La vida de un hombre que nació y creció durante el Porfiriato, participó en la Revolución de 1910 en el campo de batalla de las ideas, contribuyó a la construcción del Estado posrevolucionario, mismo que le reconoció su talento y después le condenó al exilio; es la historia de un mexicano y su patria: José Vasconcelos, Ulises criollo.
Este relato —el primero de cuadro que conforman sus memorias— comprende la infancia, la pubertad y la madurez física e intelectual de Vasconcelos. Inicia con la evocación de una imagen de su niñez y culmina con «el averno» en que se convirtió el país a la muerte del presidente Madero.
La trascendencia de esta autobiografía estriba en que no se desprende del contexto histórico, político y cultural del país, por el contrario, éste siempre será su escenario principal. A través de su lectura es posible reconstruir el nacimiento del México moderno. Al igual que su importancia histórica, sobresale su grandeza literaria, según Mariano Azuela y Xavier Villaurrutia, se trata del mejor libro de la Revolución Mexicana. Su título define el perfil de Vasconcelos después de su derrota electoral de 1929; al igual que Ulises, ese héroe de La Ilíada que se caracteriza por ser un viajero, él se encuentra en el exilio; y criollo porque a partir de ese momento se halla más lejano de Cuauhtémoc y más próximo a Hernán Cortés.
La presente edición cuenta con un prólogo de Emmanuel Carballo, producto de la investigación documental y de una entrevista que tuvo con el autor en 1958. Además se incluyen fotografías de algunas personalidades, e ilustraciones de documentos, publicaciones, pinturas y fachadas de edificios de la época, extraídos de los archivos General de la Nación, la familia Vasconcelos y Editorial Trillas.
José Vasconcelos
Ulises criollo
ePub r1.0
Titivillus 06.12.16
Título original: Ulises criollo
José Vasconcelos, 1935
Prólogo: Emmanuel Carballo
Ilustraciones: Archivo José Vasconcelos, Archivo General de la Nación, Archivo Editorial Trillas
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
José Vasconcelos, miembro del Ateneo de la Juventud
Prólogo
PARA DON LUIS A. AROCENA
I
El Ateneo de la Juventud, generación a la que pertenece José Vasconcelos, cabalgó entre dos épocas históricas: el porfiriato y la revolución de 1910. Si el grupo más esmerado y valioso que produjo la dictadura del general Díaz fue la generación de poetas modernistas, el Ateneo fue también producto del porfiriato; de la paz porfiriana, de la prosperidad porfiriana (referida, por supuesto, a las clases acomodadas) y de las escuelas porfirianas.
Por primera vez en casi cien años los escritores podían ser escritores, y no necesariamente políticos; periodistas y no amanuenses de generales aventureros; profesores universitarios y no combatientes obligados a defender el país de invasiones extranjeras o a participar en nuestras sucesivas guerras intestinas en defensa de los principios liberales o conservadores.
General Porfirio Díaz; ca. 1908; Fototeca del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en lo sucesivo FINAH
Si el Ateneo refleja algunas características del porfiriato en el momento en que sus componentes comienzan a desarrollarse, entre 1908 y 1910, también da las primeras batallas en el terreno de las ideas para ir más allá de esta etapa de nuestra historia.
Apoteósico aspecto general del patio central del Palacio Nacional durante la ceremonia de clausura de las fiestas del Centenario de la Independencia; 1910; FINAH
Calles iluminadas de la ciudad de México para festejar el Centenario de la Independencia; 1910; FINAH
Entre otras no menos valiosas, la seriedad y el profesionalismo son las cualidades que distinguen a este equipo de escritores. Su aportación a la vida cultural del país puede sintetizarse, a juicio de Martín Luis Guzmán, en estos rasgos esenciales: «Fidelidad a la vocación, amor al oficio y repudio de la improvisación».
Porfirio Díaz, Justo Sierra, Ezequiel A. Chávez, Federico Gamboa, entre otros, en la inauguración de la Universidad Nacional; 1910; FINAH
Al centro, Antonio Caso, al extremo izquierdo, Pedro Henríquez Ureña miembros fundadores del Ateneo de la Juventud; con ellos Alfonso Pruneda, Alfredo Ramos Martínez, Federico Gamboa y Luis G. Urbina; ca. 1913; FINAH
Además, y no es ocioso insistir en ello, el Ateneo de la Juventud renovó el pensamiento y las letras de México: su esfuerzo hizo posible que adviniese culturalmente entre nosotros el siglo XX.
Si en 1910 se inaugura una nueva etapa en la vida política y social, ese mismo año de 1910, gracias al Ateneo, la filosofía rompe con las ideas de Comte («Caso ideológicamente —escribe Vasconcelos— inicia una rebelión más importante que la maderista») y la literatura se libera, en los textos de sus miembros más audaces, del realismo costumbrista y el naturalismo en la prosa narrativa y de la retórica modernista en la poesía.
Entre sus miembros sobresalen, además de Vasconcelos, Alfonso Reyes (el «típico hombre de letras»), puestos entre paréntesis y comillas, los emitió don José en una de nuestras charlas.
Arquitecto Jesús T. Acebedo, miembro del Ateneo de la Juventud; ca. 1910; FINAH
Alfonso Reyes; 1910; Archivo de la Capilla Alfonsina
Como grupo, y en cuestiones políticas, el Ateneo fue un grupo fragmentado: dentro de él convivieron las ideas de vanguardia y el conformismo. Ninguno de ellos fue un reaccionario en voz alta y desde la mitad del foro. Algunos de sus miembros dieron el paso adelante, hacia la Revolución, en el momento que creyeron oportuno. Éste es el caso de Vasconcelos, quien antes de su hecatombe política en 1929, fue maderista, convencionista, obregonista y abanderado, en su campaña presidencial, de una causa política que todavía hoy no triunfa: aquella que pide a la política que tenga conciencia y no únicamente sirva a intereses perecederos.