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José Vasconcelos - El realismo científico

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José Vasconcelos El realismo científico
  • Libro:
    El realismo científico
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    1943
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El realismo científico: resumen, descripción y anotación

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JOSÉ VASCONCELOS CALDERÓN Oaxaca 27 de febrero de 1882-Ciudad de México 30 - photo 1

JOSÉ VASCONCELOS CALDERÓN (Oaxaca, 27 de febrero de 1882-Ciudad de México, 30 de junio de 1959) fue un abogado, político, escritor, educador, funcionario público y filósofo mexicano.

Obras: Autobiográficas: Ulises Criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938), El proconsulado (1939) y La Flama. Los de Arriba en la Revolución. Historia y Tragedia (1959). La Raza Cósmica (1925). Filosofía: «Pitágoras, una teoría del ritmo» (1916), «El monismo estético» (1918), «Tratado de metafísica» (1929), «Ética» (1932) y «Estética» (1935). Divulgación: «Estudios indostánicos» (1921), «Historia del pensamiento filosófico» (1937), «Manual de filosofía» (circa 1945) y «Breve historia de México» (1937). Crítica: Divagaciones literarias (1919), en materia de drama su Prometeo vencedor (1916), en materia de relatos está La sonata mágica (1933), además de la obra política que complementa a la autobiográfica, como en el caso de Cartas políticas (1959)

LOGROS ARTÍSTICOS

Se reconoce en la actualidad que uno de los problemas más urgentes de la filosofía moderna es incorporar a la visión filosófica del mundo los resultados del conocimiento artístico, a fin de lograr una síntesis en la cual se nos dé armonizando el conocimiento científico, el conocimiento lógico y las ciencias relativas a la conducta, la moral y la estética. Este anhelo, que no es nuevo, se realiza en épocas gloriosas de la filosofía, con saltos a veces de quinientos o de mil años. Pocas son las cabezas humanas que han logrado alcanzar una síntesis a la vez racional y armoniosa de la existencia. Platón es sin duda, el primero que logra atisbos de este género. Inmediatamente después de él surge, con Aristóteles, la ciencia, es decir, un nuevo y más exacto modo de estudiar la realidad, pero también una manera especializada de verla. El sentido de la armonía se eclipsó al ceder Platón el sitio a Aristóteles. El edificio platónico se vino también abajo, tal y como después, a consecuencia del desarrollo de la ciencia contemporánea, se hace inactual el idealismo de kantianos y hegelianos. Sabido es que no ha influido en el desarrollo de la ciencia toda esa especulación escrita generalmente en un estilo inepto, que se sustenta en las escuelas que siguen las corrientes del criticismo alemán, neo-kantismo, etc., escuelas que en los Estados Unidos no tienen cultivadores, ni en Francia. Una filosofía sana, no puede desentenderse del desarrollo científico del pensamiento en los últimos tres siglos. La novedad de estos tiempos es precisamente el dato que se deriva del conocimiento científico; lo que distingue especulativamente nuestra mentalidad de la antigua, es que hoy tenemos un conocimiento del mundo derivado del descubrimiento experimental que nos da leyes que sin contradecir las del discurso nos ofrecen datos que no podría haber dado la dialéctica. Fundados justamente en esta ciencia nueva postulamos el realismo científico que hemos procurado definir. Ya Aristóteles criticaba el idealismo por su divorcio de la realidad. Nosotros ahora en posición moderna más firme, repetimos la advertencia de Aristóteles en lenguaje de nuestra época, y decimos que no existen ideales ni ideas de existencia propia separados de la cosa o el ser, sino que todo está encarnado; todo existe como estructura de un ser. La realidad se nos manifiesta siempre organizada, desde la ínfima organización del átomo, hasta la suprema organización de los seres, que concebimos más allá de nosotros. De suerte que no hay sino realidad organizada y no existe el mundo de las ideas platónicas, ni existe el mundo mitológico que sirve de entretenimiento a las filosofías de cátedra. Existe la realidad organizada según nos la revela la ciencia, repartida en organismos celulares y en organismos superiores. Se deduce de este hecho universal, una concepción del universo que llamaremos orgánica, aunque tanto se ha abusado de esta palabra, sobre todo en la sociología. Decimos cosmovisión orgánica para indicar que la realidad es un todo ligado por leyes y dividido en cuerpos, según se decía antes, o sea porciones de materia integrada. Distinguiendo que se imaginaba antiguamente la pluralidad como un conjunto de porciones sólidas de materia, porque vivíamos en un mundo hecho de sólidos; hoy gracias a la experiencia científica reconocemos por doquier unidades de energía organizada. En todo vemos una acción que se parece más a la vida que a cualquiera otra cosa y el conjunto nos da la certidumbre de un mundo energético orgánico. Dentro de este mundo energético aparece, desde los principios del pensamiento y aún antes de la filosofía, el fenómeno artístico. La característica del fenómeno artístico es muy fácil de precisar: así como el pensamiento discursivo crea y maneja ideas, y las ideas nos llevan a una clasificación, a un universal y allí se acaba su mensaje; el pensamiento artístico, desde sus comienzos maneja imágenes. Establecer entonces diferencia entro imagen e idea, será el punto de partida de una ciencia que separe el fenómeno discursivo del fenómeno estético. Una de las circunstancias que han contenido el avance de la estética, es su constante confusión con procesos que le son ajenos. Los idealistas han insistido en llevar la estética por los caminos de la idea. Platón imaginaba la belleza como otra idea (uno de sus entes superiores que ya vemos que no eran abstracciones), pero distingue belleza de inteligencia, belleza de verdad; en tanto que el racionalismo y el idealismo de ciertas épocas modernas han exagerado pretendiendo identificar la belleza con su idea abstracta. Escuelas extremas del racionalismo francés han hedió estética esforzándose por llevar el fenómeno sensorio a fórmulas abstractas. Hablar de belleza ideal era ya un error del romanticismo; pero identificar el proceso estético con el proceso lógico, ha sido pretendida justificación del arte francés abstracto: poesía pura y música de formas huecas inemotivas, etc. Errores en el fondo idénticos a los de quienes quisieron explicar el Universo por los números y de quienes, en seguida, trataron de explicarlo por las ideas. Hoy reconocemos que el fenómeno de la belleza es “sui generis” y tiene leyes propias, irreductibles a la ley abstracta.

