquebrantable de empuñar por la raíz la dirección y control de nuestra propia existencia, conscientes de que la suprema potestad de autodeterminarnos es un atributo de suyo irrenunciable, del cual no nos podemos desprender: cuando quiero no querer estoy queriendo, y soy yo y únicamente yo quien decide actuar o inhibirse, ambas resoluciones me llevan al mismo punto: a responsabilizarme intransferiblemente de mis actos y de la entera suerte de mi vida.
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