Así como la naturaleza no se mueve por ideas, sino por leyes propias contingentes, que conoce hoy un niño (por ejemplo, las leyes de gravedad o las leyes del crecimiento y desarrollo de las células que engendran los organismos), leyes que nada tienen que ver con el discurso, aun cuando no lo contradicen, asimismo, los procesos que engendran el arreglo placentero de las cosas y las pasiones del ánimo que llamamos bellas y poseen su propia manera de determinación y de organización. El proceso de las imágenes tiene una ley en la simple asociación para el movimiento y la acción y otra ley peculiar cuando las imágenes se usan en la fantasía para la creación de belleza. Pensó el idealismo que si no sometía a la ley racional las imágenes del artista, el arte sería un caos, entregado a los vagos impulsos del deseo y el instinto. Ahora bien, si es cierto que la imaginación es una de las facultades más incontrolables y si es cierto que las leyes de asociación que revela la psicología elemental no bastan para dirigir el proceso imaginativo, en cambio, un estudio concienzudo de las manifestaciones superiores del arte, nos revela, pese a la insumisión de la fantasía, ciertas normas constantes que le dan calidad filosófica, científica, semejante a la de cualquier otro de los desarrollos de la conciencia. Por ejemplo, así como el proceso ideatorio se refiere constantemente a los universales, las categorías del lógico, en el reino de la fantasía la naturaleza misma nos ha fijado ciertos moldes inherentes al proceso estético ; por ejemplo, los colores. Los colores los asimiló el idealismo clásico a ideas generales, el prototipo de la esencia es la idea del verde; pero la ciencia dice algo más preciso. Los criticistas hablan de precisión y nos ofrecen jeroglíficos. Precisión y grande es la. que da la medición física, según la cual cada color corresponde, igual que cada nota, a cierto número fijo de vibraciones. Vibraciones que estudiadas en el espectro, resultan depender de ciertas determinaciones del fenómeno que produce la luz, distribuciones de los quanta que engendran el fenómeno luminoso. Donde el químico ve rojo, no divaga sobre la esencia de lo rojo, sabe que su permanencia, su existencia depende de X número de vibraciones de la onda luminosa. En vez de pensar lo rojo según este hallazgo pasmoso de la ciencia empírica, el fenomenista se entrega mediante sus entes a una escolástica más complicada y más abstracta que la antigua, sólo que inútil, tanto como la otra fue ventajosa para el afinamiento de la mente. El hombre de ciencia sabe que el rojo equivale a una fórmula de vibraciones fijas y representa, con los otros colores, moldes que no podemos menos que juzgar como estéticos puesto que no tienen otra significación para nosotros. El que una sal sea verde o roja no quiere decir nada para sus efectos químicos, no quiere decir nada para su utilidad, ni para su clasificación química. Quizás, ya desde el momento en que clasificamos por colores, estamos iniciando una clasificación estética; el color tiene importancia para nuestro espíritu; produce en él ciertos cambios de tonalidad emotiva, ciertos efectos fisiológicos. Se han estudiado los colores según sus efectos en el organismo: una luz verde es mejor para los ojos que una luz roja; pero aparte de estas consecuencias inmediatas y elementales, es innegable la influencia del color sobre los estados de la mente y sobre la acción general de la fantasía en el arte. De suerte que tenemos en el color un elemento caracterizante de la imagen, un regulador fijo equivalente de los universales o de los géneros en las ideas, puesto que podría imaginarse una división de los cuerpos sensibles por los colores, según los determina nuestra sensibilidad.

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